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La tarde se justifica con los 5 tomos de
la obra completa de Moro. Pero antes de tener en mi poder esta publicación,
seguramente lo mejor que se ha editado en Perú este 2016, pasé un toque por la
casa de Alina, que me engrió con un estupendo lonche. De allí, ahora sí, tras
los pasos de Moro, pero Erika también me invitó lonche. Mi estómago ya no daba
para más, pero lo que más me conmovió fue la muestra de cariño en cuestiones
tan sencillas.
Felizmente, llevé una bolsa con asa para
los tomos de Moro, colocarlas en la mochila y cargarlas, iba a ser un verdadero
problema, con mayor razón cuando el tráfico del día me anunciaba que iba a
caminar más de la cuenta. El tráfico, no sé si a razón de la APEC, era una auténtica
porquería. Lo que vi reforzó mi idea de nunca conducir un auto en esta ciudad.
Seguí caminando, en zigzag, desde Barranco, hasta pasar por algunas callecitas
de Miraflores, viendo con furia el sufrimiento de los que tenían que abordar
los buses del Metropolitano en las estaciones. Caminé y caminé, fumando y
tomando algunas fotos con la cámara del cel. Los tomos de Moro eran muy
pesados, sabía que tarde o temprano no resistirían las asas de la bolsa, y
seguí caminando hasta que estas se rompieron.
Me puse en la disyuntiva de la hora
punta: o esperar en un café a que se calme el tráfico o tomar un taxi, a
sabiendas que demoraría más que yendo en un medio de transporte público.
Mientras decidía sin decidir, revisaba mi mail, cuando Julieta, una amiga
mexicana de paso por Lima, me cuenta que saliendo de su hotel del Centro de
Lima fue con su esposo a cambiar dólares, que cambió en la esquina de Camaná
con Ocoña. Ahora, no sé si es una exageración del azar, cosa que me parece
extraña porque soy de cábalas y creyente del azar, de su magia, Julieta conoció
a Zoraya, una morena cambista, con la que se quedó conversando un buen rato,
cosa que no me sorprende porque Zoraya es una persona que transmite simpatía. Cuando
Julieta le contó a lo que se dedicaba, Zoraya no dudó en nombrarme, entonces
ellas comenzaron a hablar de mí. Al final, Zoraya le pidió que me hiciera
llegar sus saludos, cosa que cumplió Julieta.
Decidí por el taxi, el tránsito se ponía
más fregado de lo que pensé. La gente se apuraba para llegar lo antes posible a
sus hogares para ver el Perú – Brasil. Además, me fue suficiente con lo vi en
las estaciones del Metropolitano, genuinas y terroríficas filas de pasajeros.
Al llegar a casa, mi madre me dice que en
mi ausencia recibió un bonito regalo de una amiga que reside en Lisboa. Veo el
regalo y efectivamente era muy bonito.
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