lavadoras y legitimidad
La inminente censura a Jaime Saavedra no
admite más interpretaciones: la nefasta fuerza naranja viene haciendo los
suficientes méritos para insertar en el imaginario de la ciudadanía informada
su objetivo inmediato: desestabilizar al gobierno y provocar un desorden
institucional que le brinde las razones suficientes para llevar adelante un pedido
de vacancia presidencial.
Sin embargo, como se acaba de señalar,
esta situación solo es percibida por la ciudadanía informada, que recuerda cada
uno de los latrocinios cometidos por los fujimoristas. Pero las ratas naranjas
no esperaban el apoyo multitudinario a las reformas educativas capitaneadas por
Saavedra. Al respecto, muchos consideran que la marcha del lunes pasado debió
ser aprovechada por PPK para poner contra la pared a la mayoría parlamentaria
del congreso. No pocos, y en principio con justa razón, cuestionan la actitud del
presidente, que en lugar exhibir fuerza y carácter, cedió terreno en su mensaje
a la nación cuando anunció que buscaría el diálogo con todas las fuerzas políticas
del país, puesto que, para él, de esta manera se podría encontrar una solución
a la situación de inestabilidad política que vive el país con la censura a
Saavedra.
La reacción de PPK fue la que debió
esperarse. Es lo que hay, lo que tenemos. Y hasta cierto punto es entendible,
porque para hacer frente a la mafia de los Fujimori se necesita carácter,
convicción e ideales, cualidades que no exhibe ningún líder político del país,
ni de la derecha, ni de la izquierda. Absolutamente todos hacen gala de puntos
de débiles patentizados en enumeradas inconsistencias éticas y morales. Ninguno
es garantía de lucha frontal contra la verdadera fuerza del fujimorismo, fuerza
de la que parece sus críticos no se han percatado de su existencia: las millones
de personas que lo sigue ciegamente, como también de los millones que se les
suman debido a creencias religiosas (quien piense que los católicos y
evangélicos practicantes no están en contra de Saavedra, pecaría de ingenuo y
de pésimo lector de la realidad política actual). De haber sucedido lo que
muchos esperábamos, el país iba a ingresar a una inmediata espiral de
manifestaciones y protestas, a una polarización que sí iba a justificar toda
clase de atropellos de las ratas naranjas.
Llamar al diálogo fue lo más sensato que
PPK pudo hacer. Fue responsable. Sabemos que los naranjas no harán caso a una
convocatoria al diálogo, su lideresa ya jugó sus fichas contra Saavedra, que le
significa su peligro mayor, porque siendo el director de la Reforma Universitaria,
que de aprobarse, hará desaparecer los centros estudios en los que el
fujimorismo tiene invertido muchísimo dinero. Ellos saben que con la
desaparición de estas universidades cachinas, quedarían sin las lavadoras con
las que limpian el dinero que Alberto Fujimori tiene repartido entre sus
testaferros. Se deduce: censurar a Saavedra no es otra cosa que la protección
de su dinero.
Entonces, resulta apresurado (las
prisas, las marcas de agua de esta era de velocidades mediáticas, que no
conocen de reflexión y análisis) exigir del presidente la disolución del
Congreso sin antes agotar todas las vías políticas de solución. Si PPK cierra
el Congreso, pues que cierre ese antro de corruptos y ociosos con legitimidad.
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