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Me dirigía a una reunión en el centro
cuando me sorprende la lluvia.
Era una lluvia de verano, pero de noche,
y en short, polo y sandalias, puedes llegar a sufrir las consecuencias después.
Las consecuencias las sufrí porque
amanecí algo ronco y con un ligero dolor de cabeza.
Mi reunión al aire libre acabó cerca de
las diez de la noche. A veces cuesta cumplir, pero luego uno se anima, ya que
el compromiso va más allá de los súbitos desánimos.
Acabada la reunión, regreso a casa. El
regreso se vuelve muy pesado, el tráfico que se forma en la intersección de
Wilson con Paseo Colón impide la circulación de los buses y autos particulares.
Tomar un taxi se pintaba como una alternativa inservible, el taxi debía pasar
también por ese tráfico causado por el By Pass que se construye en el cruce de
28 de Julio con Wilson.
No me hago problemas. No me dejo guiar
por la estupidez colectiva, manifestada en la espera en los paraderos. Ese
tráfico no se soluciona rápido y si eso ocurre, sería en un par de horas. Así
es que camino, sigo directo por lo que queda de Wilson y empalmo por la
Arequipa. Cerca del parque Washington, compro una botella de agua mineral sin
gas y tomo asiento en una de las bancas. Frente a mí, el Centro Cultural de
España.
Imposible no tener en cuenta su
biblioteca, de la que sé que volverá a abrir en los próximos días. Viene a memoria
una secuencia de imágenes, frecuentes, y decirlo es quedarme corto, desde fines
del 2000 hasta las fecha, un secuencia infinita de situaciones y excesos. Hubo
una época en que vivía en esa biblioteca, llegaba al mediodía y salía a las
seis de la tarde, listo, preparado para perderme en la intensidad y el peligro
por conocer de las calles del centro, ajá, en esas épocas decíamos así, el
centro, no Centro Histórico.
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