lang
Si algo para recordar me deja el pasado
verano: las películas de Fritz Lang. En más de una ocasión he dicho que los
veranos los dedico a ver otras vez películas que no necesariamente me hayan
gustado, a manera de ejercicio, como quien va a caza de la primera impresión.
En este sentido, descubrí que tenía no
pocas películas del director alemán, algunas de ellas no las había visto y no
sé cuánto tiempo transcurrió desde la ocasión que las compré. Entre las que no
conocía, una que no solo me gusta, sino que considero una obra maestra del arte
de narrar, en donde nos encontramos con personajes extraordinariamente perfilados
y en interacción sin llegar a desentonar.
Los
verdugos también mueren (1943) es un proyecto ubicado en la etapa americana
de Lang, el cual consigue sacar a la luz tras adecuarse a los criterios
comerciales de la cinematografía gringa. Llegar a dirigir esta película (para
más señas, comparte derechos de guion con Bertolt Brecht), le significó pagar
un derecho de piso, es decir, se vio obligado a “amabilizar” sus películas para
el gusto del público consumidor.
Si Lang deseaba seguir dirigiendo tras
huir de Alemania, no tuvo otra opción que obedecer los lineamientos que le
requerían. Sin embargo, esto no significó hipotecar su poética, era solo ceder,
retroceder un paso para avanzar. Luego de tres películas que cumplieron con las
exigencias de los productores, Lang llevó a cabo esta historia que no solo es
divertimento, sino también tributo a la resistencia de mujeres y hombres
checoslovacos ante la invasión nazi. La trama orbita en el asesinato de Reinhard
Heydrich, Protector de Bohemia y Moravia, ocurrido en 1942. Lang se halló ante
un argumento caliente, ni siquiera tibio, lejano de los lineamientos creativos
que sugieren un prudencial paso del tiempo cuando se trata de recrear hechos
históricos.
Lang no tenía cerrado el caso Heydrich,
a su despacho llegaban las feroces represalias de Hitler contra la población
checa para dar con los responsables del atentado contra el que se suponía sería
su potencial sucesor. Ante esas informaciones, Lang deshecha erigir un solo
héroe y opta por la heroicidad colectiva. Para él, todos serán protagonistas de
consideración, desde la señora que vendía verduras hasta el hijo menor del
profesor Novotny, especie de figura tutelar que adoctrina en su casa en materia
política a sus discípulos. No es un personaje estelar, pero sí clave en cuanto
el avance de la historia y su desenlace, puesto que en él, presente y ausente,
se tejen los dramas y subdramas, como el conflicto entre su hija Nasha, su
prometido y el huidizo Vanek. La delación amenaza con seducir a los personajes,
que comparten la sospecha común sobre el asesino del oficial nazi, pero optan
por el silencio y la distracción ante las investigaciones de la Gestapo.
Es precisamente en esta no-delación que
Lang lleva su proyecto a no pocas cimas visuales, en lugar de concentrar,
dispersa la atención del espectador, huye del lastre de la fijación en un solo
personaje para enfocarse en la colectividad. Hay que tener en cuenta la escena
cuando cercan al traidor checo en un bar, aquel que no desea perder sus
privilegios y que decide ayudar a las fuerzas invasoras.
Lang hizo alarde de la especulación,
aunque su trabajo no calza con lo que sucedió, nos entregó una obra maestra.
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