vanidad
Hoy en la mañana, caminaba hacia San
Borja, en dirección a la BNP. No recuerdo si fumaba, pero mis pasos eran lentos
y deseaba cuanto antes no pocas tazas de café. A medida que me acercaba a la
BNP, por la Av. De la Poesía, de la nada hace su aparición, saltito mediante,
Agustín, quien a lo mejor estaba escondido detrás del frondoso arbusto ubicado
al lado de la caseta de parqueo de bicicletas.
Agustín me saluda emocionado, como si
nunca me hubiese visto; quizá su actitud era una manera de lavarse la cara
luego de días de esmerada práctica como comentarista en este blog. No le digo
nada, no tiene sentido llamarle la atención, además, como reza el dicho: no
todos han tenido tu suerte.
Pese a sus desvíos emocionales,
reconozco cierta inteligencia en este joven de alma avejentada. Por ello, dejo
que me acompañe y él aprovecha en hacerme una pregunta: ¿por qué muchos escritores peruanos
dicen que no existe crítica literaria en nuestro medio?
Su pregunta se asocia a ciertas
impresiones escuchadas también por mí en las últimas semanas. Entonces, presto
atención a su inquietud y enciendo un cigarro. Agustín se manifiesta expectante
ante mi respuesta, pero esta no es para nada abstracta, puesto que la queja nace de la fuente
de todos los males: la vanidad,
o la vanidad dañada.
Más allá de la calidad/deficiencia de la
crítica (eso lo podemos abordar en otro post), a los escritores les gusta aparecer reseñados. Lo peor que le puede
pasar a un escritor es no ser tomado en cuenta. No existir es peor que una
reseña negativa. A partir de esa realidad
se tejen las más risueñas conspiraciones o, como viene ocurriendo, la puesta en
escena de una coreografía de relaciones. En este juego de vanidades no hay filtro:
puede ser partícipe el escritor más discreto, como aquel que es premiado y
reconocido. Por esa razón, somos testigos de efímeros aparatos críticos,
también de escándalos sociales causados por el letraherido que siente que
merece una porción más grande de torta (¿de qué me vale ser premiado si nadie
me empelota?, se lamentan). Y los más arriesgados, carcomidos por la impotencia
causada por el ninguneo, se quejan de su poca resonancia ante los mismos editores
de los medios.
El buen Agustín queda en silencio,
cubriéndose el rostro.
Así es, rareza, esta es una cuestión de
vanidad. Podría explicarte más, pero ya tengo que entrar y debo regresar a casa
en unas horas, pero si gustas, otro día quedamos y seguimos hablando, le digo.
Agustín salta de alegría y me pregunta qué otro día vendré a la BNP. No estoy
seguro, a veces dejando un día, aunque por lo general vengo a diario. Solo te
pido que no me asustes, de la nada apareciste haciendo ese saltito. Pero antes
de irme, tengo una curiosidad: ¿estabas detrás del arbusto ubicado al lado de
la caseta de parqueo de bicicletas, no? Agustín baja la mirada, respira hondo y
se franquea: no, estaba detrás del tacho de basura, ubicado al lado del baño
químico.
1 Comentarios:
Muy cierto, estimado Gabriel.
La vanidad la vanidad, dicta el bolero y los artistas no están libres de ella.
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