sábado, mayo 07, 2016

"la noche de los alfileres"

Veamos.
Si llevamos a cabo una breve mirada a la narrativa peruana de los últimos cuarenta años (aunque tranquilamente podríamos aumentar este tiempo sugerido), en pos de una voz a la que pudiéramos de calificar de productiva y eficaz, esa voz sería, sin duda alguna, Santiago Roncagliolo.
A saber, imaginemos esta situación: dos hombres y dos mujeres en la cola de un banco, presas de una espera que se extiende más de lo habitual, con su cuota de queja y mohín de rigor. No pasa nada, nada que llame la atención de un potencial observador, hecho por demás superfluo para un escritor mirón que no encuentra el conflicto, el asombro de la tan llamada realidad, salvo que ese escritor mirón sea Roncagliolo, quien al tiro encuentra el detalle, razón, motivo y pulsión que no halla el clásico escritor mirón a la espera de la revelación existencial, la cual, lo más probable, nunca se le presentará.
Entonces, Roncagliolo se dirige a sus cuarteles de invierno. Prende la computadora, abre un archivo en Word y comienza a fabular partiendo del detalle, pulsión, encontrados en los cuatro clientes en la cola del banco. El resultado, en relación a las distancias cortas: un cuento por demás redondo, y no solo eso, también sumamente divertido. O sea, somos testigos del zapatazo de la compleja sencillez sobre la deliberada dificultad de aquellos escribas que alucinan que mientras más difícil escriben hacen literatura.
Más de diez libros entre ficción, ensayo y no ficción. Los libros de ficción de Roncagliolo se leen porque divierten, así de simple. Justifican el tiempo dedicado a su lectura sin aburrirnos, y esta cualidad, a la fecha, no es para nada poca cosa. En este sentido, podemos entender el éxito que ha logrado en toda su trayectoria. Su vigencia, sin duda, yace en los números, y números es lo que seduce y justifica a los poderosos sellos editoriales, lo cual está bien, ya que se debe generar dinero, cosa que a veces “algo” de ese dinero es invertido en apuestas por autores que hacen gala de una poética por demás hermética. Ya lo hemos visto y ojalá lo sigamos viendo.
Y claro, no hay que confundir éxito comercial con logro literario. Si ambas características confluyen, todos felices. Mas no siempre ha sido así y en este sentido, la crítica/reseñismo sí tiene una deuda moral al momento de valorar la poética del escritor peruano más exitoso, en lo comercial, después de Vargas Llosa.
Si hablamos de virtud literaria, si entendemos esta como el flujo y ecos de epifanías, y sus variantes, nuestro autor queda muy rezagado, en una clara desventaja, a razón del triunfo que en su poética se manifiestan la frivolidad y el facilismo que conducen sus tópicos de momento. Novelas y cuentos escritos bajo la guía de la experiencia adquirida en el constante ejercicio de la escritura, la cual le ha permitido dominar más de un género, por ejemplo, transitando de la novela rosa a la novela negra, y mezclando estos géneros en pos del divertimento, pero esa mezcla no demora en erguirse como una coraza de un discurso vacío, lejano de la transmisión y comunicación que debe generar un texto que pretender ser catalogado de literario, y esto no ocurre, prefiero pensar que es así, por mala intención del autor, sino por la falta de maceración del proyecto en cuestión a causa del apuro al que se ven sometidos autores como Roncagliolo, que cada dos o tres años están obligados a entregarnos novelas de trescientas páginas como mínimo.
Desde el éxito de la premiada Abril rojo, nuestra máquina de narrar no se ha cansado de publicar novelas que han languidecido como literatura, es decir, arribando al olvido, siendo rescatadas de ese estado gracias a las reediciones saludadas por el reseñismo guaripolero que se derrite por la buena escritura y el divertimento como si fueran virtudes literarias a destacar.
¿Cómo? ¿Las novelas de divertimento acaso no pueden acceder a la experiencia literaria? Claro que sí. Ejemplos de ello los tenemos en maestros como Simenon, Christie, Ludlum, Dick, King, Clancy… Y en las parcelas en castellano: Juan Madrid, González Ledesma, Pérez-Reverte, Vásquez Montalbán… Hasta las novelas de divertimento necesitan maceración y eso lo debe saber todo autor entregado a la festiva dictadura editorial.
Sigamos.
A partir de Tan cerca de la vida percibí una intención en Roncagliolo por la madurez temática y creí que seguiría en esa senda en su siguiente novela, Óscar y las mujeres, que resultó banal y en muchos tramos insultante para cualquier lector, pero este acercamiento lo volví a ver en la novela menos floja en nervio de toda su obra de ficción, La pena máxima. Sin embargo, su última novela, La noche de los alfileres (Alfaguara, 2016), resbala hacia el abismo desde sus primeras páginas, presentándonos personajes que hacen gala de una configuración no verosímil, sino penosamente estúpida en su esencia, reflejando la poca responsabilidad del autor al momento de armar precisamente las configuraciones morales de Beto, Moco, Carlos y Manu que recuerdan su adolescencia en un exclusivo colegio religioso de Lima. Seguramente estos “chicos malditos” podrían tener un mejor desempeño en una miniserie de un eventual Todd Solondz desangelado, pero son injustificados en un proyecto narrativo que también pretende ofrecernos un testimonio de época, el Perú de los noventa. Más de una vez se ha señalado la influencia de la cultura audiovisual en la poética de Roncagliolo, y siempre se la ha catalogado como un respiro por demás positivo. Lamentablemente, ahora esta influencia no es un respiro, sino una gangrena que debilita toda la novela, dinamitando, por ejemplo, el registro del thriller en el que está inscrita, socavando aún más su ya escasa verosimilitud.
Pero esto no es todo, en LNA asistimos a un hecho inaudito en la narrativa de Roncagliolo, hecho que podríamos calificar de histórico, porque sabemos que no volverá a repetirse. Nos referimos a la terca presencia del aburrimiento. Nos gustaran o no, solíamos leer sus novelas porque podíamos encontrar de todo, menos aburrimiento. Obviamente, lo del aburrimiento no es un reparo literario, sino una llamada de atención, una suerte de enfoque de cuidado a una de las cualidades narrativas del autor que todos, incluyendo sus detractores, le han reconocido. 
No hay que quemar mucho cerebro: LNA es la novela más olvidable y laxa de Roncagliolo. Sin embargo, Roncagliolo se encuentra muy lejos de ser un narrador acabado. Como indicamos, estamos ante una máquina de narrar que nos puede contar de lo que le venga en gana. No obstante, una sugerencia se impone, y esta sugerencia se la puede dar cualquier lector: no correr contra uno mismo, ergo, los libros, las novelas, necesitan tiempo para adquirir consistencia. Eso.

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