jueves, diciembre 22, 2016

auge por la brevedad

Un artículo de Óscar Gallegos Santiago sobre la tradición del microrrelato peruano llama mi atención, con mayor razón ahora que la práctica de la escritura de microrrelatos se ha vuelto por demás imperante, como la aparición repentina de una adicción. Es decir: si no escribes microrrelatos, eres nada.
A esta impresión se suma la certeza a que desde un tiempo la narrativa peruana se ha dejado seducir por la brevedad. Basta ver las publicaciones en narrativa, en especial de novelas signadas por su corta distancia, a lo mejor porque eso es lo manda el criterio editorial, hecho que no solo compete a los grandes sellos, sino también a los independientes. A este paso, el encapsulamiento será el rasgo común de la narrativa peruana actual, que estaría bien si se privilegiara la sustancia en la escritura, el rizo de la prosa y no el recuento lineal, como si su objetivo fuera una noble forma de llenar currículo. En cierta medida, esta tendencia la percibo como una subestimación hacia el lector, que también quiere leer novelas de largo aliento, tal y como lo hace con las novelas de autores extranjeros.
Pero volvamos, y cerremos, sobre lo que tengo que decir del texto de Gallegos, con el puedo estar muy de acuerdo, sin entender, y no creo que entienda, la inclusión de Prosas apátridas de Ribeyro en su artículo, que no es más que una medida de fuerza por dorar innecesariamente lo que fundamenta tan bien. Los guindones no van con los estofados, pues.
El artículo en cuestión es una especie de prólogo a la selección de los microrrelatos ganadores y finalistas convocados por el suplemento El Dominical. Me quedo con el artículo como documento de guía y referencia. Pero basta ver los textos ganadores y finalistas para detectar en segundos su característica común: la mediocridad. Si algo arrojó este concurso fue mediocridad literaria. Pero ello no se debe a la falencia de un registro como el microrrelato, que exhibe buenos exponentes en nuestra tradición, sino a la frivolización de su ejercicio. ¿O acaso alguien en su sano juicio va a creer que miles se lanzaron a escribir microrrelatos por una convicción en el registro? No. Lo que motivó fue el dinero. Y esta frivolización sedujo a más de un escritor con libro publicado, escritor que ahora debe estar muy agradecido por no figurar entre los ganadores. 
Lo ideal, y lo sano: que el microrrelato cuaje, que tome su tiempo de maceración. Su práctica tiene que avanzar de forma lenta, pero segura, con exponentes serios que conozcan en verdad su rica tradición. No impongamos su ejercicio a la mala. Por su naturaleza, el microrrelato es hermano de la poesía (pensemos en esta relación). Mientras tanto, enfoquémonos en otras vertientes que vienen reclamando una promoción justificada, vertientes legitimadas en el logro literario. Pienso en la narrativa fantástica, a saber.

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