breece d´j pancake
Aunque desde hace algunos años lo tenía
en el radar, me arrepiento de haber tardado tanto en conocer la narrativa del
escritor norteamericano Breece D´J Pancake. Por ello, eventual lector, no
cometas el error de quien escribe estas líneas, antes, te sugiero, averigua,
cruza información y sumérgete en una poética que tiene el suficiente poder de
empaparte de sudor, impregnarte hastío y abrir tu mente luego de una rotunda
serie de patadas en el alma.
Pero ¿quién es Breece D´J Pancake? Como
ya señalamos, estamos ante un narrador norteamericano que, de no suicidarse a
los veintiséis años en 1979, sería a la fecha uno de los puntales de la
tradición narrativa a la que pertenece. Podría sonar exagerada semejante
especulación, pero nuestras sospechas se corroboran y potencian en la epifanía
que nos depara su primer y único libro, el póstumo cuentario, publicado en
1983: The Stories of Breece D ´J Pancake.
La aparición de esta publicación fue un
acontecimiento que remeció el circuito literario gringo de aquellos años. No
tardó en ser saludada por plumas de la talla de Kurt Vonnegut, Joyce Carol
Oates y Margaret Atwood. Pancake tenía lo básico y lo extra para ser
considerado un escritor de culto: en primer lugar, su enorme talento; y en
segundo, su temprana muerte. Hoy en día sus relatos son de lectura obligatoria
en todos los programas de Escritura Creativa de Estados Unidos. Bien podríamos
calificarlo de escritor para escritores, pero sería bueno diferenciar el
sentido: no confundamos: no es lo mismo escritor para escritores que escritor
para quienes quieren empezar a escribir. En la narrativa de Pancake es posible
detectar varios niveles de lectura: tenemos el mundo del autor, su voz, el
tratamiento de sus personajes, las estructuras que emplea, pero, ante todo, el
hechizo discursivo que se despliega en una pesadez de la prosa que convierte
cada palabra en fuego en estado de gracia.
Los lectores en castellano no tendríamos
idea de Pancake sino fuera por la apuesta de una editorial independiente. Bien
sabemos que la calidad literaria no es garantía de apuesta para un grupo
editorial grande que, como tal, le interesa vender, aunque no haya nada de malo
en ello. Pero así como Pancake es un autor para escritores, lo es también para
lectores entrenados, formados en la exigencia discursiva, ergo, no es un
escritor para el llamado gran público lector. Por ello, no sorprende que lo
leamos en un sello independiente de la contundencia de Alpha Decay, que en 2012
publicó, en traducción de Albert Fuentes, los cuentos de Pancake bajo el título
de Trilobites.
Antes de enfrentarnos a los cuentos,
leemos la presentación de John Casey, escritor, catedrático de la Universidad
de Virginia y albacea de la obra de Pancake. En su texto, nos cuenta que ayudó
a Pancake a ser parte del programa de Escritura Creativa de la universidad, que
desde la primera vez que leyó su primer cuento percibió una mirada privilegiada
para narrar y que fue también testigo de su conversión al catolicismo más
ultramontano. Casey nos ofrece el retrato de un hombre misterioso, criado en la
zona rural de Virginia, dato que se refleja en lo que dice al respecto: “Era
grande, huesudo, con los hombros algo caídos. Tenía el aspecto de alguien que
ha trabajado duro a la intemperie”. Además, consigna una de las citas favoritas
de Pancake, de la Biblia (Apocalipsis 3: 15 – 16): “Yo conozco tus obras: que
ni eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o hirviente! Mas porque eres
tibio y no frío ni hirviente, yo te vomitaré de mi boca.”
En este par de datos hallamos el tema
central de los doce cuentos que componen Trilobites:
la culpa en todas sus variantes.
La culpa, pero culpa con sabor a tierra
y como medio para llegar a la redención a la que aspiran los personajes de los
cuentos: el homónimo de la publicación, Quebrada,
Una habitación para siempre, Cazadores de zorros, Una y otra vez, La marca, El Broncas, El honor de los muertos, Como debe ser, Mi salvación, De la leña seca
y El primer día del invierno.
Ningún cuento podría ser calificado de
proeza técnica, por el contrario, vienen rubricados por una elemental funcionalidad,
y, hasta cierto punto, es entendible esa elementalidad, pues estamos ante un
narrador en plena formación. Desde este punto, no tendríamos problemas si
afirmamos que nos encontramos ante textos de taller que transitan por la
seguridad formal. Sin embargo, esta seguridad es lo de menos, en realidad no
importa por tratarse de una pequeñez ante la contenida furia discursiva de
Pancake.
A saber, cuentos como Mi salvación, La marca, El Broncas y El primer día del invierno, nos brindan
una certeza: el autor era un discípulo aprovechado de Faulkner en cuanto a la
tragedia cotidiana. Sus personajes anhelan huir de Virginia, tener otra vida,
aspiración que pueden lograr pero que no consiguen por abulia o un extraño
sentimiento que los une a la tierra en que crecieron. Son personajes que se
asumen culpables, pero no saben de qué son culpables, son también dueños de
conductas extrañas, llenos de desconfianza y por eso excesivamente prejuiciosos
en sus acciones.
Por otra parte, Pancake brinda un testimonio
de época vista desde la lejanía de la visión rural, como la referencia a la
Guerra de Vietnam en El honor de los
muertos, uno de los mejores cuentos del volumen. En Pancake todo es lejano
y cercano, y he allí la columna de la pesadez de su voltaje narrativo que vemos
en toda su expresión en los dos cuentos mayores: Trilobites y Cazadores de
zorros. Al respecto, no dejo de preguntarme por qué el libro no se tituló Cazadores…, pero tengamos en cuenta que Trilobites guarda relación con esa
fastidiosa sensación a tierra y pasto, a óxido y descomposición que proyectan
cada uno de los cuentos.
Acabada la lectura recordé el prólogo de
Antonio Muñoz Molina a la edición de los cuentos completos de Juan Carlos
Onetti. Allí, el narrador español indicó que tras leer por primera vez al
uruguayo sufrió una insoportable sudoración en todo el cuerpo. Sin exagerar,
uno también queda con esa sensación luego de leer a Breece D´J Pancake.
…
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