aventura
Meses atrás una amiga me recomendó una
serie, The Affair. Sin ser un prodigio
de historia, esta producción de Sarah Treem y Hagai Levi ha exhibido los
suficientes recursos narrativos para que la vea cuando con una fidelidad a
prueba de burdos remilgos de primerizo, con mayor razón cuando en la mitad de
su segunda temporada ya le resulta imposible salir de su círculo vicioso
temático y discursivo. Tendría que ocurrir un milagro argumental para que esta
historia vuelva a levantar vuelo en la tercera temporada.
Como su nombre lo indica, estamos ante
una aventura pasional, en la que tenemos al escritor, esposo y padre de cuatro
hijos Noah Solloway (Dominic West) y la camarera Alison Lockhart (Ruth Wilson),
ambos con problemas en sus respectivas relaciones sentimentales. El primero
víctima del aburrimiento y de sus pocas perspectivas como escritor, y la
segunda, en duelo por la muerte de su pequeño hijo Gabriel.
Nos encontramos en un pueblo llamado
Mountauk en Long Island, adonde Noah y su familia van a pasar las vacaciones de
verano en la casa de sus suegros. En este sentido, el encuentro entre un hombre
aburrido y una mujer que carga con el dolor está por demás presupuestado en el
guion, pero lo que diferencia este encuentro de uno pautado por el melodrama
barato es precisamente la estructura que sostiene lo que este encuentro depara.
A lo largo de los episodios la narración se parte en las versiones (media hora para
cada uno) de Noah y Alison. En principio, sus encuentros vienen signados por el
furor de la atracción física, los cuales se manifiestan en rigurosos
despliegues hormonales. Pero de a pocos entre ellos nace una dependencia
emocional, como también espiritual, que los compromete más allá de sus meros
encuentros. Hablamos de una dependencia emocional que atañe, principalmente, a
las familias de Noah y Alison.
Gracias a esta estructura The Affair escapa de lo que podría
suponer un entuerto pasional. Por medio de los puntos de vista de sus dos
protagonistas, la serie aborda otras dimensiones temáticas, como la crisis
matrimonial, el salvaje afán de supervivencia comercial, la rebeldía de los
hijos adolescentes y para redondear su alcance: la investigación de un
asesinato presente desde los primeros episodios de la primera temporada.
Como es de esperarse, la irregularidad
discursiva se impone como una férrea marca de agua en las voces conductoras. No
existe en la serie un argumento general, sino pequeñas historias, y estas por
separado y en conjunto son las que dotan de sentido a la misma. La
irregularidad en The Affair es su
fuerza central, siendo Alison quien termina imponiéndose como el eje en quien
descansa la narración, en ella los personajes, hasta los antagónicos, consiguen
su configuración moral, desde el mismo Noah, su esposa Helen, Cole Lockhart
(esposo de Alison), hasta el Detective Jefrries…
En más de una ocasión somos testigos de
un proyecto que se les va de las manos a los productores. ¿En qué momento
cerrar esta aventura y sus consecuencias? Como ya indiqué, las dos versiones
que dirigen los avatares de los amantes, resultan no solo llamativos como
propuesta narrativa, sino también cumplen la (involuntaria) función de oxigenar
y rescatar de los lugares comunes a las historias que nos presentan.
La serie se justifica en su primera
temporada, y es más que suficiente para que uno se convierta en seguidor de la
misma. No hay motivo para buscar una posible explicación, esta fulgura en su
obviedad: el desencuentro y lazos en común entre Noah y Alison no son más que
las metáforas de la condición humana, tanto en su innata incoherencia y en su tácita
explosión pasional.
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