castro: el poder sobre la libertad
Me despierto algo tarde, aunque cuando
me acosté ya me había enterado de la muerte de Fidel Castro. Supuse lo que
vendría en las próximas horas, pero no imaginé, ingenuidad de parte, en lo que
se iban a convertir las redes sociales, en un gran mural de estupidez y lugares
comunes, con protagonistas jóvenes y tíos, exaltando las virtudes del dictador
cubano.
Lo que veo demuestra una vez más lo que
pienso: la ideología sin letra, no es nada. La ideología sin discurso es menos
que boñiga. La ideología sin coherencia, lo que es: posería, que en casos como
este, no conoce barreras cronológicas.
Como a muchos, de muy joven fui fanático
de la Revolución Cubana. ¿A quién no con todo lo que se ha dicho y escrito de
esta? ¿Cómo no me iba a llamar la atención el aura de leyenda de sus líderes, esos
barbudos machos y mujeriegos que recorrían Latinoamérica llevando el mensaje revolucionario con el noble objetivo de independizarnos del imperialismo gringo?
Por eso, doy gracias, en primer lugar, a
Castro. Si no fuera por esa inicial admiración juvenil, porque solo lo que
admiro lo consumo en su totalidad, no me hubiera sumergido en las aguas del
marxismo y en los recovecos de aquella gesta revolucionaria que construyó una
inicial legitimidad gracias al apoyo popular.
Así es, con cuaderno de notas y botellas
de agua, pasé parte de mi juventud leyendo, aparte de lo habitual, historia
y política, siempre bajo la admiración que tenía hacia Castro. Una admiración
que me hizo estudiar lo que muchos aprendían en los bares o en los parques, o en
lo inimaginable pero real, sin exagerar: por medio del resumen oral de
separatas sobre marxismo y Revolución Cubana de, a lo mucho, 5 páginas.
Fui testigo de ello, así es que nadie me
va a venir con poserías revolucionarias, ni baratas vinculaciones ideológicas.
Sin duda, Castro fue uno de los más grandes
líderes políticos y sociales del Siglo XX. Pero lo fue hasta el momento que
atentó contra el derecho esencial de aquellos a los que profesaba defender: la
libertad de los cubanos.
A Castro no le interesó respetar la
libertad de los cubanos. A Castro lo sedujo el poder. El poder es la metáfora
erótica del despotismo. Y lo cuidó para sí a costa de un pueblo al que privó de libertad.
Justificar su dictadura, aparte de
soberbio acto de ignorancia, es un reflejo de degradación moral, degradación
moral alimentada por la ceguera ideológica, de la que debemos estar libres para
apreciar en su justa medida lo que nos deja un personaje como Fidel Castro.
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