martes, noviembre 29, 2016

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Tras una caminata por un desértico Miraflores (me resisto a creer que transite poca gente a cuenta del cierre de Larcomar, lo que revelaría una metáfora de la frivolidad, que en sí a nadie sorprendería), luego de haber conversado con mi amigo Luis en el café de la librería del FCE, que estuvo hace unos días en la Feria del Libro de Trujillo presentando su última novela, decidí regresar a casa, pero mis planes inmediatos cambian, porque recibo la llamada de DK, que trabaja cerca y entonces quedo para encontrarme con él y así se ponga el día con el sanguchón que me debía. Le digo que lo esperaré en el café de la librería en la que estuve hasta hacía un rato.
Mientras lo esperaba, pedí un capuccino y me puse a revisar lo que podría, y tiene la pinta, de ser un delicioso libro de ensayo: Música prosaica (Cuatro piezas sobre traducción) de Marcelo Cohen. Pero como DK demoraba, entonces la revisión se transformó en una lectura atenta que se alimentaba con mi droga social, que ahora cambiaba de nombres, en espressos y americanos.
Yo era el único en la cafetería de la librería y aprovechaba ese relativo silencio para seguir leyendo el ensayo de Cohen, deseando que DK no se apareciera y así disfrutar un poco más la lectura. Si regresaba a casa, tendría que ser dentro de varias horas, con un tránsito más acorde a mi ánimo, porque si algo me he prometido, es que mi ánimo no tiene que verse alterado por el espectáculo surreal de las horas punta, que me alteren pues otras huevadas, no la bestialidad de los conductores limeños.
Cuando DK entró a la librería, lo hizo hablando por el celular. Me pasó el cel y me puse a hablar con Jeremy, que me comunicó que acababa de quedar finalista en la presente edición del Copé de Cuento. Entonces lo felicité y me alegré, porque de a pocos y a paso firme viene demostrando talento en este circuito que bien podríamos calificar de drenatrolista. A este paso, sin crítica, ni criterio, ni independencia, todos nuestros escritores serán calificados de maravillosos, ajenos a la falencia literaria y con derecho a reclamar posteridad sin demostrar nada. 
Al respecto, y lo que sí me preocupa, y ya lo señalé en un post pasado, es el auge por la brevedad que viene imponiéndose en nuestra narrativa, al menos, es lo que ha pautado este año nuestra producción literaria. No me refiero a la calidad, sino que subrayo una opción que no solo proviene de un mandato editorial mayor o menor, sino una opción creativa de los mismos autores. Caminar sobre senderos seguros termina matando la propuesta, limita el grado de resonancia del nervio creador.

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