martes, agosto 22, 2017

aclaración / "lpi"

Cuando el Blogger reseña un libro que nadie quiere reseñar.
*
Pero antes de la reseña, algunas aclaraciones necesarias, cosa que nos situamos en el espacio-tiempo-histórico del post:
El autor de la novela a comentar no es para nada santo de mi devoción y yo tampoco lo soy para él. Entre las no pocas diferencias, una esencial: yo no practico el oscuro arte del bombardeo virtual a los amigos y conocidos en común: mensajes de Inbox, mails y cuanta maravilla exista del sentimiento menor (“¿por qué presenta tu libro?”, “no deberías ir a las charlas que organiza”, “¿cómo es posible que lo tomen en cuenta en eventos importantes?”, et al). Si el aludido quiere pruebas, pues que las pida, cosa que permito que eso suceda.
Por otra parte, cada vez que me he referido a él, lo he dicho en este espacio, y la opinión ha sido la misma fuera de los terrenos líquidos. Y si alguna vez se ha sentido ofendido por llamarlo “Chibolín” o “Chiboliné du France”, pues las disculpas del caso. De él depende que no lo vuelva a llamar “Chibolín” o “Chiboliné du France”.
Ahora, el autor sabe que los libros, una vez publicados, toman sus propios caminos. No vale forzar su valoración –cosa distinta a su presencia (entrevistas y notas promocionales)– porque los lectores no son idiotas, se dan cuenta. En el caso de su novela, todo indica que la lectoría ya sentenció: no se ha vendido como esperaba.
Pero así la novela sea un fracaso en ventas, ello no debe impedir su comentario. No lo vamos a negar: el reseñismo local ha pecado de mezquino, puesto que se trataba de una novela a valorar, así sea buena o mala. Razón no falta: su autor es dueño de una trayectoria imposible de obviar.
Hasta aquí, las aclaraciones.
Lo leído no es parte de la reseña.
No te perihuevees.
*
Empecemos: La procesión infinita (Anagrama, 2017) es un buen reflejo del dominio de su autor en el ejercicio narrativo. En este sentido, poco o nada habría que objetar a su estructura, menos a su argumento, lo que beneficia al lector (no necesariamente uno entrenado), porque es partícipe de una lectura rápida. Sin embargo, sabemos que la lectura rápida de un libro de ficción no necesariamente nos lleva a la experiencia literaria.
Y eso es precisamente lo que le falta a LPI: sustancia literaria, o llámalo epifanía.
Estamos ante una novela compleja que falla en su tratamiento. En este punto, señalemos como su mayor lastre su forzado discurso político, que en lugar de apelar a la metáfora, hace uso de una directa presentación de la historia política peruana última, en especial, a las secuelas dejadas por la dictadura fujimorista. Bien sabemos que el discurso político ha estado presente en los últimos años en nuestra novelística, con resultados para todos los gustos.
En no pocos tramos, LPI nos depara la impresión de estar asistiendo a una clase acelerada de historia política contemporánea. Si el autor hubiese administrado bien la furia de la denuncia política, y vaya que lo pudo conseguir con sus protagonistas Francisco y “El Chato”, en las referencias sobre Cayetana Herencia y también por medio del curioso Pocho Tenebroso, quizá estaríamos ante una novela al menos aceptable.
En estas páginas hay furia, pero no furia bajo la sombra literaria. La novela, además, cae en los pantanos de la inverosimilitud, cosa que sorprende en un autor que ha hecho de la calle un mundo que domina (lo intuimos a cuenta de sus declaraciones). Una pequeña muestra: llamar Av. 9 de Julio a la histórica Av. Paseo Colón (no hay que fiarse de Google Maps). Partiendo de este ejemplo, al que sumamos el ya señalado forzado discurso político y la plástica configuración moral de sus dos personajes centrales, podemos tener sospechas razonables sobre la pretensión del libro: que fue escrito para un público no peruano. Al respecto, me es imposible no pensar en algunas novelas peruanas que dialogan con LPI en política y violencia, mas estas supieron mantenerse fiel a la realidad de su contexto, novelas que también han sido editadas y saludadas en el extranjero, como Grandes miradas de Alonso Cueto, Generación Cochebomba de Martín Roldán Ruiz y Los niños muertos de Richard Parra.
Indiquemos que sus errores/horrores suceden hasta poco más de la mitad. Es necesario consignar esta información, porque a partir de allí la novela transita por una calmada furia por la que considero debió empezar. De esta manera, hubiésemos apreciado su influencia mayor, Los detectives salvajes de Roberto Bolaño (ver los pasajes sobre los escritores peruanos residentes en Francia y la visión coral de la novela, entre los lazos más visibles), no hubiésemos tenido problemas con los microcosmos emocionales en conflicto de Francisco y “El chato”, hubiésemos asimilado lo relatado sobre el legado moral del fujimorismo, y claro, hubiésemos considerado el peculiar caudal verbal de Pocho Tenebroso.
Expliquemos mejor lo que pasó, en términos futbolísticos: un partido entre los equipos A y B. Comienza el partido. El equipo A se lanza al ataque de su par B. Este equipo adelanta sus líneas, quiere asegurar el partido antes del primer cuarto de hora. Para tal fin, lleva a cabo un brutal despliegue físico, pero sin orden, sin estrategia; entonces el equipo B, a ritmo de entrenamiento, aprovecha los espacios dejados por A… Acaece lo inevitable: las pepas de B: 1, 2, 3, 4, 5 y 6. Para el segundo tiempo, el equipo A sale más calmado. Sus jugadores saben que es posible el milagro. “Por algo esto es fútbol”. Dominan el juego, pero están lejos de anotar el gol de honor. Pitazo final.
Dueño de una obra compuesta por dos cuentarios, un ensayo (Copé, 2016) y tres novelas, que pueden o no gustar a los lectores, el libro de ficción que nos convoca significa para este escritor el más flojo de su trayectoria. 
Y para acabar, en este post le sugiero el camino a seguir en sus próximos libros de ficción. Ojalá haga caso.

