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Me despierto a una hora prudente y comienzo a hacer mis cosas con tranquilidad.
Una taza de café para despejar el poco
sueño que aún siento. En la madrugada me quedé hasta tarde escribiendo un
extenso mail, y después me puse a leer un libro que no sé aún cómo calificar, ¿novela
o aparato literario? Como sea, llevaba tiempo buscando algo de Stewart Home,
hasta que por fin di con Memphis
Underground, y en sus páginas me sumergí, aún más interés con lo que señala
Kiko Amat en su prólogo. Entonces, era natural que despertara con una leve
sensación de resaca. El duchazo se imponía, pero antes de entrar a la ducha,
reviso el Inbox del Face y encuentro un mensaje del buen amigo “Salserín”, un
lector total que no duda en sumergirse en los recovecos de la ciudad tras el
libro que quiere leer. “Salserín” no conoce de clasismos, bien puede ir a la
librería más reputada como a los espacios más pestilentes, siempre y cuando el
libro hallar se encuentre allí.
Este amigo me envía una foto de sus
adquisiciones de los últimos días, amplío la imagen y debo reconocer que ha
conseguido muy buena cosas, como un libro descatalogado de Piglia, un par de
Juan Filloy, un poemario de René Char, entre otros títulos de indudable valor
literario. Y aprovecho en recomendarle algunas novelas que me han gustado mucho
este año.
La comunicación se corta a razón de los silencios.
Y al respecto tenía una idea, porque también me acababa de contar que en la
noche de ayer se mandó una bombaza en un bar de Contumazá. Una bomba que duró
hasta tres horas antes de nuestra comunicación.
Volví a lo mío. Al duchazo, aunque antes
le di su desayuno a Onur.
Cuando salí de la ducha, vuelvo a ver
otro Inbox de “Salserín”. Lo percibía palteado, confundido, taciturno. Algo
había pasado con él en esa hora y media de desconexión. Entonces, le pregunté
qué pasaba.
Y “Salserín” se sinceró.
Como estaba con los efectos de la
resaca, él requería de un inmediato descanso de sueño profundo, pero decidió
desafiar a la realidad y en estado Walking Dead se dirigió a la peluquería de
su barrio por el corte de cabello mensual, del que se encargaría una señora que
conoce mejor que nadie los misterios de su cabeza y cabellera. Pero esa señora
no se encontraba. Entonces, “Salserín” barajó dos opciones: o regresar a casa
para el descanso de sueño profundo o buscar otra peluquería.
Y “Salserín” desafió más a la realidad,
a la que creía dominar.
Al mismo estilo Walking Dead se encaminó
a otra peluquería, que no demoró encontrar. No había nadie en esta otra
peluquería, solo la señora encargada de
cortar el cabello. Además, el ambiente del lugar no le brindaba la comodidad
suficiente, y la comodidad es un elemento clave en estas cuestiones de estética
masculina. Prendió un Hamilton, pensando por última vez si disponía o no del
servicio de esta peluquería.
La peluquera, según lo que me contó “Salserín,
era “igualita” a Babs de Pink Flamingos.
En lo personal, jamás pondría mi cabeza
y mi cabello en manos de una mujer que me recuerde a Babs.
Pero como dije, “Salserín” gusta de
desafiar a la realidad.
Tomó asiento como pudo, porque la falta
de sueño adquiría posesión de su cuerpo.
No tuvo tiempo de explicarle a Babs cómo
deseaba su corte. Simplemente se quedó dormido. Lo último que sintió fue una
garra que llevaba hacia atrás su cabeza, teniendo como imagen difusa las
hélices del ventilador del techo.
“Estimado, ¿cómo quedó tu cabeza?”, le
pregunté.
“Putamadre, Gabriel. Ese mounstro cagó
mi cabeza…”
“Habla, ¿cómo quedó la mitra? Dame un
ejemplo visual”
“Acuérdate de “El Boa” de La ciudad y los perros, la película. Así
quedé”.
Sin comentarios, pensé.
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