ochentera
Lo venía percibiendo desde hace un buen
tiempo, suerte de vuelta a una de las décadas más turbulentas de la historia
peruana contemporánea, pero este año esa vuelta se ha manifestado en toda su
fuerza discursiva. No es para menos, si una década engloba toda la desgracia
que le pudo pasar a este país, esa fue precisamente la del ochenta: dos
gobiernos, uno más nefasto que el otro; crisis económica; terrorismo;
corrupción y un éxodo de peruanos nunca antes visto.
Haber sido joven en los ochenta, ni
hablar, no es lo mismo que haberlo sido en los noventa, mucho menos en los supuestos
años de prosperidad. Quien vivió su juventud en los ochenta es una persona
partida. En lo personal, no conozco persona que guarde un grato recuerdo de
esos años.
En cuanto a la literatura de esos años,
no mucho podemos decir. Publicar en esos años era prácticamente una empresa
imposible e imagino que ese contexto habrá desanimado a más de un narrador con
talento y proyección. Esta impresión la podemos reforzar con la antología En el camino de Guillermo Niño de Guzmán,
en la que haríamos bien en fijarnos en los nombres que se desanimaron en seguir
en el ejercicio de la escritura.
Por otra parte, este interés por los ochenta
en cuanto a su expresión discursiva intelectual y creativa, viene de la mano de
un aparato crítico que ha sido muy bien trabajado y que ya ha conseguido afianzar
un círculo de poder en la academia y que despliega cierta presencia temática de
cuando en cuando en los medios. Claro, este interés académico tiene sus puntos
de alcance, es decir, en este se aplica un filtro, porque no basta la calidad o
la propuesta interesante para llamar su atención, puesto que esta mirada debe
ajustarse a lo que este aparato busca: elevar la presencia de los autores que
vivieron esos años, por ello tenemos lo que vemos: la manipulación de los años
de la violencia, que más de un despistado/ahuevonado llama Guerra interna. Por
ejemplo: este aparato crítico jamás tendrá en cuenta una de las novelas que
mejor recrea esos años, novela publicada en el 2008 y que tuvo muy buena
crítica, pero que por cosas extrañas no ha despertado el entusiasmo de los lectores.
Esta novela, aparte de divertida y arrecha (harto buen sexo en sus páginas), es
una de las mejores novelas peruanas del nuevo siglo. Este aparato crítico jamás
la tomará en cuenta porque en sus páginas literalmente se sodomiza
ideológicamente a los patrones ocultos de este aparato crítico, que de portarse
con seriedad, no tendría problema alguno en considerarla como material de
estudio, con mayor razón cuando este aparato estudia novelas, poemarios y
cuentarios no solo avasallados en discurso, sino también aplastados por su
escasa/nula llegada literaria. Me refiero pues a la novela Sueños bárbaros de Rodrigo Núñez Carvallo.
En otras palabras: no hay explicación
razonable para no estudiar o tener en cuenta esta novela que mejor retrata
desde la ficción esa década privilegiada en su horror. Claro, la recreación de
estos años es un intento, y como tal no estamos ante una novela total, en lo
que supondríamos un mural de época, pero vaya que como intento sí deja
satisfecho al lector de turno, y por esa sola razón, por ser un intento que exhibe
arrojo y nervio literarios, o sea, experiencia de lectura, vale la pena leerla
para los que aún no lo han hecho, y para los que sí, su relectura adquiere una
actualidad de la que estamos no más que agradecidos.
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