"el pudor del pornógrafo"
Si hablamos de una verdadera generación
del relevo en la narrativa latinoamericana, tendríamos que pensar en quien
capitaneó este relevo en la década del ochenta del siglo pasado: el escritor,
ensayista, traductor y guionista argentino Alan Pauls. Con los años Pauls ha
desarrollado una trayectoria por demás atractiva, llamando la atención del
público y la crítica con su obra maestra en ficción, El pasado, novela de la que el crítico Ignacio Echevarría dijo lo
siguiente: “En el río revuelto de las letras latinoamericanas, del que los
editores españoles, cuando van de pesca, no es raro que traigan latas,
neumáticos, botas y zapatos chorreantes, el Premio Herralde ha sacado esta vez
un escritor auténtico, un pez gordo, reluciente y plateado”. A la par del éxito
de esta novela, Pauls venía (y continúa) desarrollando una labor ensayística
que se impone a sus proyectos narrativos últimos, como la trilogía de la
historia argentina del setenta, conformada por las novelas Historia del llanto, Historia
del pelo e Historia del dinero,
que, en lo personal, no me entusiasmaron mucho, prefiriendo al Pauls que piensa
y escribe, al punto que si tuviéramos que definirlo como ensayista, nos
quedaríamos cortos si lo calificamos como la Escritura. No es para menos,
pensemos en dos títulos excluyentes: El
factor Borges y Temas lentos.
Tal y como señalamos líneas arriba,
Pauls se dio a conocer en la década del ochenta, y lo hizo con una novela breve
que se ha mantenido fresca y lozana, a la que el tiempo no le ha dejado surcos
en la piel. Hablamos de El pudor del
pornógrafo, publicada en 1984 por Sudamericana y reeditada en 2014 por
Anagrama en una edición conmemorativa por sus treinta años y que incluye un
posfacio del autor.
¿Por qué, a diferencia de otras primeras
novelas, esta de Pauls no ha experimentado los embates del tiempo?, sería la
pregunta que motiva que el presente texto. Asistimos a más de tres décadas que
nos revelan la legitimidad de la escritura del autor, del mismo modo su mirada,
privilegiada, potenciada cada vez que enfrenta a sus personajes entre sí.
Podríamos especular que El pudor fue una novela difícil de
ejecutar en su proceso de escritura, a ello sumemos su argumento, jalado a más
de los cabellos. Una novela como esta requirió de una pluma de oficio, la que
le permitió salir airosa de las sombras de la inverosimilitud. Y Pauls lo consiguió
a los 25 años.
Nos encontramos con un pornógrafo
innominado que se gana la vida brindando placer a hombres y mujeres por medio
de la escritura de cartas, ensimismado en una burbuja (su departamento), de
donde observa la realidad. Pero esta realidad se representa principalmente en
Úrsula, una joven que esporádicamente aparece sentada en una banca del parque,
a la que contempla desde su balcón. Participamos de la complicidad de sus
intercambios de miradas, que nos recuerda al flirteo decimonónico, mas este
contacto se quiebra cuando Úrsula deja de aparecer en el parque, lo que genera
en los amantes platónicos un intercambio epistolar. En este intercambio
epistolar, el pornógrafo no puede emplear el tono lujurioso que signa sus
cartas a hombres y mujeres, más bien apela a la naturaleza íntima del registro
y de esta forma abre su corazón a la joven. Ese el problema: el pornógrafo abre
demasiado su corazón y sus “exigencias” conllevan a que paulatinamente abandone
la inicial intención amorosa para revelar lo que tanto cuidó en ocultar.
Para ser la primera novela de nuestro
autor, nos enfrentamos a un artefacto narrativo que se alimenta de géneros que
en los años de su aparición no eran tan frecuentados, no como ahora, que en
nombre del híbrido se llevan a cabo todo tipo de “proezas narrativas” vendidas
como novedad. La naturalidad con la que Pauls funde registros puestos al
servicio de la tensión moral de su personaje, lo que deviene en una tensión de
la propia escritura, escritura que transita por la invisible frontera entre la
escritura contenida y la escritura desatada, tensión que por partida doble
genera un impacto no menos letal en el lector de turno, tensión que tiempo
después vimos en agraciada luz en El
pasado. Gracias a esa tensión del lenguaje hacemos nuestra esta historia inverosímil,
y entendemos también la razón de la vigencia de El pudor, vigencia que supera las contadas caídas del aliento
cursi, tan propias cuando se escribe de un personaje enamorado en base a la
idealización.
En estas páginas nos encontramos con los
inicios narrativos de un autor considerado referente cuando se nos habla de
narrativa latinoamericana de entre siglos, somos testigos de su actualidad, y
lo somos porque desde el principio estaba destinado a ser tal.
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