pensar y polemizar
¿Cómo definir la trayectoria y el
trabajo del filósofo alemán Boris Groys? Antes de ello, habría que ir a la
fuente en la que se formó, a las bases que configuraron.
No podemos hacernos una idea de su
trabajo sin tomar en cuenta un factor biográfico esencial, que nos ayudará a
entender por qué sus libros no pasan inadvertidos y por qué estos generan más
de una discusión, muchas veces pautadas por el ánimo exacerbado. Groys nació en
Berlín en 1947, y vivió hasta los 34 años en Rusia. Es decir, fue un testigo de
primera fila del proceso de la construcción de la identidad comunista de posguerra.
Estudió y se formó en la antigua Unión Soviética, bebió de la novela rusa
decimonónica y se apasionó por las manifestaciones artísticas de la vanguardia
rusa. Se interesó, además, por la historia política local y mundial. A la par
de estos intereses de juventud, estudió Filosofía y Matemáticas en la Universidad
de Leningrado. Por ello, sus escritos juveniles exhibían una mirada
multidisciplinaria, la misma que no dependía del código académico, sino
desbrozada, acorde en el registro de la divulgación. Esta intención divulgativa
le permitió someter a escrutinio y, por extensión, a discusión, lo que tiempo
después desarrollaría en calidad de pensador en sus ensayos y libros.
*
Cuando en 1981 abandonó la academia soviética
--según él invitado por la KGB--, se
estableció en Berlín Occidental. No se trató de un acto gratuito, ni apegado a
una filiación ideológica. Groys se instaló en Berlín con el fin de constatar en
la experiencia, en un contexto amplio y limítrofe con los discursos
multidisciplinarios que provenían de los países occidentales, su creciente
preferencia por los discursos de arte de vanguardia de la URSS. Para ese
entonces ya no era un joven inquieto y curioso, sino un intelectual con mucho
por decir. Esta etapa en la Alemania Federal resultó esencial para lo que
comenzaría a publicar después, puesto que solo en la confrontación de ideas
podría plasmar la marca que signaría su pensamiento y escritura.
Sin embargo, las vanguardias rusas no
fueron su único interés. Gracias a su formación multitemática, Groys forjó un
discurso personal en el que se permitía escribir de todo: arte, historia,
política, religión, actualidad. Y en ese trayecto no estuvo libre de polémicas.
Pensemos Obra de arte total Stalin
(1988), el título que mejor nos ayuda a ingresar a la maquinaría Groys. Solo un
autor consciente de lo que proponía pudo publicar un libro como este un año
antes de la demolición del muro de Berlín. Hablamos de una época en la que los
cuestionamientos al sistema comunista venían en tropel, al ritmo de una opinión
uniforme que destruía lo poco que, en apariencia, quedaba del legado soviético.
En ese contexto, Groys puso contra la pared todo el aparato crítico que
abordaba la relación entre las vanguardias y los regímenes opresores. El
filósofo ofreció un punto de vista distinto y, por ello, revelador y polémico:
la vanguardia rusa no fue eliminada por Stalin, sino que este se apropió de su
práctica para llevar a cabo esa gran escenificación social que el dictador
mostraba al mundo como el gran paraíso comunista. Pero Groys fue más allá, no
solo brindó una nueva visión de lo que fue la vanguardia rusa, sino también
dejó huellas de su inquietud sobre los procesos artísticos que venían
sucediendo en el mundo. Es decir, comenzó a mirar Occidente con los recursos de
la filosofía y la historia del arte.
Con esta gran entrada al circuito
cultural occidental, ha escrito decenas de artículos y ensayos en los que se
aleja veladamente de la filosofía para centrarse en los lazos entre el arte y
el individuo de entre siglos. Por ello, mientras muchos celebran el auge de
Google y las redes sociales como el Groys se mantiene. Volverse público sería una llamada de atención sobre las posturas
de hombres y mujeres por querer parecer lo que no son, incidiendo en la
representación de su histrionismo cotidiano para ser aceptados en sociedades en
las que importa demasiado cómo los demás te ven. Y como todo intelectual
honesto con su tradición, percibimos en estos ensayos una ligadura hacia el tema
que justifica y estimula su pensamiento: la vanguardia rusa.
*
Los museos y, en especial, las galerías
de arte, son las máximas pasiones de Groys. A lo que conocía de Alemania y la
antigua URSS, Groys sumó el contacto directo con las manifestaciones plásticas,
las performances, la poética visual minimalista, etc., mediante las cuales
arremete contra el demonio actual del consumismo. Para nuestro él es imposible
explicarse el comportamiento actual del hombre sin estas manifestaciones que
también vendrían a ser una suerte de metáfora de sí mismas.
Una constante suya es volver atrás para
explicar lo que ocurre. En La posdata
comunista vuelve a la tradición en la que se formó para explicarnos la
dependencia entre el dinero y la lengua, y así acceder a una visión más justa,
y ajena de clichés, del comunismo soviético. Groys plantea que en la lengua yace
el poder en que puede organizarse e identificarse una sociedad. Se porta como
un arqueólogo de la historia rusa y nos dice que sus filósofos se alimentaron
del poder discursivo y argumentativo de los griegos; por ello, Stalin hizo suyo
el poder de la palabra para amalgamar y configurar todo el sistema comunista, al
que no debe asociársele solo su fracaso económico, sino su legado que se
proyecta en el verdadero poder del hombre: en el uso de la palabra.
Groys es un convencido del poder de la palabra.
Poco o nada le interesa congraciarse con la opinión común o el pensamiento
dominante. La discusión y la polémica definen su trayectoria. Sus textos y
libros son la mejor muestra de sus cualidades emocionales e intelectivas, que
brillan con la más exigente argumentación. No nos debe sorprender sea
considerado como uno los filósofos más importantes de la actualidad.
…
Publicado en El Dominical.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal