miércoles, agosto 03, 2016

"lo contrario de la soledad"

No todos los libros que uno lee son una maravilla en cuanto a tema y forma. Pero hay que tener mucho cuidado al calificarlos, no cometer la estupidez de bajarles el dedo sin pensar antes, sin someter a la reflexión que merece todo texto, por más irregular o malo que sea el mismo. Esto es lo que ha venido ocurriendo con no pocos libros, y no me refiero solo a la triste realidad de la crítica literaria peruana, puesto que en todos lados tenemos críticos que caen en los pozos del prejuicio, en la altanería por haber leído mucho, pero mal, pavoneándose del desarrollo de la mente y no de esa cualidad esencial para enfrentarse a una publicación: la sensibilidad, sensibilidad que te permite leer más allá de las letras impresas, sensibilidad que destroza las puertas de hierro de la supuesta perfección.
La experiencia me ha enseñado lo siguiente: los libros imperfectos, al final del partido, tienen más posibilidades de sobrevivir que aquellos saludados hasta el hartazgo a cuenta de su perfección temática y formal. Pues bien, uno de esos libros imperfectos que ya sobreviven a la criba de los celadores, y que gozan de los favores de los lectores (a quienes, pienso, no les interesa mucho si la publicación es perfecta o no), es el siguiente: Lo contrario de la soledad (Alpha Decay, 2014) de la escritora norteamericana Marina Keegan (1989 – 2012).
Bien hace el lector en fijarse en la cronología vital de la autora que nos cita. Keegan falleció a los 22 años, en un accidente de tránsito, a días de graduarse magna cum laude en Yale. Pues bien, mientras se celebraban los funerales de Keegan, un texto suyo, homónimo al título de la presente publicación, escrito para el periódico de la universidad, se hizo viral.
Nacía pues una leyenda.
¿Quién era Marina Keegan más allá del asombro que generó su trágica muerte? ¿Acaso un bluff? ¿Seguramente una promesa que entregó un chispazo textual que conmovió a cientos de miles de personas? Los más escépticos tienen todo el derecho de pensar que están ante una treta editorial que se valía de una leyenda, con mayor razón cuando si se muere muy joven.
Más allá de la introducción de la escritora Anne Fadiman, introducción que nos revela el despliegue vital que Keegan depositaba en cada uno de sus intereses creativos e intelectuales, que bien podríamos de calificar de poliédricos, nos queda lo que en realidad nos debería importar: la escritura de Keegan.
Si hay algo que hará que sobreviva por buen tiempo a esta suerte de libro póstumo, dividido en dos secciones, Ficción y No ficción, es precisamente su actitud devoradora y celebradora de la vida, una actitud que edificó la prosa de la autora, una actitud que definió su mirada. No hay que pensarlo mucho, nos enfrentamos a una escritora que lo entregó todo como escritora, a la que el destino truncó el desarrollo de su poética. Entonces, nos estamos refiriendo a una escritora incompleta, imperfecta, sí, pero rica en visión del mundo y sensibilidad. Keegan, como escritora de ficción, sabía mirar y escuchar, detalles que vemos en sus cuentazos “Fría pastoral” y “Leer en voz alta”, que se ubican muy por encima de la irregularidad de los demás cuentos de la sección Ficción. Pero no hablamos de una irregularidad por carencia de oficio, sino por carencia de madurez. Pese a la carencia de madurez narrativa de los demás relatos, estos no dejan de exhibir un nervio narrativo, una administración inteligente de la estructura que exige cada uno de los textos que componen la sección. No lo vamos a negar, a estos relatos les faltaba un mayor tiempo de maceración, pero les sobraba intensidad, mas no esa intensidad ligada al efectismo tan cara e inevitable entre los narradores jóvenes. Con lo escrito en ficción, Keegan era más que una saludable proyección.
Sin embargo, lo de mejor de la autora lo vemos en los textos de No Ficción.
Aquí nos encontramos con una Keegan en estado de gracia salvaje. Nos encontramos con la Keegan que Fadiman nos presenta en la introducción.
Basta con la lectura de estos ensayos para atesorar este libro en cualquier biblioteca que se respete, en esa sección destinada a los libros a frecuentar en tiempos de inutilidad existencial. No me refiero al pulso de la escritura, detalle que en ella no es cualidad, más bien la norma, sino a la mirada crítica en contra de lo que se suele pensar de una mirada crítica. Nos referimos a una crítica feroz y festiva del mundo. El secreto de la autora es exactamente su falta de secretos. No pontifica. No juzga. Se ubica muy lejos de la solemnidad del ensayismo. Sus ensayos tienen una clara intención: transmitir al lector. Y vaya que lo logra, su actitud de esponja irreverente le brinda una posibilidad que no desaprovecha: escribe y piensa de los tópicos que le vienen en gana. Lo vemos, principalmente, en “Por qué nos preocupan las ballenas”, “Contra el cereal”, “Mato por dinero”, “Las alcachofas también dudan”, “El arte de la observación” y “Canción para los especiales”. Y para que tengamos una idea más clara del alcance de Keegan como ensayista: ya había sido contratada por la revista The New Yorker.
Es cierto lo que se dice de Keegan: escribió de lo que vivió para impactar en el mundo. Pues bien, no debemos ser ajenos a ese impacto. 



Publicado en El Virrey de Lima

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