martes, julio 26, 2016

"monasterio"

Los lectores atentos a las idas y venidas de la nueva narrativa latinoamericana recordarán que hace varios años tuvo lugar en las generosas tierras colombianas el tan promocionado Bogotá 39. Evento al amparo del célebre Hay Festival, que reunió a 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años, catalogados y promocionados como lo “mejorcito” de la narrativa latinoamericana del nuevo siglo, integrado por nombres llamados a revolucionar la lengua de Cervantes y demás hierbas dignas de la propaganda y el interés editorial.
Quien escribe recuerda que todos los días recibía en su correo electrónico pormenorizadas noticias de lo que acaecía en Bogotá. Uno, sin estar en dicha ciudad, estaba, así guste o no, al día de las actividades que cumplían los 39 elegidos. Para muchos lectores, se trataba de una oportunidad especial para conocer autores, cruzar influencias y ver, cómo no, cuán latinoamericanos éramos. Para otros lectores, digamos más duros y escépticos, se trataba de una estafa orquestada por los grandes sellos editoriales que hacían y deshacían en el imaginario literario en español.
Hubo pues para todos los gustos y disgustos. Por ejemplo, entre los disgustos, más de un escriba estuvo a nada de proponer una nueva edición más amplia, más “justa” literariamente, como un Bogotá 45. En fin, de todo podemos esperar cuando nos topamos con egos dañados y desesperados por un cuarto de hora de fama.
Los años pasaron, y no pasaron en vano. El tiempo se encargó de ordenar lo que quedó de la fiesta. La lectura atenta de la mayoría de los B39 nos permitió constatar quiénes destacaron, quiénes quedaron, quiénes sobrevivieron y, muy especial, quiénes siguieron viviendo como B39.
Lamentablemente, los que destacaron después de Bogotá 39 son un puñado de autores que en obra demostraron que ya no son promesas, sino más que saludables realidades a las que debemos comenzar a leer con toda la seriedad que su poética amerita. Uno de ellos, el narrador guatemalteco Eduardo Halfon (1971).
Un breve repaso a la obra de nuestro escritor nos indica que no solo exhibe una obra prolífica, sino también que esta ha sido saludada por la crítica y reconocida por los lectores. No hay mucho que explicar al respecto, sino no fuera por este par de características, Halfon no hubiera publicado tanto en tan poco tiempo, entregando a las editoriales títulos que, aparte de ser universos independientes, tienen la cualidad de mostrar un enriquecedor diálogo entre los mismos, diálogo que partiendo de la experiencia literaria, nos lleva también a distintas parcelas temáticas, como la identidad, la violencia, el Holocausto y la “cuestión” judía, que sin duda han motivado más de una discusión entre sus lectores.
En su última novela, Monasterio (Libros del Asteroide, 2014), Halfon vuelve a su ciclo autobiográfico iniciado con el El boxeador polaco y continuado por La pirueta, pero ahora en una aparente pequeña dosis, que como tal, no deja de transmitir lo que sus libros vienen transmitiendo. Pues bien, si una primera impresión deja esta novela es la capacidad de Halfon para adentrarse en el hastío de su homónimo personaje, quien con su hermano llega a Jerusalén para asistir al matrimonio de su hermana con un judío ortodoxo de New York. Sus padres, su hermano y su hermana están dispuestos a escenificar el acto de lo que será el momento más importante en la historia de uno de los miembros de la familia, sin embargo, Eduardo no está dispuesto a aceptar esa situación, rehúye de lo que califica como falsedad, actitud reforzada por una inclinación a no aceptar el sobredimensionamiento que los suyos hacen de la condición judía. Sus ganas de regresar a Guatemala cuanto antes comienzan a pautar su comportamiento. Además, se siente hastiado consigo mismo, y para colmo no le gusta el calor y la sensación a tierra que le genera Jerusalén. Entonces decide no asistir a la boda de su hermana y su salvación a su estancia en Israel, viene por cuenta de Tamara, la aeromoza de Lufhtansa que creyó reconocer al arribar al aeropuerto de Tel Aviv, la misma que lo llama a su hotel en el momento que ya había decidido no asistir a la novela de la hermana, hecho que tira por los suelos las sospechas que tenía sobre ella porque, efectivamente, sí la había conocido años antes en un bar de Guatemala.
En el reencuentro con la israelí no solo marca el destino inmediato de Eduardo, sino también permite que la narración se abra para encausarse en un ejercicio de memoria sobre el origen y la identidad signada por su procedencia judía. Halfon nos entrega un personaje como Tamara que, en su justa configuración, es el recipiente en el que el autor vierte el discurso de su protagonista. En este sentido, Halfon no solo demuestra gran habilidad narrativa, puesto que hasta antes de la decisión de su alter ego de no asistir a la boda, la novela parecía estancarse en un círculo temático bajo la sombra del hastío. Con Tamara, como presencia sin mucho protagonismo, la novela se dispara hacia una serie de discursos sobre la memoria, canalizada en una voz que refleja la resignación de nuestro protagonista con el destino sobre la identidad. Con esta estrategia, Halfon eleva la novela a la categoría de la reflexión, una reflexión que no juzga ni condena, sino que consigna sensaciones e impresiones, a saber, Tamara desnuda y bañada en piedritas de sal frente al Mar Muerto, absorta ante la historia que le cuenta Eduardo sobre un judío que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial vestido como niña.
La llamada cuestión judía (y sus variantes familiares y religiosas) y el Holocausto, en manos menos talentosas, devienen en ejes temáticos dinamitados por el lugar común. El éxito de Halfon en Monasterio y en los libros que componen su obra, escritos bajo la presencia de estos tópicos sensibles, se debe a que antes que la persona, se impone en el ejercicio de la escritura literaria la mirada del escritor. Ese es pues su secreto. A esto sumemos que Halfon, como escritor, sí tiene muchísimo que decir.

… 

Publicado en El Virrey de Lima

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Tio, haz alguna reseña sobre Flann O'Brien, cuyas dos obras maestras he visto hace poco en Lima. Hay que resaltar a este autor en nuestra escena. A gritos.

1:54 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

es verdad, hay títulos de F O que deberían darse a conocer un poco más, quizá un artículo sobre algunos libros del irlandés, "lbp" y "lvd"
saludos

2:07 p.m.  

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