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Sensación extraña la de caminar con
poetas, doblemente extraña cuando caminas con ellos rumbo al bar más cercano.
No es que no lo haya hecho antes, sino que no lo hacía desde hacía muchísimo
tiempo. Caminaba con los poetas que ofrecieron un recital en El Virrey de Lima, un recital que salió
de la putamadre, ya sea por la calidad de los textos de los poetas, como la muy
buena onda de los lectores que fueron a la librería. Mejor cierre de año en
cuanto a actividades literarias, no se pudo tener.
Pero en el cruce de Camaná con Quilca,
me despido de mi amigo Paul. Sentía cansancio pero a la vez carecía de furia
festiva. Y bien la noche se pudo justificar en una farra con poetas talentosos,
pero lo mejor era abrirme, y eso fue lo que hice. Cerca de la Plaza San Martín camino
por Belén. Seguramente, por ser las últimas semanas del año, la gente se vuelca
al centro en pos de compras o del hueveo de viernes que no se podrá hacer el
siguiente fin de semana consagrada a la familia. Pero en colectiva algarabía
nocturna o sin ella, me es imposible no cruzarme con gente que prefieres
evitar, pero lo curioso es que cuando te cruzas con esta gente, esta, como buena, te evita. Entonces, a uno le
queda sonreír. Como bien dicen algunas amistades de mundo y desprejuicio, Lima
no solo es una ciudad hipócrita, también está infestada de conchudez, detalles
que en lo personal se me presentan como nunca en estos días del año, y para mi
mala suerte en el centro. Para todo hay solución, dicen los entendidos, y lo
correcto, aparte de marcharse, es también desestimar. Por eso, prendí un
cigarro, cuyas exhaladas eran la muestra de la satisfacción de las jornadas de
los dos últimos días en la librería.
El humo del tabaco hizo que cambiara de
ruta, dirigiéndome ahora por los arcos de La Plaza San Martín, siendo testigo
de los espectáculos callejeros que, aprovechando que las camionetas del
serenazgo transitan por calles de bares y negocios, suceden entre los espacios
de los arcos bañados en oscuros colores naranjas, natural iluminación
psicodélica que, al menos a mí, me detuvo en el tiempo mientras una performance
al paso se realizaba solo para mí.
Dejé algunas monedas y tomé un taxi. En
el trayecto a casa, veía en la pantalla del cel el video que grabé del recital,
en especial el poema que leyó el poeta héroe de Ni una menos.
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