jueves, julio 14, 2016

Miguel Gutiérrez (1940 - 2016), el escritor total

Sin duda, vamos a recordar este 2016 como uno de los años más tristes de la literatura peruana contemporánea. En pocos meses nos han dejado muchas voces poéticas y narrativas que gozaban de la aceptación y reconocimiento de los lectores, los que, a fin de cuentas, son los que deciden el grado de influencia y perdurabilidad de los escritores, valiéndose únicamente de la experiencia de la lectura, libres de las imposiciones ya sean del mercado editorial y de los mandatos de la academia.
A este grupo de escritores que nos abandonan, se suma quien jamás pensamos que se sumaría, al menos no en estos meses oscuros que creíamos que ya teníamos suficiente con la muerte de Oswaldo Reynoso.

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¿Qué pierde la narrativa peruana con la muerte de Miguel Gutiérrez?
Una primera impresión, pautada por la conmoción que genera la noticia, nos llevaría a afirmar que de nuestra narrativa se ausenta uno de los más nutridos novelistas de su tradición. Y para no hacernos tantos problemas al respecto, pensemos en sus títulos, en lo que proyectan sus páginas, en esos fogonazos de inmarcesible asombro y conmoción. Novelas suyas como Kymper, El mundo sin Xóchitl, La destrucción del reino, Babel, el paraíso, El viejo saurio se retira, Hombres de caminos, entre otras, son el legado del autor para los lectores de hoy y mañana, que frecuentarán estos títulos ahora bajo la luz de una de las voces que más hizo por la natural riqueza del género novelesco, género que obedece a su voracidad e inherente hechizo para extraer de lo que le venga en gana de la realidad. Estos títulos, citados al azar de la obra de Gutiérrez, aseguran la presencia de cualquier autor por un par de generaciones más, como mínimo. Lo consignamos de esta manera, cosa que tenemos idea de la obra que estamos hablando.
A propósito no consigamos su monumento al género de la novela: La violencia del tiempo, novela que junto a Conversación en La Catedral han creado atmósferas a partir de la experiencia peruana, novelas como ríos caudalosos que se han atrevido a coger por las astas la compleja identidad cultural de nuestro país. Hablamos de proezas narrativas, que después de tiempo sabemos que lo son gracias a la reflexión sin apuro, la que nos permite tener una idea cabal de sus autores. Por eso, si somos lectores atentos de nuestra tradición narrativa y conocemos lo que se tiene que conocer de esta, no nos debería sorprender que La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez se ubique entre las cinco mejores novelas en la tradición de la narrativa peruana, al lado de la ya citada de Vargas Llosa, Los ríos profundos de Arguedas, Un mundo para Julius de Bryce y El mundo es ancho y ajeno de Alegría.
Así de grande fue Miguel Gutiérrez.
Y como a uno de nuestros clásicos tenemos que leerlo y releerlo a partir de ahora. Con mayor razón sus lectores, sus devotos, la mayoría lectores competentes, que tendrán la difícil pero estimulante misión de llevar la obra de Gutiérrez al gran público, a los lectores en ciernes, a todo aquel que muestre un inicial gusto por la lectura. No se trata de un pedido justiciero, sino de uno moral.

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Hagamos un poco de memoria: Gutiérrez fue un narrador muy reconocido en esa élite de lectores en un país que no lee. Él, mejor que nadie, lo sabía, además, en vida fue testigo privilegiado de los estudios, ensayos y tesis doctorales que se escribían sobre su obra. Es decir, supo en vida lo que es el reconocimiento literario, supo también que había llegado a ser considerado un autor canónico de la narrativa peruana, sin cuya presencia no sabríamos cómo explicar el curso de su tradición.
Gutiérrez sedujo a los lectores exigentes, pero esa seducción no fue para nada un camino fácil. Su poética era una invitación a pensar mediante la ficción las taras peruanas, como el machismo, el racismo, los poderes culturales y políticos, la violencia del que domina y de quien es dominado. Pensemos en una novela, para quien escribe, una de las más subversivas de la narrativa peruana, que pone en jaque a los hacedores, y defensores ultramontanos, de los discursos en la historia política y cultural en Perú. Eso es lo que consigue Gutiérrez en Poderes secretos. ¿Novela en clave de ensayo? ¿Ensayo en clave de novela? En esta indefinición genérica descansa la polémica que suscitó. Al respecto, más de una vez me he preguntado por qué no se ha reeditado. Tenemos la de Campodónico, de 1995, y la de Bisagra Editores, del 2010. De allí no más. Al respecto le pregunté al autor y su respuesta no fue menos que contundente: “tienen miedo”.
Viéndolo de lejos, y de cerca también, Gutiérrez fue una genuina bomba Molotov temática. Los temas de este escritor piurano eran un refulgente poliedro, en el que no existía espacio para la singularidad interpretativa, lo que generaba que más de uno discutiera sobre el desarrollo de los mismos en sus respectivas tramas, pero lo que casi nadie discutía era precisamente la calidad literaria que los conducía, esa prosa de sabor decimonónico, desplegando sano colesterol en pleno auge de la mentira literaria de las llamadas novelas light, abriéndose paso ante los sabidos mandatos de la moda editorial. Gutiérrez, en este sentido, nunca vendió su poética al demonio del más rancio de los capitalismos.

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Líneas atrás señalamos el difícil camino que Gutiérrez tuvo que atravesar en pos de su legitimidad. Si su obra de ficción generaba más de un cuestionamiento temático, imaginemos entonces lo que motivaban sus ensayos y artículos.
Pero antes de ellos, haríamos bien en pensar en el Miguel Gutiérrez político, en el autor comprometido con una ideología, la marxista, que de joven lo llevó a liderar el Grupo Narración, integrado por narradores de la talla de Oswaldo Reynoso, Augusto Higa, Gregorio Martínez, Roberto Reyes, Antonio Gálvez Ronceros y Juan Morillo. Una breve visita a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional nos puede ayudar a entender los ecos que nutrían esta publicación que solo llegó a un honroso tercer número. En sus artículos y crónicas encontramos una furiosa posición política ante las injusticias del mundo, un enfrentamiento frontal contra el discurso del capitalismo. Sin embargo, por más que el espíritu de denuncia haya sido lo que alimentaba el espíritu colectivo, no podemos negar las evidentes cualidades literarias que exhibían sus integrantes, que más allá de la juventud, encontrábamos en sus textos harta madurez narrativa. Obviamente, la voz ideológica recaía en Gutiérrez. Al respecto, una tarde en el café Dominó de La Plaza San Martín, le pregunté si él era el autor escondido casi toda la producción textual de los números publicados de la revista. Gutiérrez esbozó una sonrisa y me dijo que sí. “Había que cambiar el mundo y el marxismo era la única salida en esos años”, me dijo mientras sus ojos brillaban perdidos en el tiempo.