3 Comentarios:

Anonymous Esteban dijo...

¿Por qué nadie quiere reseñarlo? ¿Por indiferencia o por qué prefieren no criticar el libro para evitar quedar mal con el autor? Me temo que sea la segunda. La premisa de la novela es interesante, el resultado regular: siento que es un caso similar a Cinco Esquinas de MVLL, otra novela trunca y poco memorable sobre el fujimorismo, que a lo sumo será recordada gracias al marketing editorial y a amiguismos. Mejor leer a Cueto, Parra o Generación Cochebomba.

Siento que en ambos casos los autores querían escribir algo sobre el fujimorismo y sus consecuencias, pero que no tenían nada relevante o nuevo que decir sobre ese tiempo más allá de obviedades y afirmaciones más propias de una columna o de un post de facebook. Falta esa epifanía, esa nueva mirada. Una pena porque ambos tienen talento.

En todo caso, se nota cada vez más (en especial desde la compra por Feltrinelli) que Anagrama ya no es lo era.

7:34 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Hola, Gabriel, soy arequipeño pero radico en Lima. Quiero compartirte el desasosiego y hasta consternación de mis paisanos allá en la Ciudad Blanca con relación al libro de Trelles. Han comprado y varios, pero todos, absolutamente todos se han sentido timados al final de su lectura. Me parece que se ha vendido el nombre, la imagen de éxito, el currículum, más no la obra en sí. No tiene correspondencia, ni siquiera es una obra mediocre, es una obra fallida, por la apuesta a una pobreza clamorosa en el lenguaje. Se usa y abusa de una oralidad que para el autor debe ser muy buena, pero que para los lectores nos llena de impaciencia y sobre todo de incomodidad (muchos han dejado el libro a las 20 páginas). Este exceso es un yerro evidente, ya que en la novela se "cuentan" más hechos que se "viven", las narraciones reemplazan a las acciones. Y eso desgasta, se puede ser fluido en chácharas monologantes intrascendentes pero si eres Joyce, no Trelles, y acá todos se meten monólogos indigestos para usar un término de otro indigesto escritor: thays (con minúscula por supuesto). En fin, es una pena no solo por los que han pagado en vano ese libro, en sí, la editorial no pierde, pero el que pierde es él si sigue autoreventándose y saturando la red y los tentáculos promocionales que se encargan de ocultar, maquillar, en palabras directas (no indigestas) estafar al lector. Lo triste y patético es ver que el propio autor no ve los andrajos de un vestido que él y su aparato Working Media vende con plumas y lentejuelas.

8:51 p.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Qué objetiva tú reseña, realmente me sorprendes...

10:41 a.m.  

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal