miércoles, noviembre 30, 2016

alejandra basualdo - "para dominar el silencio"

En mi época de librero pude conocer a mucha gente, como a la artista chilena Alejandra Basualdo.
Viajera y lectora, cuyo talento para la pintura va acorde con su calidad como persona. Podría decir que, a su modo, Alejandra es una peruana más, puesto que conoce muchos lugares del interior del país. Su conexión con la realidad peruana es pues una marca registrada.
Pero Alejandra es también una viajera del mundo. Así es, viajera, lejana de las mentiras burguesas del turismo. En su andar por el mundo, ha llegado a exponer en muchos lugares y en estos días expone por primera vez en Perú, en una exposición llamada Para dominar el silencio, en la sala Víctor Humareda del Museo de la Casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Apunten su nombre, Alejandra Basualdo dará que hablar.
Ahora, y muy en lo personal, me siento honrado de que un texto mío aparezca en esta exposición de Alejandra. Un texto que ocupa toda una pared.
No, no es que vaya a dedicarme a la curaduría. Nada que ver. Y si así fuera, se trata de un debut y despedida, pero con estilo.


Basta una primera mirada a la presente obra plástica de Alejandra Basualdo para darnos cuenta de que estamos ante una artista que domina como pocos la técnica. En realidad, cualquier persona, con pujanza y compromiso, lo puede hacer.
Obviamente, este dominio técnico no es lo que distingue a Basualdo, sino su mirada y su férrea sensibilidad que nos hace creer en algo de lo que, hoy en día, no podemos ser testigos: la experiencia plástica, esa experiencia que nos lleva a la Verdad (en mayúscula), es decir, esa experiencia que nos hace partícipes de una conexión, ya sea por medio de la contemplación, en este caso mentirosa por la aparente quietud que despierta su plástica, contemplación que a paso firme se revela en un peligroso encuentro sensorial con la cruda esencia de la aparente levedad de las cosas.
Basualdo no se viene con remilgos estilísticos. En la aparente sencillez de sus trazos, es posible detectar su discurso plástico, un discurso que se patentiza en la coherencia que exhibe en esta muestra. Y seamos francos, no todos los artistas están en condiciones de mostrar una coherencia plástica, para lograrlo, hace falta respirar y sudar colores, tal y como nuestra artista lo hace, por medio de colores secos: grises, sepias y naranjas oscuros, colores apagados individualmente, pero que en el trazo y concepto de la artista, se elevan a la perdurabilidad de la vida que genera la desengañada contemplación y la turbulencia del recuerdo, ese recuerdo que viaja en la intimidad y proyectada en la aridez de la tierra, pero de no de cualquier tierra, sino de la tierra que proviene la autora. Tierra como metáfora de la vida, vida en su comienzo, viraje y final.
En cada uno de estos trabajos es posible detectar, en principio, una refocilación por la nada, apostando por el desierto como geografía a invadir; pero hablamos de un desierto peculiar, un desierto que no es tal, puesto que en la mirada de Basualdo se vuelve un crisol de posibilidades en los que sus colores recurrentes lo nutren de vida, haciendo de este el camino por el que la artista no solo lee su vida, sino también las vidas de quienes lo presenciamos.
Suele decirse y escribirse sobre la odiosidad de las comparaciones, pero no es nuestra intención la provocación. En absoluto. La comparación es menester para entender la propuesta de Basualdo, en especial, en tiempos en los que los artistas plásticos se decantan por el efectismo y la No-Transmisión, o sea, elijen la involuntaria desconexión con el potencial espectador, sea este conocedor, curioso, o simplemente alguien que pasaba y se topa con una muestra. En este sentido, Basualdo ejerce una saludable y subversiva diferencia, es su obra la que nos habla por ella y en ese diálogo visual no hay espacio para la indiferencia, menos guarida para el golpe sensorial que nos proyecta su poética plástica, haciendo de los improbables espectadores seres más golpeados de lo que creíamos estar. 

Gabriel Ruiz Ortega. 

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