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Despertar temprano y cometer un error
involuntario: prender la radio y no cambiar de estación, RPP. La última vez que
la escuché, hace más de un mes, mientras escuchaba un partido de Alianza Lima.
Pero prender la radio y escuchar RPP no es el problema, sino dejar que Cipriani
se despache a sus anchas, cuando bien puedo cambiar de estación radial, pero no
lo hago, a cuenta de que debo atender una llamada, en la que solo cumplo con
escuchar y sentenciar con “sí” y “no”, la primera llamada de una serie llamadas
inevitables, llamadas de navidad, que tienes que aguantar un día como hoy, día
que asumo como un pago por mis involuntarias maldades cometidas durante el año.
Así es, atender a la familia que llama a casa, que a excepción de la familia
que vive fuera del país, es preferible atenderla por teléfono a que vengan a
casa a alterar el orden, aunque ese deseo no siempre se cumpla.
Al cabo de media hora, me encargué de
tres llamadas; me acomodo en la mesa de la sala, con el inalámbrico, y la
portátil prendida, atento a la puerta porque en mí quedará recibir a los que se
atrevan a venir el día de hoy. Pero no, no es que me considere un “Grinch”,
solo que la aglomeración de emociones uniformes me aturde, y me resulta
inevitable no pensar en Orwell, en los postulados de su ficción y ensayo. No
siempre he pensado en Orwell, aunque sí lo pensaba, desde niño, solo que de
niño no sabía quién chucha era Orwell, pero ahora que lo sé, y solo esta mañana
me doy cuenta de por qué vengo leyendo a Orwell en estos días del año, en
principio como un mero repaso, pero luego como relectura paulatina y meditaba
que, no exagerando, ya tiene muy buen tiempo.
No hay nadie en casa, mis padres han
salido a ultimar compras de la Noche Buena. Mi perro está durmiendo en el
sillón. La sala invadida por una atmósfera naranja, solo falta asomarme a la
ventana y percatarme de que me encuentro en Saigón, I Still Only in Saigon.
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