«palabras de otro lado»
Una de las novelas
que debería figurar más en nuestros apurados recuentos literarios es Palabras de otro lado (Galaxia
Gutenberg) de Alonso Cueto. La novela, para más señas, resultó también ganadora
del II Premio de Narrativa Alcobendas Juan Goytisolo.
Cueto vuelve sobre
sus marcas creativas, como la exposición de hombres y mujeres cuestionados por
una revelación de último momento. Esto es lo que sucede con Aurora Carhuana,
cuya madre antes de morir le confiesa que no es hija del padre que ella siempre
creyó. Partiendo de este suceso, el autor comienza a armar una trama atractiva,
lo que para sus (no pocos) lectores no es novedad, incluso es posible intuir
cómo sería su desarrollo, sin embargo, lo que ofrece la novela no es una trama
cerrada, sino un despliegue humano en la interacción de los personajes. En este
sentido, la lectura depara no pocos sucesos en la búsqueda de Aurora de su
padre, los cuales están enhebrados por los encuentros y la empatía entre estos,
lo que lleva a Cueto a descollar en la introspección de los mismos y, en
especial, en la sensibilidad de Aurora. Este ingreso a las zonas de lo dicho y
lo no dicho, a los circuitos de la especulación, es lo mejor de Palabras de otro lado, novela en la que
cada acción viene sustentada por una carga reflexiva que sabe detenerse a
tiempo y en la que sus personajes quedan expuestos en sus más escondidas vergüenzas,
pero esta exhibición de atrocidades anímicas no depende de la dimensión
descriptiva del discurso, sino de la capacidad de Cueto para llevar el orgullo
dinamitado a la galaxia emocional e intelectiva del lector. Esta luz deformada está presente en muchas páginas
y tiene el poder suficiente para rescatarnos aún de las falencias de la novela
(diálogos).
Palabras
de otro lado ya se ubica entre las mejores novelas del autor,
junto a Grandes miradas, La hora azul, El susurro de la mujer ballena y La Perricholi.
Otro aspecto que
me atrajo del libro es su frescura, la actualidad temática convertida en
protagonista alterna. Imposible no pensar en nuestros nuevos o no tan nuevos
escritores, que han hecho del chancaquismo discursivo, de los horrores superfluos y del aburrimiento, las
marcas del prestigio sin lectores (o sea, doblemente hasta las huevas), del
triunfo de la otra literatura legitimada por el lobby y otras maravillas
parecidas. Uno no piensa así porque sospecha mal y cree que todo está hasta las
patas. No qué va. No hay motivo para pensar así.
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