"que levante mi mano quien crea en la telequinesis"
Se está volviendo costumbre llegar a
nuestros autores favoritos por la vía no oficial. Más bien, accedemos a ellos
por caminos paralelos que poco o nada tienen que ver con los que sí cobijan a
los que escuchamos desde el colegio o la universidad. Estos autores aún no
forman parte de ese gran imaginario de autores que tranquilamente pueden ser
ubicados por el conocedor y el sujeto
informado.
En cuanto a referencia cultural, estos
autores se ubican a años luz de un Hemingway, Sartre, García Márquez, Vargas
Llosa, Carlos Fuentes, Norman Mailer, etc., que pueden ser localizados de
nombre sin necesidad que se les haya leído. Hablamos de una suerte de
posteridad de mármol, de paganismo nacionalista, de religión posera, como
gustes llamarlo.
Estos autores se cuelan en nuestra mente
gracias a un pequeño esfuerzo del lector, la mayoría de las veces tejiendo
puentes, buscando conexiones temáticas, como en esos días de inicios del nuevo
siglo, días en los que buscaba ensayos y novelas sobre las guerras acaecidas en
el Siglo XX, encontrando en un puesto de libros de Camaná “Matadero Cinco”. A
partir de esta lectura, comenzó una búsqueda casi insaciable de los libros de
Vonnegut, que a medida que iban pasando los años supe que no era tan secreto
como pensaba, sino que gozaba de un envidiable reconocimiento entre un público
lector y medianamente informado. Vonnegut fue un artista talentoso, como
narrador, quizá uno de los más importantes de la segunda mitad del XX; como
intelectual, uno que hablaba de lo que le venía en gana, pero siempre
valiéndose del humor, la ironía y el punto de vista disidente.
Vonnegut no es de los autores que
ingresarán al imaginario del gran público. No será reconocido por los hombres y
mujeres de a pie, pero tampoco será el autor de sectas secretas como sí lo
pueden ser Schwob y B. Traven, a saber. La galaxia Vonnegut es inestable,
ingresa, sale, a lo mejor se establece en uno por temporadas y cuando menos lo
piensas desaparece. Por eso su poética es dueña de una resonancia, por eso nos
sigue mensajeando desde el más allá.
Este escritor gringo murió en 2007. Su
muerte fue lamentada por no pocas plumas de nivel en el mundo entero. A partir
de entonces se empezó un rescate de su obra, ya sea en reediciones y libros
póstumos. El volumen que nos reúne ahora es una selección de los discursos de
graduación que leyó a lo largo de su vida, una selección, por demás exquisita y
edificante en todo el sentido de la palabra. No, Vonnegut no habla de la
esperanza, ni de las más altas aspiraciones a las que debe llegar el ser
humano.
Tengamos en cuenta que los discursos de
graduación vienen siendo asumidos como todo un género literario. Son los
alumnos que se gradúan los que eligen al escritor/intelectual/artista/científico
que les leerá el discurso final antes de dejar la universidad. Es pues una
tradición en la academia gringa, en la que, si nos ceñimos a los escritores,
han leído discursos de graduación Foster Wallace, John Updike, Philip Roth,
Vollmann, Doctorow y demás plumas medulares de la literatura norteamericana.
El título escogido para esta publicación
no pudo ser mejor, es genial, a secas: Que
levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros mandamientos para
corromper a la juventud (Malpaso, 2014). Como se sugirió líneas arriba, en estos nueve
discursos no estamos ante un Vonnegut que pontifica, sino ante uno que mezcla
impresiones y experiencias naturales, es decir, en ningún momento habla desde
la altura del exitoso y del sabio, sino que comparte sus dudas, temores y
luchas con los alumnos que viven a lo mejor el día más dichoso de sus vidas. El
autor conecta con ellos, y obviamente, también con el lector, a razón de la
fineza irónica de su mirada y la sencillez/simplicidad de sus conceptos,
hablando tranquilamente de la bomba atómica, Alfred Nobel, Philip Roth, Al
Qaeda, Bush… a tópicos terrenales como el uso de los sombreros, los exámenes,
las drogas, la música, el baile… Sentimos a un Vonnegut risueño, que gusta de lo
que nos dice, pero que en ningún momento nos toma el pelo, sino que nos
respeta, por eso nos habla así, por eso el lector, y de la misma manera que lo
hicieron los alumnos que lo escucharon, tiene ganas de aplaudir por muy buen
rato.
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