jueves, abril 06, 2017

proust fragmentado


Siempre estamos tomando decisiones y casi siempre las cosas no nos salen como las pensábamos. Pero cuando sí, sentimos que valió la pena el sacrificio, la epifanía se impone.
Aún tengo presente el verano del 2002, porque lo pasé encerrado en mi casa, en mi habitación, con un potente ventilador y miles de botellas de agua mineral sin gas.
¿A cuenta de qué me encerré?
Veamos:
A fines del año anterior, luego de presenciar una conferencia de Oswaldo Reynoso en el Británico, barajé la idea de leer En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Esa noche el autor de Los inocentes no hizo otra cosa que hablar del ciclo novelístico del francés (cuánta pasión la de Reynoso, pasión que nunca se la llegué a ver en ninguna de sus otras intervenciones, y eso que hablamos de un autor de desbordada pasión). Digamos que esa conferencia fue la cereza de la torta, llevaba meses de acercamientos indirectos con Proust.
Me agencié como pude los siete tomos que conforman la obra en cuestión, siete tomos que fueron mi propio regalo de navidad. También me preguntaba en qué meses los leería. ¿Primavera? ¿Verano? ¿Otoño? No me debatía ante una pregunta cualquiera, mi malformación lectora me había acostumbrado a leer de forma desordenada, de tres a cuatro libros a la vez. Si leía los tomos de En busca… de corrido, sin duda perdería otros títulos que deseaba y pensaba leer. Necesitaba disciplina, leería los siete ladrillos bajo un estricto horario, las distracciones quedarían de lado.
*
Me encerré dos meses y medio. Encerrona consagrada a la lectura de En busca del tiempo perdido.
Valió la pena, por supuesto. No se puede ser la misma persona luego de leer a Proust.
Tengamos en cuenta lo siguiente: no puedes llamarte lector si no has ingresado a estas páginas.
Claro, hay edad para leer a determinados autores, pero Proust es la urgencia.
*
Presta atención. Esta es la figura:
Proust está en los cielos.
Y los demás en la tierra. Si gustas, te incluyes al lado de Hemingway, Camus, Joyce, Celine, Faulkner, Beckett, Borges…
*
Proust es la escritura.
Proust es el estilo.
Proust es la forma.
*
Vuelvo a pensar en Proust gracias a El almuerzo en la hierba (Hermida Editores, 2013), que lo he estado leyendo en estos últimos días. Lectura lenta que me rescató de los apuros cotidianos y que agradezco porque siempre hay buenas razones para revisitar al escritor más grande del Siglo XX.
Quizá la publicación peque de excluyente. Depende del ángulo en que la mires.
Por un lado, estaríamos ante un libro para proustianos, que bien podría servir de bitácora para los que deseen volver a los puntos temáticos ya recorridos. En él encontramos fragmentos extraídos de cada uno de los siete libros del proyecto, ligados a los tópicos y recursos recurrentes del autor, como el amor, la amistad, la vocación literaria, la homosexualidad, las relaciones sociales, los celos, la imaginación, el arte, la lectura, el lenguaje, la creación literaria, el esnobismo, el placer, la individualidad, el sueño, la multiplicidad del yo…
Es decir, “Deconstructing Proust”.
No sé hasta qué punto El almuerzo… sea una invitación para los que aún no leen a Proust. En este sentido, soy fiel a mi sugerencia/recomendación: leer los siete libros primero, solo así se podrá apreciar el valioso aporte de esta publicación.
Ahora, dentro del libro tenemos otro libro (de casi cien páginas): el extenso ensayo introductorio de Jaime Fernández. Felizmente, los titubeos de prosa de Fernández mueren en la segunda página, como si un afán intelectual fuera el que hubiese lastrado su sentido crítico. El ensayista se da cuenta de que ese no es el camino, que para escribir de Proust hay que hacerlo desde la verdad emocional. Gracias a esta verdad emocional, Fernández concibe un ensayo estimulante, iluminador, que nos hace parte de la poética de Proust, al punto que en más de un tramo de la lectura volvemos a barajar la posibilidad de releer esta proeza literaria, aunque ya no en verano como aquella vez del 2002, sino en otoño, o quizá en invierno.


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