martes, marzo 01, 2016

"cancroregina"

En la experiencia de la lectura, uno no puede dejar de sentirse agradecido cuando terminas un texto con algo de tristeza, pero esa tristeza viene asociada a la cuestión del goce que se ha experimentado, habiendo deseado durante su lectura que esta no se acabe, o que en todo caso, se demore lo más que se pueda y en ello entra a jugar el lector, que hace todos los malabares posibles para ralentizarla, mas este fin textual es solo un eufemismo, porque la resonancia es la que pervive, para bienestar de los lectores.
Tommaso  Landolfi (1908 – 1979) fue un extraordinario escritor italiano. En lo personal, no voy a perder el tiempo buscando las razones que me expliquen por qué no goza de la aceptación que merece a la fecha, en qué habría que hacer para que ubicarlo de una buena vez entre las eximias plumas de la narrativa escrita en el Siglo XX.
Llegué a Landolfi por suerte. Pero se trata de una suerte que se busca, no de esa suerte que proviene de la nada, como un tiro al palo en los segundos de los descuentos en un partido de fútbol. Fue así, más o menos: me encontraba en la librería, perdido en los lomos de los anaqueles, cuando el aún narrador inédito y leído librero Dío me recomienda Cancroregina (Adriana Hidalgo, 2013) de Landolfi. A Landolfi lo ubicaba gracias a referencias de Bloom y Wood, pero no lo había leído, y si algún día pensaba leerlo, sería dentro de mucho tiempo, porque las prioridades eran otras. Felizmente le hice caso a Dío y me llevé este título.
En primera instancia, se asocia Cancroregina a la ciencia ficción. Más de uno cree que esta novelita lo es y en parte estoy de acuerdo en ubicarla en los márgenes de esta nomenclatura. Pero esta cualidad genérica en poco o nada suma, ni menos ayuda, a su indiscutible valor literario. Si nos abrimos de estos hitos genéricos, y dejamos libre a la novela, seguiríamos pensando que el texto es un testimonio no solo de la capacidad inventiva de su hacedor sino un documento fehaciente de su estilo, a simple vista sencillo, pero que la lectura revela como mágico, no menos que hechizante.
Eso es: el estilo de Gandolfi. Si lo irreal se convierte en un hecho verosímil, es gracias a la epifanía constante de su estilo. Gracias a este, no desdeñamos lo que nos cuenta el narrador protagonista, que recibe la visita de un hombre que acaba de escapar de un manicomio. El presunto orate le invita a ser parte de un viaje en una extraña máquina llamada Cancroregina (Reina de cáncer). El narrador protagonista acepta la propuesta sin pensarlo demasiado. 
Hasta aquí, lo que cuento tiene todos los visos de estar jalado de los cabellos. Sin embargo, como indiqué, es el estilo lo que sustenta el rizo discursivo de Landolfi, es lo que eleva a la novela, además, este estilo enriquece la sencillez de la estructura diarística que la conduce. Somos partícipes de las vicisitudes de los aventureros, pero estas aventuras no tardan en quedar de lado, ingresando a una zona en la que impera el ánimo cuestionador y crítico de nuestro narrador. ¿Qué es esta zona? No lo pensemos mucho: es la zona liberada/neutra que ofrece el registro del diario. En otras palabras: se sale del “argumento” para seguir en la libertad de la escritura. 

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