lima
Minutos después de la conversa con
Hernán Migoya en “EVL”, conversa en la que el autor español dejó para la
posteridad más de un concepto a tomar en cuenta, pero bueno, como decía,
minutos después de esta conversa, y aún con la cabeza algo alterada a cuenta de
las cuatro chelas que me tomé, a sugerencia de un pata, antes de llegar a la librería,
cosa que aprovechaba en matar algunas situaciones límite de los últimos días, y
en olvidarme en algo la sensación de dolor que sigo sufriendo en el hombro
izquierdo, me puse a pensar en algunas ideas que salieron en la misma conversa,
como una idea que joderá a varios, en cuanto al sentido de pertenencia que más
de uno tiene de Lima como espacio para sus ficciones, hecho que solo queda en su
solo enunciado, o cuando es puesta en el terruño literario, sus resultados no
suelen ser del todo logrados.
Si una cualidad, entre varias, nos deja La flor de la limeña es la presencia de
la actualidad de Lima como espacio cambiante, peligroso y también sumamente
provocativo. En otras palabras, la novela que ha intentado retratar a la ciudad
de Lima, desde sus niveles sociológicos y antropológicos, descontando sus
virtudes literarias y las naturales falencias de toda novela (en este caso contadas), es precisamente
esta de Migoya.
Ocurre que viene ocurriendo algo por
demás extraño en nuestra narrativa, a cuenta de lo que suponemos deberían
retratar esta ciudad que lo tiene todo para convertirse en un gran personaje
que fácilmente sostendría más de un proyecto de novela. Es decir, se viene
descuidando a la ciudad, encausándola a un estado accesorio, como si no
mereciera trabajarse más desde la experiencia de la escritura literaria, cuando
lo cierto es que su configuración tendría que ser tan importante como la
configuración de los personajes.
Pues yo no le entro en vainas, huevadas
conmigo no van. La novela que mejor ha retratado a la Lima de los últimos años,
la ha escrito un español.
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