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Llevo varios días pegado a la banda mexicana Sotomayor.
Bandaza en la que ubico más de un eco de la psicodelia setentera que cada vez
me gusta más. En realidad, me gusta todo lo que tenga que ver con los setenta,
década pues signada como el punto culminante de las ideologías y la lucha
contra el poder hegemónico del imperio. Al menos, esta es la impresión que me
suscita la literatura, cine, música y diarios que vengo consumiendo sobre
aquellos años.
Días atrás me dirigí al Pasaje 18 de
Polvos Azules, al stand de Holy, que me tenía guardado cerca de 20 películas. Eran
películas que solo conocía de oídas, pero no tardé en percatarme de que trece
de ellas eran setenteras, entre gringas y europeas. Sentí pues una epifanía,
una constatación cósmica de la presencia setentera sin que la busque. Todas las
películas de esta época no eran obras maestras, más bien, eran títulos menores,
de género, pero en los que podía entender, o al menos acercarme, a esos años
que nutrieron como pocos los discursos de la política ficción.
Mientras regresaba a casa, me animé por
una cerveza en lata. Contra lo que pudieran pensar algunos lectores del blog,
no soy de beber mucho. No me alejo del trago, pero tampoco es algo que llame mi
atención. Bebo como una bestia cuando tengo ganas de beber. Ingresé a una
tienda y le pedí a la señorita una Cusqueña en lata. Sin embargo, justo cuando
me dispongo a beber, vibra mi celular, el solo hecho de su manifestación me
hace pensar en que sería bueno tenerlo apagado durante varias horas del día y
no solo cuando me dispongo a dormir. No lo pensé mucho, supuse que era uno de
los Zepitas, de lo poco que queda de ellos luego de la purga que llevé a cabo,
quedándome con el factor humano talentoso, desechando la porquería. Era DK el
que me llamaba y me dijo que junto a unas puntas se encontraba en El Monarca.
No estaba muy lejos de ese bar ubicado en Guzmán Blanco, esa avenida de no más
de cuatro cuadras que recorrí al milímetro muchos años atrás. Durante un buen
tiempo mi vida giró entre esa avenida y mi casa. He sido testigo, y en algunas
ocasiones, partícipe, de su cambio, y vaya que ha tenido muchos cambios, pero
el Monarca siempre ha permanecido allí, resistiendo en su historia, en su tradición,
como si los años no pesarán en él.
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