"la noche de los alfileres"
Veamos.
Si llevamos a cabo una breve mirada a la
narrativa peruana de los últimos cuarenta años (aunque tranquilamente podríamos
aumentar este tiempo sugerido), en pos de una voz a la que pudiéramos de
calificar de productiva y eficaz, esa voz sería, sin duda alguna, Santiago
Roncagliolo.
A saber, imaginemos esta situación: dos
hombres y dos mujeres en la cola de un banco, presas de una espera que se
extiende más de lo habitual, con su cuota de queja y mohín de rigor. No pasa nada,
nada que llame la atención de un potencial observador, hecho por demás
superfluo para un escritor mirón que no encuentra el conflicto, el asombro de
la tan llamada realidad, salvo que ese escritor mirón sea Roncagliolo, quien al
tiro encuentra el detalle, razón, motivo y pulsión que no halla el clásico
escritor mirón a la espera de la revelación existencial, la cual, lo más
probable, nunca se le presentará.
Entonces, Roncagliolo se dirige a sus cuarteles
de invierno. Prende la computadora, abre un archivo en Word y comienza a
fabular partiendo del detalle, pulsión, encontrados en los cuatro clientes en
la cola del banco. El resultado, en relación a las distancias cortas: un cuento
por demás redondo, y no solo eso, también sumamente divertido. O sea, somos
testigos del zapatazo de la compleja sencillez sobre la deliberada dificultad
de aquellos escribas que alucinan que mientras más difícil escriben hacen
literatura.
Más de diez libros entre ficción, ensayo
y no ficción. Los libros de ficción de Roncagliolo se leen porque divierten,
así de simple. Justifican el tiempo dedicado a su lectura sin aburrirnos, y
esta cualidad, a la fecha, no es para nada poca cosa. En este sentido, podemos
entender el éxito que ha logrado en toda su trayectoria. Su vigencia, sin duda,
yace en los números, y números es lo que seduce y justifica a los poderosos
sellos editoriales, lo cual está bien, ya que se debe generar dinero, cosa que
a veces “algo” de ese dinero es invertido en apuestas por autores que hacen
gala de una poética por demás hermética. Ya lo hemos visto y ojalá lo sigamos
viendo.
Y claro, no hay que confundir éxito
comercial con logro literario. Si ambas características confluyen, todos
felices. Mas no siempre ha sido así y en este sentido, la crítica/reseñismo sí
tiene una deuda moral al momento de valorar la poética del escritor peruano más
exitoso, en lo comercial, después de Vargas Llosa.
Si hablamos de virtud literaria, si
entendemos esta como el flujo y ecos de epifanías, y sus variantes, nuestro
autor queda muy rezagado, en una clara desventaja, a razón del triunfo que en
su poética se manifiestan la frivolidad y el facilismo que conducen sus tópicos
de momento. Novelas y cuentos escritos bajo la guía de la experiencia adquirida
en el constante ejercicio de la escritura, la cual le ha permitido dominar más de
un género, por ejemplo, transitando de la novela rosa a la novela negra, y
mezclando estos géneros en pos del divertimento, pero esa mezcla no demora en
erguirse como una coraza de un discurso vacío, lejano de la transmisión y
comunicación que debe generar un texto que pretender ser catalogado de
literario, y esto no ocurre, prefiero pensar que es así, por mala intención del
autor, sino por la falta de maceración del proyecto en cuestión a causa del apuro
al que se ven sometidos autores como Roncagliolo, que cada dos o tres años
están obligados a entregarnos novelas de trescientas páginas como mínimo.
Desde el éxito de la premiada Abril rojo, nuestra máquina de narrar no
se ha cansado de publicar novelas que han languidecido como literatura, es
decir, arribando al olvido, siendo rescatadas de ese estado gracias a las
reediciones saludadas por el reseñismo guaripolero que se derrite por la buena
escritura y el divertimento como si fueran virtudes literarias a destacar.
¿Cómo? ¿Las novelas de divertimento
acaso no pueden acceder a la experiencia literaria? Claro que sí. Ejemplos de
ello los tenemos en maestros como Simenon, Christie, Ludlum, Dick, King,
Clancy… Y en las parcelas en castellano: Juan Madrid, González Ledesma,
Pérez-Reverte, Vásquez Montalbán… Hasta las novelas de divertimento necesitan
maceración y eso lo debe saber todo autor entregado a la festiva dictadura
editorial.
Sigamos.
A partir de Tan cerca de la vida percibí una intención en Roncagliolo por la
madurez temática y creí que seguiría en esa senda en su siguiente novela, Óscar y las mujeres, que resultó banal y
en muchos tramos insultante para cualquier lector, pero este acercamiento lo
volví a ver en la novela menos floja en nervio de toda su obra de ficción, La pena máxima. Sin embargo, su última novela,
La noche de los alfileres (Alfaguara,
2016), resbala hacia el abismo desde sus primeras páginas, presentándonos
personajes que hacen gala de una configuración no verosímil, sino penosamente estúpida
en su esencia, reflejando la poca responsabilidad del autor al momento de armar
precisamente las configuraciones morales de Beto, Moco, Carlos y Manu que
recuerdan su adolescencia en un exclusivo colegio religioso de Lima. Seguramente
estos “chicos malditos” podrían tener un mejor desempeño en una miniserie de un
eventual Todd Solondz desangelado, pero son injustificados en un proyecto
narrativo que también pretende ofrecernos un testimonio de época, el Perú de
los noventa. Más de una vez se ha señalado la influencia de la cultura
audiovisual en la poética de Roncagliolo, y siempre se la ha catalogado como un
respiro por demás positivo. Lamentablemente, ahora esta influencia no es un
respiro, sino una gangrena que debilita toda la novela, dinamitando, por ejemplo,
el registro del thriller en el que está inscrita, socavando aún más su ya
escasa verosimilitud.
Pero esto no es todo, en LNA asistimos a un hecho inaudito en la
narrativa de Roncagliolo, hecho que podríamos calificar de histórico, porque
sabemos que no volverá a repetirse. Nos referimos a la terca presencia del
aburrimiento. Nos gustaran o no, solíamos leer sus novelas porque podíamos
encontrar de todo, menos aburrimiento. Obviamente, lo del aburrimiento no es un
reparo literario, sino una llamada de atención, una suerte de enfoque de
cuidado a una de las cualidades narrativas del autor que todos, incluyendo sus
detractores, le han reconocido.
No hay que quemar mucho cerebro: LNA es la novela más olvidable y laxa de
Roncagliolo. Sin embargo, Roncagliolo se encuentra muy lejos de ser un narrador
acabado. Como indicamos, estamos ante una máquina de narrar que nos puede
contar de lo que le venga en gana. No obstante, una sugerencia se impone, y
esta sugerencia se la puede dar cualquier lector: no correr contra uno mismo,
ergo, los libros, las novelas, necesitan tiempo para adquirir consistencia.
Eso.
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