viernes, enero 13, 2017

"el pudor del pornógrafo"


Si hablamos de una verdadera generación del relevo en la narrativa latinoamericana, tendríamos que pensar en quien capitaneó este relevo en la década del ochenta del siglo pasado: el escritor, ensayista, traductor y guionista argentino Alan Pauls. Con los años Pauls ha desarrollado una trayectoria por demás atractiva, llamando la atención del público y la crítica con su obra maestra en ficción, El pasado, novela de la que el crítico Ignacio Echevarría dijo lo siguiente: “En el río revuelto de las letras latinoamericanas, del que los editores españoles, cuando van de pesca, no es raro que traigan latas, neumáticos, botas y zapatos chorreantes, el Premio Herralde ha sacado esta vez un escritor auténtico, un pez gordo, reluciente y plateado”. A la par del éxito de esta novela, Pauls venía (y continúa) desarrollando una labor ensayística que se impone a sus proyectos narrativos últimos, como la trilogía de la historia argentina del setenta, conformada por las novelas Historia del llanto, Historia del pelo e Historia del dinero, que, en lo personal, no me entusiasmaron mucho, prefiriendo al Pauls que piensa y escribe, al punto que si tuviéramos que definirlo como ensayista, nos quedaríamos cortos si lo calificamos como la Escritura. No es para menos, pensemos en dos títulos excluyentes: El factor Borges y Temas lentos.
Tal y como señalamos líneas arriba, Pauls se dio a conocer en la década del ochenta, y lo hizo con una novela breve que se ha mantenido fresca y lozana, a la que el tiempo no le ha dejado surcos en la piel. Hablamos de El pudor del pornógrafo, publicada en 1984 por Sudamericana y reeditada en 2014 por Anagrama en una edición conmemorativa por sus treinta años y que incluye un posfacio del autor.
¿Por qué, a diferencia de otras primeras novelas, esta de Pauls no ha experimentado los embates del tiempo?, sería la pregunta que motiva que el presente texto. Asistimos a más de tres décadas que nos revelan la legitimidad de la escritura del autor, del mismo modo su mirada, privilegiada, potenciada cada vez que enfrenta a sus personajes entre sí.
Podríamos especular que El pudor fue una novela difícil de ejecutar en su proceso de escritura, a ello sumemos su argumento, jalado a más de los cabellos. Una novela como esta requirió de una pluma de oficio, la que le permitió salir airosa de las sombras de la inverosimilitud. Y Pauls lo consiguió a los 25 años.
Nos encontramos con un pornógrafo innominado que se gana la vida brindando placer a hombres y mujeres por medio de la escritura de cartas, ensimismado en una burbuja (su departamento), de donde observa la realidad. Pero esta realidad se representa principalmente en Úrsula, una joven que esporádicamente aparece sentada en una banca del parque, a la que contempla desde su balcón. Participamos de la complicidad de sus intercambios de miradas, que nos recuerda al flirteo decimonónico, mas este contacto se quiebra cuando Úrsula deja de aparecer en el parque, lo que genera en los amantes platónicos un intercambio epistolar. En este intercambio epistolar, el pornógrafo no puede emplear el tono lujurioso que signa sus cartas a hombres y mujeres, más bien apela a la naturaleza íntima del registro y de esta forma abre su corazón a la joven. Ese el problema: el pornógrafo abre demasiado su corazón y sus “exigencias” conllevan a que paulatinamente abandone la inicial intención amorosa para revelar lo que tanto cuidó en ocultar.
Para ser la primera novela de nuestro autor, nos enfrentamos a un artefacto narrativo que se alimenta de géneros que en los años de su aparición no eran tan frecuentados, no como ahora, que en nombre del híbrido se llevan a cabo todo tipo de “proezas narrativas” vendidas como novedad. La naturalidad con la que Pauls funde registros puestos al servicio de la tensión moral de su personaje, lo que deviene en una tensión de la propia escritura, escritura que transita por la invisible frontera entre la escritura contenida y la escritura desatada, tensión que por partida doble genera un impacto no menos letal en el lector de turno, tensión que tiempo después vimos en agraciada luz en El pasado. Gracias a esa tensión del lenguaje hacemos nuestra esta historia inverosímil, y entendemos también la razón de la vigencia de El pudor, vigencia que supera las contadas caídas del aliento cursi, tan propias cuando se escribe de un personaje enamorado en base a la idealización.
En estas páginas nos encontramos con los inicios narrativos de un autor considerado referente cuando se nos habla de narrativa latinoamericana de entre siglos, somos testigos de su actualidad, y lo somos porque desde el principio estaba destinado a ser tal.


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