calderón fajardo
Días atrás,
mientras andaba perdido por las salas del MALI, me topé con un lector, que no
puedo considerar mi amigo pero con quien llevo un trato muy cordial. Este me
preguntó por algunos posts del blog y si alguna vez había escrito sobre Gastón
Fernández.
Sí recuerdo haber
escrito de él, lo que no es el espacio (físico o virtual) en el que se publicó
el texto.
Como fuere,
resulta gratificante recordar y ser testigo de la emoción del interesado
mientras le brindaba mis impresiones de relatos
aparentes, publicado por More Ferarum a mediados de la década pasada, si
mal no recuerdo.
A este lector, a
quien en adelante llamaré Tatú, tiene una fijación especial por la
tradición literaria de los raros, que
son aquellos escritores que no pueden ser ubicados en rubros ya canónicos. A
Tatú le gustan todos los raros,
aunque no sé si llamar raro a Carlos Calderón Fajardo sea lo apropiado.
Recuerdo que a CCL
le gustaba mucho Fernández y del mismo modo aceptaba que se le considere raro.
Le di toda la
razón a Tatú: hay que ver la posibilidad de reeditar a Fernández, aunque sea en
un tiraje modesto, de 300 ejemplares. Quien lo haga será alguien valiente y
romántico de las causas imposibles, porque lo más probable es que se venda muy
poco, pero qué importan las ventas cuando se trata de una poética que justifica
la experiencia de la lectura.
Horas después de
despedirme de Tatú, pensé en Fernández y CCF. Se entiende que no hablo de
calidad literaria, en lo personal son dos escritores excepcionales, pero
siempre he mostrado mis reparos a la nomenclatura, antojadiza e irritante, de
llamarlos raros, lo que refuerza mi
teoría de que el problema no es la poética, sino el discurso de sus difusores.
En este aspecto, pienso más en los promotores de CCF, que hicieron mucho daño a
los interesados en su obra, pintándola de inasequible, secreta y que requería
de lectores con kilómetros de lecturas. Hago un repaso fugaz de su obra y esta
no tiene nada de extraña, por el contrario, una de sus características era su
apego por el asunto/argumento, intención que vimos repotenciada en su tetralogía
de Sarah Helen. A ello, añado su propósito de no encasillarse en un determinado
género narrativo. En su poética están casi todos los temas.
Mucha chancaca
discursiva para un autor que siempre buscó la magia de la claridad en su
escritura. Mucha posería estéril en sus difusores. Ojalá en estos tiempos se le
difunda de otra manera. CCF lo merece.
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