domingo, enero 08, 2017

el último lector (ricardo piglia )

¿Qué podemos decir de Ricardo Piglia? ¿Qué podemos destacar cuando voces más autorizadas se vienen ocupando de su vida y obra?
Creo que el mejor homenaje que le podemos rendir, este posible intento de tributo, lo tendríamos que realizar por medio de la memoria emocional, en sintonía con la franqueza de la que fuimos testigos en su ensayística. Solo así tiene que ser recordado un escritor, sin edulcorantes ni idealismos, devolviéndole el favor de lo enseñado y asimilado, en el carácter de su intento, por el que guio su magisterio.
Así es, con Piglia asistimos a dos tipos de magisterios, ambos guiados por la experiencia de la lectura. Tanto en su ficción y su ensayística percibimos la confluencia del vitalismo y el conocimiento humanista, esa confluencia que en otros escritores se presenta como una frontera que deviene en forzada impostura, en su poética adquiría una resonancia que hacía creer al que no podía en que sí era posible llevar adelante actitudes poéticas que se presentaban de divorciadas. Este agraciado matrimonio fue lo que hizo de Piglia un acontecimiento. Recordemos la suma de su búsqueda creativa con Respiración artificial, publicada en 1980. Novela que desde su aparición conoció la rendición de la crítica, pero que no tardó en desempeñarse como un catalizador para lectores con intenciones literarias que buscaban una ruta alterna a la linealidad narrativa imperante. Como se indicó, Respiración artificial fue un acontecimiento y en nombre de ella germinaron no pocos proyectos narrativos signados por el recurso metatextual y el nervio vital. Obviamente, pasaron varios años para que podamos leer novelas que estuvieran en sincronía con la novela que las motivaba, pero esta radiación no cuajó en obras que estuvieran a la altura de su maestría, más bien estas se construyeron bajo su aplastante sombra. Con RA Piglia aseguró un lugar de privilegio en la narrativa en español de entre siglos, además, sería el título faro con el que leeríamos lo que había publicado antes de este y, en especial, lo que haría  después en la resonancia del mismo. Pero Piglia no se conformó con la ficción.
En 1986 publica lo que podríamos llamar una bomba de hidrógeno. Un Piglia que piensa en Crítica y ficción. No solo rescató para las nuevas generaciones de lectores autores como Roberto Arlt y Macedonio Fernández, sino que puso de manifiesto una escuela: la escuela de la lectura. En lo personal, me quedó con el discurso del Piglia lector, ese mismo discurso que también reveló en Formas breves, El último lector, La forma inicial, entre otros.
Años atrás, mientras me desempeñaba como librero, un lector me formuló una pregunta aparentemente sencilla. La siguiente: ¿Cómo calificaría a Piglia? Creí tener la respuesta a la mano, pero no. Mi cabeza en contados segundos se disparó en más de una potencial respuesta. ¿Uno de los más grandes narradores latinoamericanos de la actualidad? ¿Un ensayista de primera línea? Preguntas retóricas que ocultaban una silenciosa respuesta. Al cabo de varios minutos, me ajusté a la idea que siempre me acompañó y que solo en la celeridad de la situación adquirió forma: Ricardo Piglia es el escritor que mejor lee la narrativa en español.
Este es su legado mayor: el autor argentino nos enseñó a leer, nos brindó los caminos para enfrentarnos a la tradición narrativa en nuestro idioma, para que a partir de este conocimiento podamos leer activamente en pos de un discurso ensayístico y creativo renovados. Somos partícipes de su formación de lector gracias a sus diarios. Los dos tomos de su legendario proyecto de vida, Los años de formación y Los años felices, no son más que el testimonio de un hombre que se hizo a sí mismo, un manifiesto de honestidad de aquel muchacho que llegó a la lectura y escritura porque ya no tenía nada más que hacer ni bien se le despojó del mundo de su barrio en Adrogué. Es decir, el joven Piglia llegó a la lectura y escritura por aburrimiento.
Piglia estudió Historia y esta no fue ajena en el enriquecimiento de su discurso literario, porque al igual que su admirado Roland Barhes, Piglia no solo nos hablaba de fenómenos, tendencias y tradiciones, sino también nos recreaba una época. A esto, habría que agregar que la ensayística de Piglia poseía una voz, una voz secular que se colaba en la inherente seriedad del ensayista y, obviamente, del conferenciante. Esta voz convertía en proximidad y cercanía el conocimiento del autor, que también podríamos señalar como la generosidad del maestro. En estos diarios somos también testigos de su formación ideológica. Piglia no fue un autor de compromiso político, sino ideológico, y leía al amparo de ese modo de ver la vida, pero sin traicionar la experiencia de su lectura vital. Piglia nos convirtió en lectores salvajes, y por esa sola razón le estamos mucho más que agradecidos.


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