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Cerca de las 10 y 24 de mañana, suena mi
celular. Esa llamada me despierta, quiebra el sueño en el que desayunaba con
Verónica Mendoza en el Sarcletti de San Borja. Ella pidió café americano y jugo
de frutas silvestres y yo un espresso doble, más un desayuno americano.
La llamada era de Roberto, un pata del
que no sabía nada en mucho tiempo. Lo conocí hace años en el stand de música
del “Pelícano” Javier. Roberto era un
insalvable fanático de los Beatles. Conocía al detalle toda la discografía de
la banda y eso fue lo que llamó mi atención. A sus dieciocho años lo veía como
un potencial crítico de rock. Consumía música y el “Pelícano” era su guía y
mentor. Roberto me dice que siempre lee mi blog y me preguntó si aún tenía una
revista sobre rock subte que me había prestado en el 2003. La necesita de
vuelta a razón de un trabajo que viene realizando, cuando le pregunté por el
trabajo, me dijo que se trataba de un documental sobre la movida subte. Le pedí
que me llamara en cinco días, porque debía buscar esa ya lejana entrevista.
Deseé que la llamada acabara en ese
mismo momento. Y este pata amenazaba con seguir hablando, entonces, puse una
voz más gruesa y en una le espeté un “estoy apurado, bro”.
Sé que fui muy poco cordial, pero a
veces hay que saber evitar los peligros. Me bastaron escuchar tres palabras
suyas para saber que seguía siendo el pata inseguro y dependiente de cuando lo
conocí una tarde de fines del 2002 mientras buscaba discos por Camaná. No es la
primera vez que adopto hermanos menores para adiestrarlos y guiarlos en la
vida. Claro, no todos avanzan, algunos terminan huachafos y torcidos como “Cachetada
nocturna”. El problema con Roberto es que me preguntaba de todo. Cuando nos
encontrábamos por el centro nos poníamos a conversar, entonces, y de la nada, sacaba
un cuaderno en el que había escrito 20 preguntas que yo tenía que responder.
Sus preguntas transitaban por la literatura, la música, el cine, la política, el
fútbol, las piernas de Milagros Moy, hasta me preguntaba por el alza de los
precios de la leche y el pan.
No suelo responder las llamadas que
hacen al teléfono fijo, pero lo hago cuando mis padres no están en casa, por
eso fue que respondí la de Roberto y volví a responder la otra llamada después
de colgarle, que tenía al mismo Roberto otra vez en línea. Respiré hondo. No
quise buscar culpables. Mi número sigue siendo el mismo desde 1996, y por un
instante pensé en la posibilidad de cambiar de número fijo, pero lo pienso bien
y no, esa posibilidad solo duró 2 segundos, porque el solo cambio de número nos
significaría una catástrofe comunicativa familiar, en especial para mis padres,
que lo son todo para mí.
Había que responder las inquietudes de
Roberto, este proto zepita, que me pidió disculpas, puesto que su sola esencia
puede sacar de quicio a cualquiera, es pues su naturaleza, que a la luz de los
hechos no ha podido controlar. Le dije que no se preocupe, también que no se
resienta por cortarlo tan rápido, aunque sí había motivo, puesto que me esperaba
un día relativamente ocupado.
Antes de acabar la llamada, me preguntó
si le podía hacer un favor. Le dije que ya y que sea al toque. Sabía de qué se
trataba, “pero eso sí, compare, solo 5 preguntas”. La primera: “¿Qué opinas de
Alfredo Barnechea?”
Respondí lo más rápido que pude y en una
me metí al sobre, a intentar seguir mi sueño con Verónika Mendoza, porque
veníamos hablando de temas importantes para el futuro inmediato del país.
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