viernes, enero 14, 2011

La pesadilla norteamericana

Bajo La pesadilla norteamericana Ricardo González Vigil titula su reseña sobre la novela EL FUTURO DE MI CUERPO de Luis Hernán Castañeda.
Publicado el lunes 10 en El Comercio.


Le bastó su primera novela, “Casa de Islandia” (2004), publicada cuando tenía 22 años, a Luis Hernán Castañeda (Lima, 1982) para revelarse como uno de los narradores más singulares y dotados de la novísima narrativa peruana y, en general, hispanoamericana. Sus libros siguientes, la novela “Hotel Europa” (2005), el volumen de cuentos “Fotografías de sala” (2007) y su novela corta para jóvenes “El chamán y la sacerdotisa” (2009) han confirmado que estamos ante un autor con un gran dominio del lenguaje (propenso a una eficacia expresiva de intensas vibraciones poéticas) y con una conciencia creadora sofisticada que lo lleva a explorar o subvertir las convenciones del lenguaje narrativo (los límites entre realidad y ficción, la multiplicidad de perspectivas narrativas y niveles de la realidad, etc.), asumiendo la experimentación vanguardista, el legado lúdico y sublevante de Marechal, Cortázar y Cabrera Infante, y la llamada posmodernidad (tanto la del chileno Roberto Bolaño como la del peruano-mexicano Mario Bellatín, para citar nombres hispanoamericanos).
Al respecto, resulta significativa la juguetona irreverencia con que reescribe proyectos creadores de consagrados autores peruanos, en una senda que nos recuerda cómo Marechal ridiculiza a Borges y la mitología de gauchos y malevos en “Adán Buenosayres”, Cortázar dinamita una novela realista de Pérez Galdós en “Rayuela” o Cabrera Infante parodia las letras cubanas en “Tres tristes tigres”. Veamos: al publicar “Hotel Europa”, Castañeda explicó que pasar de la mención de un país (Islandia) en su primera novela, a la de todo el continente (Europa) en la segunda obedecía a la necesidad de ampliación del mundo representado que caracteriza a Arguedas. Para sopesar el designio “carnavalizador” (festiva puesta al revés del sistema literario establecido, parodia irreverente) de Castañeda, hay que señalar que no hay otra Islandia que la de la vocación fantasiosa del protagonista de su novela (alusión a que el despliegue mayor de los mitos germánicos se dio en las sagas islandesas) y Europa es el rótulo de un hotel en una improbable, nada realista, localidad amazónica, donde todo posee espesor pesadillesco, que refracta simbólicamente lo real (al modo como “Casa de campo” de Donoso transfigura Chile).
En el caso de “El futuro de mi cuerpo”, cabe trazar nexos con “Lituma en los Andes”, novela en la que Vargas Llosa inserta el mito griego de Dionisio para sacar a flote lo dionisíaco (Nietzsche) todavía actuante en el mundo andino: sacrificios humanos de carácter ritual. Castañeda, además de campesinos andinos, exporta a una aldea serrana de Estados Unidos (Nederland, donde cada año se celebra el Festival del Hombre Muerto y Congelado) el mito del Inkarri (un cuerpo despedazado que se está recomponiendo para volver en el futuro) y sacrificios humanos (con mordeduras rituales de los testículos de las víctimas), practicados por civilizados ciudadanos norteamericanos de origen europeo, cuestionando así la supuesta diferencia entre salvajes y civilizados: alude a la violencia real que sacude la frontera entre México y Estados Unidos, así como las localidades montañosas norteamericanas: “En este rinconcito de la peruanidad bizarra puede pasar cualquier huevada imaginable” (pp. 52-53). Desnuda, pues, la “pesadilla americana” (p. 16).
Agréguese que también subvierte las pautas del policial negro (a las que remite Vargas Llosa en “Lituma en los Andes” y, sobre todo, “¿Quién mató a Palomino Molero?”); además, invierte los roles masculino y femenino impuestos por el machismo (dominante en varias novelas de Vargas Llosa), mediante la pareja protagónica que investiga los asesinatos.

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