tres decepciones
Este año se han publicado algunas buenas
novelas, como Cementerio de barcos de
Ulises Gutiérrez, Adiós a la revolución
de Francisco Ángeles, Balada para los
arcángeles de Luis Fernando Cueto y La
Perricholi de Alonso Cueto. Pero también de las otras, de las que en
principio tenía expectativas por lo que venía «leyendo», cuándo no, en la redes.
Me sumergí en ellas, con toda la buena intención, pero la decepción se impuso
como un inesperado tacle en una pichanga nocturna. Lo curioso es que son
novelas que pudieron funcionar mejor, tener otro destino y no la desazón que me
invadió tras leerlas.
Solo
vine para que ella me mate (Planeta) de Charlie Becerra, quien había brindado
algunas luces de su talento narrativo en su libro de no ficción El origen de la hidra, comete el craso
error de caer en un efectismo discursivo que plastifica la dimensión humana que creemos nos propone: el autorreconocimiento de sus personajes. El argumento es
atractivo, pero se impone el desconocimiento de los géneros que se funden en un
proyecto que descuida precisamente la densidad que le da sentido a la
configuración moral de los personajes, los que a fin de cuentas nos llevan a la verdad
textual, inexistente en estas páginas.
Compórtense
como señoritas
(Paracaídas), de Karen Luy de Aliaga, tenía todo para imponerse como una
publicación por demás importante. Sin embargo, el tema de la orientación sexual
en un contexto represivo no es suficiente para alterar los sentidos del lector.
La autora trastabilla en el tratamiento y no nos referimos a la furia anímica
de su narrativa, sino a la ausencia de metáforas que representen la molestia en
pos de la libertad (revisar a Marosa Di Giorgio y Alda Merini, a saber). Si en
futuras incursiones, Luy de Aliaga deja de abusar de la enunciación literal,
podría llegar a marcar un magisterio que no dudaremos celebrar.
Algo sucede con Raúl Tola. Lo digo con
pesar por tratarse de un autor experimentado. En La favorita del Inca (Alfaguara) no solo tropieza con la inverosimilitud
(vista también en La noche sin ventanas),
sino que es evidente una caída que un escritor de su trayectoria no debería
tener a estas alturas: el apuro, pues.
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