jueves, noviembre 14, 2019

tres decepciones


Este año se han publicado algunas buenas novelas, como Cementerio de barcos de Ulises Gutiérrez, Adiós a la revolución de Francisco Ángeles, Balada para los arcángeles de Luis Fernando Cueto y La Perricholi de Alonso Cueto. Pero también de las otras, de las que en principio tenía expectativas por lo que venía «leyendo», cuándo no, en la redes. Me sumergí en ellas, con toda la buena intención, pero la decepción se impuso como un inesperado tacle en una pichanga nocturna. Lo curioso es que son novelas que pudieron funcionar mejor, tener otro destino y no la desazón que me invadió tras leerlas.
Solo vine para que ella me mate (Planeta) de Charlie Becerra, quien había brindado algunas luces de su talento narrativo en su libro de no ficción El origen de la hidra, comete el craso error de caer en un efectismo discursivo que plastifica la dimensión humana que creemos nos propone: el autorreconocimiento de sus personajes. El argumento es atractivo, pero se impone el desconocimiento de los géneros que se funden en un proyecto que descuida precisamente la densidad que le da sentido a la configuración moral de los personajes, los que a fin de cuentas nos llevan a la verdad textual, inexistente en estas páginas.
Compórtense como señoritas (Paracaídas), de Karen Luy de Aliaga, tenía todo para imponerse como una publicación por demás importante. Sin embargo, el tema de la orientación sexual en un contexto represivo no es suficiente para alterar los sentidos del lector. La autora trastabilla en el tratamiento y no nos referimos a la furia anímica de su narrativa, sino a la ausencia de metáforas que representen la molestia en pos de la libertad (revisar a Marosa Di Giorgio y Alda Merini, a saber). Si en futuras incursiones, Luy de Aliaga deja de abusar de la enunciación literal, podría llegar a marcar un magisterio que no dudaremos celebrar. 
Algo sucede con Raúl Tola. Lo digo con pesar por tratarse de un autor experimentado. En La favorita del Inca (Alfaguara) no solo tropieza con la inverosimilitud (vista también en La noche sin ventanas), sino que es evidente una caída que un escritor de su trayectoria no debería tener a estas alturas: el apuro, pues.

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