viernes, agosto 18, 2017

vanidad

Hoy en la mañana, caminaba hacia San Borja, en dirección a la BNP. No recuerdo si fumaba, pero mis pasos eran lentos y deseaba cuanto antes no pocas tazas de café. A medida que me acercaba a la BNP, por la Av. De la Poesía, de la nada hace su aparición, saltito mediante, Agustín, quien a lo mejor estaba escondido detrás del frondoso arbusto ubicado al lado de la caseta de parqueo de bicicletas.
Agustín me saluda emocionado, como si nunca me hubiese visto; quizá su actitud era una manera de lavarse la cara luego de días de esmerada práctica como comentarista en este blog. No le digo nada, no tiene sentido llamarle la atención, además, como reza el dicho: no todos han tenido tu suerte.
Pese a sus desvíos emocionales, reconozco cierta inteligencia en este joven de alma avejentada. Por ello, dejo que me acompañe y él aprovecha en hacerme una pregunta: ¿por qué muchos escritores peruanos dicen que no existe crítica literaria en nuestro medio?
Su pregunta se asocia a ciertas impresiones escuchadas también por mí en las últimas semanas. Entonces, presto atención a su inquietud y enciendo un cigarro. Agustín se manifiesta expectante ante mi respuesta, pero esta no es para nada abstracta, puesto que la queja nace de la fuente de todos los males: la vanidad, o la vanidad dañada.
Más allá de la calidad/deficiencia de la crítica (eso lo podemos abordar en otro post), a los escritores les gusta aparecer reseñados. Lo peor que le puede pasar a un escritor es no ser tomado en cuenta. No existir es peor que una reseña negativa. A partir de esa realidad se tejen las más risueñas conspiraciones o, como viene ocurriendo, la puesta en escena de una coreografía de relaciones. En este juego de vanidades no hay filtro: puede ser partícipe el escritor más discreto, como aquel que es premiado y reconocido. Por esa razón, somos testigos de efímeros aparatos críticos, también de escándalos sociales causados por el letraherido que siente que merece una porción más grande de torta (¿de qué me vale ser premiado si nadie me empelota?, se lamentan). Y los más arriesgados, carcomidos por la impotencia causada por el ninguneo, se quejan de su poca resonancia ante los mismos editores de los medios.
El buen Agustín queda en silencio, cubriéndose el rostro. 
Así es, rareza, esta es una cuestión de vanidad. Podría explicarte más, pero ya tengo que entrar y debo regresar a casa en unas horas, pero si gustas, otro día quedamos y seguimos hablando, le digo. Agustín salta de alegría y me pregunta qué otro día vendré a la BNP. No estoy seguro, a veces dejando un día, aunque por lo general vengo a diario. Solo te pido que no me asustes, de la nada apareciste haciendo ese saltito. Pero antes de irme, tengo una curiosidad: ¿estabas detrás del arbusto ubicado al lado de la caseta de parqueo de bicicletas, no? Agustín baja la mirada, respira hondo y se franquea: no, estaba detrás del tacho de basura, ubicado al lado del baño químico.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Muy cierto, estimado Gabriel.
La vanidad la vanidad, dicta el bolero y los artistas no están libres de ella.

12:23 p.m.  

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