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Domingo de sol y con muchas cosas que
hacer por delante. La principal de ellas, seguir pasando a Word las 120 páginas,
escritas a mano, que encontré en un folder escondido días atrás mientras ordenaba
mi pequeño almacén. Esas páginas eran del 2006 y de las mismas se publicó un
fragmento en un blog de aquel entonces. No esperaba encontrar ese folder, pero
de poco o nada me servía tenerlo como un archivo guardado si no tenía su versión
en Word. Entonces, le dedico una hora diaria a pasar las páginas a otro
soporte, que imagino, tarde o temprano me servirá para algo, quizá para una
reescritura y para saber qué es lo que puedo o no hacer con ese texto.
Me encuentro en viada, pero me doy
cuenta de que me falta el elemento nocivo de la escritura. Me quedé sin
cigarros y debo salir por una cajetilla, y lo hago mientras escucho por el móvil
una clásica canción de Lou Reed, que me la ha pasado una guapa activista
newyorkina.
En el trayecto me cruzo con algunas
amigas del barrio, las hermanas Bernardo, que no conformes con mi saludo de
lejos (aún andaba en sueños), se me acercan. Ellas ya no viven en el barrio
pero sé que los domingos vienen a visitar a su mamá. Nelly y Paquita, lo
recuerdo, eran la sensación todo Apolo, hasta recuerdo que varios jugadores
profesionales venían desde Breña, el Rímac y, obviamente, de Matute, a
buscarlas. Hablo pues de la primera mitad de la década del noventa, años en los
que futbolísticamente destacamos por las cañas de sus protagonistas. Más de uno
se moría por ellas, hasta hubo un jugador paraguayo que a nada estuvo de
comprar un grifo para ponerlo a nombre de Paquita. Nelly y Paquita me preguntan
qué ha sido de mi vida y les digo lo que estoy haciendo, algo que las sorprende
porque jamás pensaron que me dedicaría a un oficio “interesante”. Sonrío y no
me hago paltas de lo que opinan, porque esa es la amistad, no hacerse paltas,
sin importar las galaxias en las que habitemos ahora, sabiendo que la galaxia
que queda en uno, en mi caso, el de la adolescencia, tiene a las hermana Bernardo como protagonistas.
Me despido de ellas, pero me es
imposible no pensar en ellas, en especial en un hecho que aún recuerdo bien,
porque también se trataba de un domingo de sol como hoy, quizá el último
domingo de agosto de 1996. Aquel domingo, y por aquel entonces, ¿Paquita o
Nelly? salía con un patita abogado, a quien le gustaba hacer ruido con su caña
cada vez que venía a recogerla o traerla. Ese domingo, Santiago, el Bernardo Brother, y yo, nos dirigíamos a la canchita ubicada al lado de la comisaría a
jugar basket, íbamos medio fumados, por eso al llegar a la canchita nos dimos
cuenta de que nos habíamos olvidado del elemento esencial del deporte: la
pelota.
Al regresar a la casa de Santiago,
encontramos a ¿Paquita o Nelly? llorando en la puerta. Nos acercamos corriendo
y ella exhibía un par de moretones en la cara. Esa sola imagen hizo que
Santiago entrara rápido a su casa a la búsqueda de un cuchillo o un pico, pero
esa búsqueda tomó más tiempo del que pudo pensar. Escuché las razones de la
hermana de mi pata, razones que solo obedecían a una sola: había decidido
terminar con el patita abogado, quien no contento con ello, le dio un par de
puñetes en el rostro de la tentación apolina. La escuchaba y sentía rabia
contenida. Ella para mí era también como una hermana mayor (al menos, trataba
de hacerme esa idea). Y el huevas triste de su hermano seguía sin salir de casa
(recordé en ese instante que su padre había sido policía y se cruzó por mi
mente la razonable posibilidad de que esté buscando un arma oculta, cosa que no
debía sorprender, porque en cualquier casa de militar o policía, siempre hay
armas ocultas).
Consolé hasta donde pude a ¿Nelly o
Paquita? No podía hacer más. Lo único que ella pedía de la vida, en ese mismo
instante, era justicia.
Y Santiago seguía sin salir de casa.
Cuando me dispuse a ir a mi casa por un
vaso de agua para ¿Nelly o Paquita?, apareció el patita abogado en su cañaza.
Bajó del auto, tenía el rostro desencajado, apagado por las lágrimas secas en
la piel, sus dientes castañeteaban y no demoró en pedirle perdón a la mujer que
en el último año y medio había sido su enamorada.
Por esos últimos días, el señor
Maldonado, un buen vecino que se alucinaba fiscal, había estado techando su
tercer piso, por ello, fuera de su casa e invadiendo la pista, había un
montículo de arena, más pequeñas montañas de piedritas y, tácito, más de una
torre de ladrillo. Entonces, cogí todos los ladrillos que pude y se los tiré al
patita abogado, quien una vez en el suelo fue merecedor de mis patadas. No me
conformé con ello y volví por más ladrillos, aunque se me pasó por la cabeza
matarlo, tuve un momento de lucidez, y como este baboso había dejado abierta la
puerta de su auto, decidí destruir el interior de esa cañaza con una lluvia de
ladrillos.
Salieron los vecinos. Sin embargo, el
señor Maldonado, en vez de preocuparse por la agredida, me exigió que le pagara
los ladrillos que usé para la destrucción de la caña; otros, más cuerdos,
tuvieron una lectura rápida de la situación y le pidieron al patita abogado que
se largue del barrio y que, por su bien, no regresara jamás. El patita abogado
se quitó sin antes amenazarme y a cada amenaza respondía con el ademán de
tirarle otro ladrillo con toda la furia de mis catorce años.
Esto es lo que recuerdo en líneas
generales, no recuerdo quién fue la agredida, pero lo que sí recuerdo fue que
Santiago se demoró en salir a razón de un resbalón en su cocina acabada de
encerar, hecho que motivó la fractura del tobillo izquierdo y el brazo derecho
roto.
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