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Cerca del mediodía me dirigía al Virrey
de Lima. Me encontraba en el Metropolitano, con algo de sueño, el cual
camuflaba gracias a los lentes oscuros. Llevaba una mochila de peso ligero, en
donde había puesto lo necesario que debo llevar cada vez que salgo a la calle,
en especial en verano, siendo el objeto más preciado el bloqueador.
Antes de llegar al cruce de Colmena con
Lampa, mi padre me llama al celular y me dice que el JNE ha fallado en contra
de Julio Guzmán, el outsider que ya se había ubicado en el segundo lugar en las
encuestas presidenciales. Mi padre me dijo que tuviera cuidado, porque no sería
nada extraño pensar que ocurrieran protestas en el centro. Le dije que no creía
que fuera a pasar eso, “pero de todas maneras”, retruca, “no hay que confiarse”.
Bajé en la Estación Jr. De la Unión.
Caminé despacio a la librería, bebiendo una cremolada de fresa, la bebía
lentamente, pensando en lo que tendría que decir sobre las charlas que vendrán
en las próximas semanas, como también en la organización de algunos talleres.
Ajá, talleres, pero no de escritura, sino de lectura, enfocados en la historia
de los estilos de los autores, una historia personal que nos permita entender
lo que a fin de cuentas es la obra y su respectiva epifanía.
El calor hace que me compre una Cusqueña
en lata, la más helada que haya en la tienda. Ya no lo pienso, es un
convencimiento: fue un error haber quedado en que la reunión fuera en la
mañana. Debía estar en mi casa, avanzando los textos y corrigiendo un libro que
acabo de terminar. Pero ante todo, cuidándome del calor. Eso, de ese calor que
tiene al borde de la autodestrucción.
Llego a la librería y converso con
Carola. Quedamos en lo que haríamos los próximos días y me alegra que con mucho
esfuerzo las metas se vayan cumpliendo de a pocos. Le cuento lo de la tacha a
Guzmán y la acompaño a la Estación Jr. De la Unión del Metropolitano. En el
trayecto sintonizamos en lo siguiente: la ley tiene que ser igual para todos, y
de esa manera se espera la respectiva tacha a Acuña, que en lo personal, es la
peor maldición que le puede pasar a esta país en caso de llegar al poder.
Nos despedimos y regreso a la librería,
en donde he dejado mi mochila.
Al regresar converso con Dio y Dajo. No
deja de sorprenderme las tantas amistades y conocidos que tenemos en común, de
lo pequeño que es el mundo, no solo literario, de las muchísimas personas que
conocemos sin necesariamente saber sus nombres. Al menos, eso es lo que me
pasa, camino por las calles y de la nada patas y flacas me saludan, se muestran
felices de verme y yo no sé qué hacer ante tamaña muestra de cariño y aprecio
que siento sinceros. No es que me alucine un Rock Star, ni hablar, pero es
bueno saber que dejas una buena impresión en las personas cuando les has
recomendado no uno, sino no pocos libros.
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