martes, enero 03, 2017

"la vida sin dueño"

Aunque el registro no ha sido muy cultivado en nuestra tradición literaria y cultural, bien podemos aseverar que tenemos más de un título que nos permita abrigar la esperanza de que tarde o temprano comience a desarrollarse más, aunque para ello, y en relación al autor interesado, este debe gozar de una legitimidad, aunque sea cultural. Solo así los libros de memorias adquieren su justificación, a diferencia de otros géneros, podríamos aseverar que las memorias sí se reservan el derecho de admisión, exigen de su autor una trayectoria, aunque no necesariamente esta goce de consenso.
Confieso que me acerqué con muchas dudas a las memorias del pintor Fernando de Szyszlo, dudas que bien podríamos llamar prejuicios sobre la novedad que nos podría relatar el autor sobre su vida, siendo él un actor importante de la vida cultural peruana, de quien podemos saber absolutamente todo, a menos que estas memorias revelen datos que pongan en duda su poética artística y dinamiten su referencialidad cultural.
Entonces, sabiendo que estamos ante un autor que ha sido testigo privilegiado de procesos históricos locales y mundiales, en especial desde la segunda mitad del siglo pasado, que ha conocido a los personajes que ha conocido y que ha vivido las desgracias que le ha tocado vivir, el artista no tuvo otra opción que apostar por la polarización.
Si una cualidad, pocas veces vista en memorias actuales, sobresale en La vida sin dueño (Alfaguara, 2016), es la brutal polarización de sensaciones que impregnan sus páginas. De Szyszlo escogió el camino correcto: mostrarse tal cual ante el lector, sin afeites, en nada indulgente consigo mismo, como si el mensaje subliminal fuera “soy así y así moriré”. Bajo este ánimo polarizado, rehuyendo del término medio, hermanado en intención con El pez en el agua de Vargas Llosa, De Szyszlo consigue lo que parecía imposible para las nuevas generaciones (este libro apunta a las nuevas generaciones, no a sus amigos, ni admiradores): identificación con el lector, proyectando en este de qué está hecho.
En estas páginas es posible detectar un estado de gracia que dora la prosa funcional empleada, por la que el autor nos cuenta sus intereses iniciales en la pintura, sus amigos de la Generación del 50, su obnubilación juvenil por Blanca Varela, con la que se casa y a la que después de no mucho maltrata sentimentalmente, como también su aprendizaje vital y vocacional en contacto con la cultura europea, pero respetando su deuda con su tradición cultural. En otras palabras, estas memorias se dividen en dos senderos: la formación del artista y la coherencia con la que honra sus principios de librepensador. Dos senderos que confluyen en un fin: la biografía del hombre sentimental. Sin duda, las mejores páginas son las que nos ofrecen a un De Szyszlo airado y crítico, sin importarle las reacciones que sus opiniones pudieran generar en los blancos de sus críticas. En esta actitud con la que pretende, y consigue, no agradar, se nos muestra la radiografía de su carácter. Más humano e imperfecto no se puede ser, pero también deja una enseñanza (así es, estas memorias dejan su cuota moral): el espíritu trabajólico que ha signado su vocación, la persistencia en lograr vivir de la pintura sin venderse ni hipotecarse. Quien piense que la tuvo fácil en su trayectoria, quedará muy decepcionado de esa impresión.
Uno como lector podría estar de acuerdo o no con el autor, pero seríamos mezquinos si no reconocemos su verdad y consecuencia con su verdad. Solo un reparo: estas memorias debieron acabar con la carta de la esposa del autor, Lili Yábar. De antología. No lo dudo: recomiendo la lectura de este libro.

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