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Sea por el calor o porque he estado
haciendo ejercicio hasta tarde, me estoy levantando mucho más temprano de lo
acostumbrado. En parte, esta rutina genera algunas ventajas, y pienso que estas
ventajas tendrían otra dimensión, seguramente muy positivas, si tuviera que
trabajar fuera de casa. Lo bueno es que puedo avanzar algunas cosas, pero nada
comparado como el silencio de la madrugada para trabajar, tal y como me lo
comentó mi recordado Miguel Gutiérrez en relación a su maestro Carlos Araníbar.
Obviamente, nos referimos al trabajo intelectual, y posiblemente creativo,
siempre y cuando hablemos de una relación con la escritura. Bueno, para muchos
podría sonar a novedad, puesto que viene imperando la costumbre del creador
mañanero, aquel que sale disparado a la pantalla ni bien el despertador marca
las 6 en punto y, de esta manera, aprovechar todo lo posible la frescura mental
antes que esta se vea contaminada por los avatares laborales del día.
Mientras pienso en las bondades, como
también en su sobredimensión, de la escritura mañanera, que tampoco es garantía
de nada, sintonizo en Spotify algo de Lester Young y aprovechar así la tenue
luz solar, el natural aire fresco y el cántico de los pajaritos que habitan mis
tres árboles del jardín trasero de mi casa, así es, todo esto antes de que
llegue la invasión del calor y el día se vaya a la mierda.
Cuando termino la primera tanda de
textos, me conecto con el mundo. En las webs de los diarios locales me informo
sobre los huaicos y lluvias. No entiendo por qué caemos en el alarmismo. Es
decir, ¿en realidad nos debería preocupar el desborde del río Rímac, en
especial en esa zona del río detrás del Palacio de Gobierno, cauce separado por
un muro que exhibe un grosor de no más de 80 centímetros, grosor que garantiza
el tránsito por la carretera de autos, buses y camiones? Ese murito no necesita
refuerzo, basta una pasadita de cemento a sus grietas. Además, no pasa nada si
el río se desborda, total, la gente afectada tiene los suficientes medios para
soportar un eventual capricho de la naturaleza. Hablamos de vecinos
rimenses preparados para encarar posibles catástrofes estacionales. Más bien, habría
que fijarnos en la desgracia que podría ocurrir si se desbordan las acequias
del Olivar de San Isidro. Estemos atentos, pues, para ayudar a los pobladores
de ese distrito.
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