cuando quejarse es la estrategia
Felizmente Lima no es el Perú. Este país
es mucho más grande que el capricho de los limeños, que ayer vivimos tal cual
la escena del agua de Mad Max: Fury Road.
Aunque en lo personal no me gusta aferrarme a la memoria personal, pero lo
acabado de vivir a más de uno nos regresó a los años de cortes de los servicios
básicos, muchas veces ocasionados por las detonaciones de torres de alta tensión. En esos
años ochenteros, y algunos de inicios de los noventa, los cortes de servicios
de agua y luz sucedían a la par. O sea, cuando en un atentado terrorista se derrumbaba una torre, no solo nos quedábamos sin luz, sino también sin agua.
Estábamos fregados.
Algo parecido se vivió ayer
sábado. Casi toda Lima se quedó sin agua y no faltaba nada para que esta ciudad
comenzará a despertar a la mala. El servicio de agua comenzó a llegar a las
casas paulatinamente a las dos de la tarde. A mi casa a las cuatro y de
inmediato me puse a trabajar en la recolección, como también a contenerme ante
la usura de algunos vecinos que alquilan cuartos, a cuyos inquilinos les
quisieron cobrar por el servicio de agua que por falta de presión no subía a
sus pisos. No lo pensé mucho, aunque de la puteada esos usureros e insensibles
no se van a salvar en estos días: encerré a Onur en mi cuarto, para que no se
escapara, puesto que abrí las dos puertas de mi casa, la delantera y la que da
al parque. En los caños de los lavaderos y de los baños se conectaron mangueras
y en esa tarea estuve hasta las diez de la noche. Felizmente, más de un vecino
consciente también ayudó a la muchísima gente que venía de otros barrios de La
Victoria.
Por el momento, las quejas sirven de
poco. La realidad se impone en la obviedad: los estragos de estas lluvias no
podían evitarse, menos en una ciudad como Lima que ha crecido muy mal, al ritmo
de la improvisación asumida como progreso. En este sentido, y así no guste,
este gobierno viene respondiendo a las necesidades, no con la prontitud
deseada, pero confío en que a medida que pasen los días esa prontitud en
soluciones se concrete. Mientras tanto, todos, desde nuestras posiciones de
influencia, tenemos que poner el hombro. Hay hermanos peruanos, como los del
norte y sur, que la están pasando muchísimo peor que en Lima.
En parte, este post obedece también a
las quejas fuera de lugar que vienen esgrimiendo los hermanos Fujimori y la ex
candidata presidencial Verónika Mendoza. Para nadie es un secreto que los
hermanos naranjas y Mendoza están aprovechando este contexto para sacar réditos
políticos. Los primeros, en algo que no me sorprende de estos ociosos que jamás
han trabajado, criticando la falta de celeridad del gobierno, sin tener en
cuenta que en los dos gobiernos de su padre, ante desastres naturales similares
pero de menor intensidad que el de ahora, no solo reaccionaban tarde, sino que
también se robaban las donaciones (hagamos memoria de la denuncia que al
respecto hizo Susana Higuchi, ex esposa de Fujimori y madre de este par de
tarados que creen que hacen mucho ensuciándose en el lodo para el momento Kodak).
Y la segunda, que en lugar de liderar la formación de una gran brigada
voluntaria de ayuda, desliza la idea de que estos desastres pudieron afrontarse
si en el país no existiera el modelo económico imperante. Tamaña estupidez
refleja su cada vez menos oculta ansia política. En lo personal, no me esperaba
esta reacción de Mendoza. De una mujer inteligente como ella espero soluciones,
alternativas, sobre todo en tiempos de crisis, no cachina discursiva que una
vez más enloda lo que no debe: los principios de izquierda que dice honrar,
como la preocupación por el otro caído
en desgracia.
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