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Tras una caminata por un desértico
Miraflores (me resisto a creer que transite poca gente a cuenta del cierre de
Larcomar, lo que revelaría una metáfora de la frivolidad, que en sí a nadie
sorprendería), luego de haber conversado con mi amigo Luis en el café de la
librería del FCE, que estuvo hace unos días en la Feria del Libro de Trujillo
presentando su última novela, decidí regresar a casa, pero mis planes
inmediatos cambian, porque recibo la llamada de DK, que trabaja cerca y
entonces quedo para encontrarme con él y así se ponga el día con el sanguchón
que me debía. Le digo que lo esperaré en el café de la librería en la que
estuve hasta hacía un rato.
Mientras lo esperaba, pedí un capuccino
y me puse a revisar lo que podría, y tiene la pinta, de ser un delicioso libro
de ensayo: Música prosaica (Cuatro piezas
sobre traducción) de Marcelo Cohen. Pero como DK demoraba, entonces la
revisión se transformó en una lectura atenta que se alimentaba con mi droga
social, que ahora cambiaba de nombres, en espressos y americanos.
Yo era el único en la cafetería de la
librería y aprovechaba ese relativo silencio para seguir leyendo el ensayo de
Cohen, deseando que DK no se apareciera y así disfrutar un poco más la lectura.
Si regresaba a casa, tendría que ser dentro de varias horas, con un tránsito
más acorde a mi ánimo, porque si algo me he prometido, es que mi ánimo no tiene
que verse alterado por el espectáculo surreal de las horas punta, que me
alteren pues otras huevadas, no la bestialidad de los conductores limeños.
Cuando DK entró a la librería, lo hizo
hablando por el celular. Me pasó el cel y me puse a hablar con Jeremy, que me
comunicó que acababa de quedar finalista en la presente edición del Copé de
Cuento. Entonces lo felicité y me alegré, porque de a pocos y a paso firme
viene demostrando talento en este circuito que bien podríamos calificar de
drenatrolista. A este paso, sin crítica, ni criterio, ni independencia, todos
nuestros escritores serán calificados de maravillosos, ajenos a la falencia
literaria y con derecho a reclamar posteridad sin demostrar nada.
Al respecto, y lo que sí me preocupa, y
ya lo señalé en un post pasado, es el auge por la brevedad que viene
imponiéndose en nuestra narrativa, al menos, es lo que ha pautado este año
nuestra producción literaria. No me refiero a la calidad, sino que subrayo una
opción que no solo proviene de un mandato editorial mayor o menor, sino una
opción creativa de los mismos autores. Caminar sobre senderos seguros termina
matando la propuesta, limita el grado de resonancia del nervio creador.
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