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Mañana de sábado. Me encuentro solo en
casa, porque mis viejitos se han ido donde mi hermano a recibirlo luego de una
semana de viaje familiar. Voy al baño y me remojo la cara. Y con las mismas me
dirijo a la cocina. En la refrigeradora, un generoso bisté. No lo pienso más de
la cuenta. Freiré el bisté y también tres huevos.
Preparo una taza de café mientras el
aceite calienta en la sartén. El aroma de la carne enciende los sentidos de Onur.
Cuando el aceite está en su punto, pongo la carne, con suavidad, no la tiro
como otra gente sí. Lo demás es pan comido. Le meto un poco de vino y listo.
Ahora sí, ese es el aroma que busco.
Desayuno rápido.
Luego de un fugaz descanso, dedicándome
a leer Somos y El Comercio, La República y Exitosa, me meto a la ducha.
En mi escritorio, tengo los apuntes que
hice en mi última incursión en la BNP. Me encuentro viajando en el tiempo, pero
ese viaje me está dejando una suerte de picadura en la punta de la nariz. Por
un momento, barajo la idea de usar mascarilla, aunque se supone que no es
necesario debido a los buenos cuidados que los bibliotecarios hacen del
material bibliográfico. La picadura se vuelve más insistente a medida que me
rasco más. Me he estado rascando más fuerte de lo que podría hacerlo. Entonces
me miro en el espejo. La punta de mi nariz en rojo intenso, como si mis fosas
nasales hubieran sido partícipes de un endiablado viaje de coca, pero no, lo
que parecía una molestia el día anterior, se ha convertido en una cruda
realidad en las últimas horas.
Me puse un polar y salí directo, primero
y con la esperanza de que sea el único destino para el problema, a la farmacia,
en donde un par de señoras y un médico conocen como pocos de los repentinos
atentados que sufre mi salud.
Les conté lo que me venía ocurriendo, la
sensación de escozor se había asentado en las últimas horas y que estaba
tentado en pasarme la punta de un cuchillo por la nariz. Se me acercaron las
farmaceutas, una se subió a un banquito para poder estar (en algo) a mi altura,
me cogió el rostro y lo acomodó varias veces a sus ángulos de visión.
No es nada grave, es solo una infección
que se soluciona con una crema. Las señoras me preguntaron por mis padres, a
quienes mandaron cariñosos saludos. Lo mismo por mi hermano y su familia.
Respondía y recibía sus encargos de afecto, y al hacerlo, hice memoria. Se me
hacía difícil creer lo ingrato que había sido con esta farmacia, por las miles
de veces que he pasado de largo por ella sin dignarme a entrar y saludar a las
farmaceutas y el médico que más de una vez han estado allí ante cada problema
de salud. Eso es lo más jodido, sentirte un malagradecido con esas personas que
te siguen tratando de la misma manera que cuando tenía 13 o 15 años. Esta
farmacia es quizá una de las mejores de La Victoria, que no es decir poco,
siendo este un distrito de tantos contrastes y espacio de bizarras situaciones,
y no es la mejor por lo bien surtida en remedios, sino, ante todo, por la excelente
atención, la misma desde hace más de treinta años.
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