"cancroregina"
En la experiencia de la lectura, uno no
puede dejar de sentirse agradecido cuando terminas un texto con algo de
tristeza, pero esa tristeza viene asociada a la cuestión del goce que se ha
experimentado, habiendo deseado durante su lectura que esta no se acabe, o que
en todo caso, se demore lo más que se pueda y en ello entra a jugar el lector,
que hace todos los malabares posibles para ralentizarla, mas este fin textual
es solo un eufemismo, porque la resonancia es la que pervive, para bienestar de
los lectores.
Tommaso
Landolfi (1908 – 1979) fue un extraordinario escritor italiano. En lo
personal, no voy a perder el tiempo buscando las razones que me expliquen por
qué no goza de la aceptación que merece a la fecha, en qué habría que hacer
para que ubicarlo de una buena vez entre las eximias plumas de la narrativa
escrita en el Siglo XX.
Llegué a Landolfi por suerte. Pero se
trata de una suerte que se busca, no de esa suerte que proviene de la nada,
como un tiro al palo en los segundos de los descuentos en un partido de fútbol.
Fue así, más o menos: me encontraba en la librería, perdido en los lomos de los
anaqueles, cuando el aún narrador inédito y leído librero Dío me recomienda Cancroregina (Adriana Hidalgo, 2013) de Landolfi. A Landolfi lo
ubicaba gracias a referencias de Bloom y Wood, pero no lo había leído, y si
algún día pensaba leerlo, sería dentro de mucho tiempo, porque las prioridades
eran otras. Felizmente le hice caso a Dío y me llevé este título.
En primera instancia, se asocia Cancroregina a la ciencia ficción. Más de
uno cree que esta novelita lo es y en parte estoy de acuerdo en ubicarla en los
márgenes de esta nomenclatura. Pero esta cualidad genérica en poco o nada suma,
ni menos ayuda, a su indiscutible valor literario. Si nos abrimos de estos
hitos genéricos, y dejamos libre a la novela, seguiríamos pensando que el texto
es un testimonio no solo de la capacidad inventiva de su hacedor sino un
documento fehaciente de su estilo, a simple vista sencillo, pero que la lectura
revela como mágico, no menos que hechizante.
Eso es: el estilo de Gandolfi. Si lo
irreal se convierte en un hecho verosímil, es gracias a la epifanía constante
de su estilo. Gracias a este, no desdeñamos lo que nos cuenta el narrador
protagonista, que recibe la visita de un hombre que acaba de escapar de un
manicomio. El presunto orate le invita a ser parte de un viaje en una extraña
máquina llamada Cancroregina (Reina de cáncer). El narrador protagonista acepta
la propuesta sin pensarlo demasiado.
Hasta aquí, lo que cuento tiene todos
los visos de estar jalado de los cabellos. Sin embargo, como indiqué, es el
estilo lo que sustenta el rizo discursivo de Landolfi, es lo que eleva a la
novela, además, este estilo enriquece la sencillez de la estructura diarística
que la conduce. Somos partícipes de las vicisitudes de los aventureros, pero
estas aventuras no tardan en quedar de lado, ingresando a una zona en la que
impera el ánimo cuestionador y crítico de nuestro narrador. ¿Qué es esta zona?
No lo pensemos mucho: es la zona liberada/neutra que ofrece el registro del
diario. En otras palabras: se sale del “argumento” para seguir en la libertad
de la escritura.
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