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Después de la publicación de El viejo saurio se retira, en 1969, nuestro escritor se dedicó al discurso ideológico de izquierda por más de veinte años. Gutiérrez se dedicaba a la enseñanza y a estudiar en profundidad el marxismo, y en esos años de “silencio” también se dedicó a recibir a jóvenes autores que con respeto y reverencia iban a buscarlo. Respeto y reverencia por esta razón: si una imagen había dejado Gutiérrez en los tiempos de Narración y la publicación de su primera novela, esta era la de ser un voraz lector, un amante de la ficción, un todoterreno de la novelística rusa, un detective de las técnicas joyceanas y faulknerianas. Visitar a Gutiérrez era como visitar a un maestro espiritual que en el rigor de la opinión estimulaba a los jóvenes narradores inéditos a leer todos los libros de los que les hablaba.
Esta pasión por la lectura lo llevó a descubrir las bondades de un género como el ensayo, en el que en su etapa inicial, y siguiendo la línea asumida en Narración, resultaba implícita la dependencia entre el ensayismo y la ideología, que terminaban configurando su criterio estético literario, tal y como lo vimos en su polémico libro La generación del 50: Un mundo dividido.
Estamos en 1988. Todo el mundo se le vino encima, el silenciamiento comenzó a gestarse. El oficialismo pedía su cabeza por medio del ninguneo. En lo personal, y se lo dije a Gutiérrez en su momento, este libro de ensayos era genial, alucinante, pero que lamentablemente exhibía un “desenlace” abominable en cuanto a lo que dice de Abimael Guzmán.
Luego de muchos años sin publicar y hacerlo con un ensayo pautado por un polémico espíritu ideológico no era más que una nueva invitación al silencio. Pero Gutiérrez la tenía clara. Nadie lo iba callar y en la década siguiente comenzó a publicar las novelas que había estado escribiendo en esos años de “silencio”. Las novelas se publicaban pero más allá de la maestría que mostraban, las preguntas sobre su postura en La generación del 50, se hacían presentes en las entrevistas y en cada acto cultural que participaba, del mismo esta apreciación influía cuando se las valoraban críticamente. Por este motivo, sus apariciones públicas comenzaron a ser cada vez más espaciadas y tenía toda la razón en optar por esa estrategia, ya que le cansaba que le saquen en cara su postura política cuando se suponía tenía que hablarse de sus novelas. Al final, esta opción fue la más saludable, porque su obra comenzó a ser comentada como tal, sin los aderezos de la leyenda.

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Narrador de espíritu decimonónico y ensayista comprometido. Ensayista comprometido, en primer lugar, con la honestidad de su pensamiento. Cuando le propusieron reeditar La generación del 50, aceptó la reedición bajo dos condiciones: la primera, mantener el texto tal cual, como testimonio de época, y la segunda, que se incluya un prólogo suyo en el que cuestionaría la postura política e ideológica de esa primera edición.

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En otras palabras: Gutiérrez contra Gutiérrez para ser más Gutiérrez que antes.

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No solo fue cuestionado por el oficialismo cultural conservador, también por el naciente nuevo oficialismo cultural de la izquierda. Más de una vez he pensado que nuestro autor era la metáfora de su personaje Kymper, perseguido y cuestionado por sus enemigos y los suyos. Gutiérrez sabía que esa debía ser la labor del creador e intelectual: no venderse a la opinión común y si en esa actitud recibía puyazos, pues bienvenidos sin importar de dónde. Además, reflejó en su vida los máximos principios de la izquierda, siendo consecuente y ajeno a toda frivolidad discursiva. Esta consecuencia lo llevó a estar cada vez más solo pero a la vez muchísimo más admirado por los muchos que éramos testigos de su entereza moral en sus decisiones. En lo que otros empequeñecían a causa de la tentación mediática y el relacionismo oficial, él se atrincheraba más en su principio. ¿Acaso no nos hemos preguntado por qué no aceptó la invitación que le hizo el Ministerio de Cultura para la FILBO del 2014, lo que suponía para su discurso y vida llevar la pancarta de la Marca Perú? Solo una pregunta, entre muchas que nos podrían graficar su compromiso con el sentimiento y discurso de izquierda.

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Como ya se señaló, Gutiérrez conquistó a los lectores peruanos más exigentes y ahora la tarea de estos es direccionar su obra y nombre hacia ese gran público.

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Miguel Gutiérrez escribía todos los días. La última vez que nos comunicamos, me comentó que esperaba contar con las energías para seguir avanzando en sus proyectos. Trabajaba en tres novelas y en varios ensayos, entre los que seguía mostrando interés por la narrativa peruana última (en realidad, esa noche me llamó para hablarme, y muy bien, de Los niños muertos de Richard Parra). Seguimos hablando. En las próximas semanas debía someterse a varios chequeos médicos y quedamos en encontrarnos en el café Dominó de La Plaza San Martín.
Gutiérrez nos deja como tiene que dejarnos un gran escritor: en pleno trance de la escritura.

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1 Comentarios:

Blogger Unknown dijo...

Recordaremos con mucho cariño y admiración a Don Miguel Gutiérrez. Saludos Gabriel.

5:00 p.m.  

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