querido Miguel / querido maestro
No lo pensemos mucho: la literatura
peruana acaba de perder a uno de los más grandes escritores de su tradición
narrativa. Para quien esto escribe, Gutiérrez era el mayor narrador peruano
vivo después de Mario Vargas Llosa, algo que en principio bien podría ser polémico,
pero allí están las luces y los asombros que generaban sus libros para refrendar
aún más ese convencimiento.
Quienes conocimos y fuimos amigos de
Gutiérrez sabemos de su consagración total a la literatura, de su práctica
diaria en el ejercicio de la escritura, como también de su gran voracidad lectora.
Eso, para mí: Gutiérrez era un gran
lector que escribía.
Para tener una obra signada por la
radiación decimonónica, había que ser un irredento devorador de libros, no solo
de ficción, sino de historia, filosofía y sociología. Hablamos pues de una
esponja que se nutría de la experiencia libresca y vital, actitud que también
se dejaba ver al momento de plasmar ya sea por escrito y oralmente sus posturas
políticas e ideológicas, que durante un tiempo hicieron que su obra y figura
sean víctimas de la censura por parte de los guachimanes de los oficialismos
culturales y literarios, censura que duró más de una década, tiempo que él no
desaprovecho en el lamento ni en la queja, porque lo que hizo en esos años de “silencio”
fue escribir, preparar su regreso al ruedo de la publicación, tal y como se
manifestó a fines de los ochenta con Hombres
de caminos.
De a pocos, y ajeno a los escándalos y
afanes por llamar la atención, Gutiérrez fue ganando legitimidad literaria. A
los sectores oficiales de la cultura y de la literatura no les quedó más remedio
que incluirlo, en principio a media voz y tiempo después, sin temor alguno,
como autor canónico de la narrativa peruana contemporánea.
Para ese entonces Gutiérrez mostraba una
postura que obedecía a una razón poderosa: su alejamiento permanente de los
saraos literarios, puesto que mucho tenía con sus proyectos de novela, sus
ensayos (en los que la narrativa peruana última no quedó fuera de su interés) y
sus horas dedicadas a la lectura.
Lector apasionado y escritor sin
obstáculos. A saber, uno de sus accidentes de tránsito obedeció a que estaba
leyendo una novela cuando cayó del estribo de una custer que lo llevó a La Cantuta
donde ofreció una conferencia. O cuando tuvo el brazo derecho fracturado a
razón de una caída en casa. Nunca se hizo problemas: el placer de la lectura y la
pulsión por escribir se imponían en fuerza y voluntad. Es así que escribía con
los dedos de la mano izquierda, mano que menos dominaba. “Avanzo de frase en
frase, algo es algo mientras mi brazo derecho está así, no puedo dejar de
escribir”, me dijo en una ocasión en su casa de aquella vez, en Lurín.
Y también fui testigo de su autocrítica,
tanto en persona y leyéndolo. Pensemos pues en el prólogo de la segunda edición
de La generación del 50: Un mundo
dividido. No me hago problemas al respecto: había que ser muy valiente y
dispuesto al autocuestionamiento. Gutiérrez lo demostró, como solo los grandes.
Se cuestionó pero nunca traicionó los genuinos y solidarios principios que
guiaban su pensamiento de izquierda, fidelidad que la vimos más de una vez por
medio de ese factor que muy pocas veces podemos percibir entre nuestros
intelectuales y narradores de izquierda: coherencia.
Las enfermedades, entre ellas el cáncer,
se hicieron presentes en sus últimos años de vida. Si hasta entonces
participaba muy poco en la vida literaria, ahora con los achaques de salud
estas apariciones públicas sucedían muy contadas veces, siempre en compañía de
Mendis, su mujer, amiga y agente, que cuidaba al detalle todo lo relacionado a
su quehacer literario, la que le permitía ejercer su proyecto de forma
despreocupada y concentrada.
Como bien saben los lectores de la
librería, Gutiérrez participó a fines del 2015 en una de las ediciones en “Encuentros
en El Virrey de Lima”. Cuando lo llamé para hacerle la consulta, no dudó en
participar, porque él sabía que se iba a sentir como en su casa, porque en su
casa se hablaba de pura literatura, en inacabables jornadas no ajenas a las
diferencias de los pareceres literarios, pero siempre en aroma de sana discusión,
con argumento y pasión.
Volvamos a las novelas y ensayos de
Miguel Gutiérrez. Sigamos su coherencia. E imitemos su pasión por la lectura.
…
Publicado en El Virrey de Lima
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