sábado, diciembre 17, 2016

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Sensación extraña la de caminar con poetas, doblemente extraña cuando caminas con ellos rumbo al bar más cercano. No es que no lo haya hecho antes, sino que no lo hacía desde hacía muchísimo tiempo. Caminaba con los poetas que ofrecieron un recital en El Virrey de Lima, un recital que salió de la putamadre, ya sea por la calidad de los textos de los poetas, como la muy buena onda de los lectores que fueron a la librería. Mejor cierre de año en cuanto a actividades literarias, no se pudo tener.
Pero en el cruce de Camaná con Quilca, me despido de mi amigo Paul. Sentía cansancio pero a la vez carecía de furia festiva. Y bien la noche se pudo justificar en una farra con poetas talentosos, pero lo mejor era abrirme, y eso fue lo que hice. Cerca de la Plaza San Martín camino por Belén. Seguramente, por ser las últimas semanas del año, la gente se vuelca al centro en pos de compras o del hueveo de viernes que no se podrá hacer el siguiente fin de semana consagrada a la familia. Pero en colectiva algarabía nocturna o sin ella, me es imposible no cruzarme con gente que prefieres evitar, pero lo curioso es que cuando te cruzas con esta gente, esta, como buena, te evita. Entonces, a uno le queda sonreír. Como bien dicen algunas amistades de mundo y desprejuicio, Lima no solo es una ciudad hipócrita, también está infestada de conchudez, detalles que en lo personal se me presentan como nunca en estos días del año, y para mi mala suerte en el centro. Para todo hay solución, dicen los entendidos, y lo correcto, aparte de marcharse, es también desestimar. Por eso, prendí un cigarro, cuyas exhaladas eran la muestra de la satisfacción de las jornadas de los dos últimos días en la librería.
El humo del tabaco hizo que cambiara de ruta, dirigiéndome ahora por los arcos de La Plaza San Martín, siendo testigo de los espectáculos callejeros que, aprovechando que las camionetas del serenazgo transitan por calles de bares y negocios, suceden entre los espacios de los arcos bañados en oscuros colores naranjas, natural iluminación psicodélica que, al menos a mí, me detuvo en el tiempo mientras una performance al paso se realizaba solo para mí. 
Dejé algunas monedas y tomé un taxi. En el trayecto a casa, veía en la pantalla del cel el video que grabé del recital, en especial el poema que leyó el poeta héroe de Ni una menos.

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