"la vida sin dueño"
Aunque el registro no ha sido muy
cultivado en nuestra tradición literaria y cultural, bien podemos aseverar que
tenemos más de un título que nos permita abrigar la esperanza de que tarde o
temprano comience a desarrollarse más, aunque para ello, y en relación al autor
interesado, este debe gozar de una legitimidad, aunque sea cultural. Solo así
los libros de memorias adquieren su justificación, a diferencia de otros
géneros, podríamos aseverar que las memorias sí se reservan el derecho de
admisión, exigen de su autor una trayectoria, aunque no necesariamente esta goce
de consenso.
Confieso que me acerqué con muchas dudas
a las memorias del pintor Fernando de Szyszlo, dudas que bien podríamos llamar
prejuicios sobre la novedad que nos podría relatar el autor sobre su vida,
siendo él un actor importante de la vida cultural peruana, de quien podemos
saber absolutamente todo, a menos que estas memorias revelen datos que pongan
en duda su poética artística y dinamiten su referencialidad cultural.
Entonces, sabiendo que estamos ante un
autor que ha sido testigo privilegiado de procesos históricos locales y
mundiales, en especial desde la segunda mitad del siglo pasado, que ha conocido
a los personajes que ha conocido y que ha vivido las desgracias que le ha
tocado vivir, el artista no tuvo otra opción que apostar por la polarización.
Si una cualidad, pocas veces vista en
memorias actuales, sobresale en La vida
sin dueño (Alfaguara, 2016), es la brutal polarización de sensaciones que
impregnan sus páginas. De Szyszlo escogió el camino correcto: mostrarse tal
cual ante el lector, sin afeites, en nada indulgente consigo mismo, como si el mensaje
subliminal fuera “soy así y así moriré”. Bajo este ánimo polarizado, rehuyendo
del término medio, hermanado en intención con El pez en el agua de Vargas Llosa, De Szyszlo consigue lo que
parecía imposible para las nuevas generaciones (este libro apunta a las nuevas
generaciones, no a sus amigos, ni admiradores): identificación con el lector,
proyectando en este de qué está hecho.
En estas páginas es posible detectar un
estado de gracia que dora la prosa funcional empleada, por la que el autor nos
cuenta sus intereses iniciales en la pintura, sus amigos de la Generación del
50, su obnubilación juvenil por Blanca Varela, con la que se casa y a la que
después de no mucho maltrata sentimentalmente, como también su aprendizaje
vital y vocacional en contacto con la cultura europea, pero respetando su deuda
con su tradición cultural. En otras palabras, estas memorias se dividen en dos
senderos: la formación del artista y la coherencia con la que honra sus
principios de librepensador. Dos senderos que confluyen en un fin: la biografía
del hombre sentimental. Sin duda, las mejores páginas son las que nos ofrecen a
un De Szyszlo airado y crítico, sin importarle las reacciones que sus opiniones
pudieran generar en los blancos de sus críticas. En esta actitud con la que
pretende, y consigue, no agradar, se nos muestra la radiografía de su carácter.
Más humano e imperfecto no se puede ser, pero también deja una enseñanza (así
es, estas memorias dejan su cuota moral): el espíritu trabajólico que ha
signado su vocación, la persistencia en lograr vivir de la pintura sin venderse
ni hipotecarse. Quien piense que la tuvo fácil
en su trayectoria, quedará muy decepcionado de esa impresión.
Uno como lector podría estar de acuerdo
o no con el autor, pero seríamos mezquinos si no reconocemos su verdad y
consecuencia con su verdad. Solo un
reparo: estas memorias debieron acabar con la carta de la esposa del autor,
Lili Yábar. De antología. No lo dudo: recomiendo la lectura de este libro.
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