Thomas Pynchon
La música que se escucha ahora aquí, de cuerda, acompañada de la brillantez de los xilófonos, está basada en una vieja canción de moda que habla, irónica, pero delicadamente, de cosas que pasan todos los días: “Días de escuela, días de escuela”. Esta melodía, y otras por el estilo, como “Ven, Teodora, a mi máquina voladora” o “Habrá JARANA de verdad esta noche en la ciudad”, te arrebatan, te llenan de inspiración. El ritmo se ha hecho más lento y se desvanece en un porche con vidrieras de la planta baja, Slothrop y Katje tete-à-tete, solos excepto un grupo de músicos en un rincón se quejan con sacudidas de cabeza, que conspiran para lograr que, para variar, César Flebótomo los pague. Mal asunto, mal asunto… La lluvia aletea contra los cristales, los limoneros y los mirtos se estremecen afuera en el viento. Mientras se rehacen con croissants, compota de fresa, mantequilla de verdad y auténtico café, ella le hace repetir el perfil de vuelo en términos de temperatura parietal y coeficientes de Nusselt de termotransferencia, que él debe calcular en su cabeza a partir de los números de Reynolds que ella le lanza…, ecuaciones de velocidad, tiempos de recuperación, de amortiguamiento…, métodos para calcular el Brennschluss por radio o generación de impulsos…, ecuaciones, transformaciones…
(De: EL ARCOIRIS DE LA GRAVEDAD (Tomo 1). Ediciones Grijalbo, 1978)
(De: EL ARCOIRIS DE LA GRAVEDAD (Tomo 1). Ediciones Grijalbo, 1978)
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