la prosa: quintero
Una de las experiencias más
gratificantes que en calidad de lector he tenido en estos últimos meses, ha sido sumergirme en la
prosa del narrador venezolano Ednodio Quintero (Las Mesitas, 1947). Aunque
seamos justos y reforcemos la certeza: Quintero, gran prosista (aquí, la
calificación de “gran” no es reconocimiento, es solo mera descripción).
Lo dicho no es poco, y me alegra porque desde
hace algunos años la narrativa en español viene experimentando cambios de
rumbos, muchos de ellos forzados y algunos naturales en su honestidad. Al
respecto, se nos habla de tendencias, híbridos, andamiajes estructurales, hasta
de la necesidad de una escritura hacia adelante,
que no dudo en calificar de juegos discursivos en pared con las supuestas nuevas
sensibilidades del presente siglo. En esta especie de mentira, más de uno acaba
confundido, desde autores con obra atendible hasta aquellos que comienzan a
forjar poética. Ni hablar de la crítica de medios, que prefiere asegurar el veredicto,
asumiendo el extrañamiento como mérito literario. Obviamente, tenemos saludables
y genuinas excepciones, que el lector atento y con personalidad conoce, por
ello, incluyamos a Quintero en este selecto grupo.
Nuestro autor ha labrado su
reconocimiento gracias a su Prosa (en mayúscula). No nos referimos a una prosa
adornada, menos a una esclava de los vaivenes del efectismo. Por ahí no va,
porque la prosa del venezolano transita por la tersura y la sabiduría. En ella,
en apariencia, Quintero no parece mostrar nada nuevo, pero en esa carencia de
novedad accedemos a una experiencia límite: el estado sensorial en conflicto.
Hablamos de un conflicto proveniente de la calma oral, es decir, la sustancia
discursiva, que prepara al lector para la epifanía que depara Quintero: contar
lo imposible mediante una prosa alimentada de poesía y locura.
Esta es la impresión que nos deja su
última novela, El amor es más frío que la
muerte (Candaya, 2017), en donde el narrador protagonista, un hombre mayor,
realiza un recuento de su vida ni bien huye de un hospital para apestados.
Quintero relata una partida física hacia un paraíso, mas ese paraíso no es otro
que el enmarañado circuito de la memoria y del sueño. He allí la aparente
imposibilidad narrativa de la novela (hallar el lazo que permita el diálogo
entre las situaciones abiertas/reales e íntimas/oníricas), más aún cuando la
misma viene pautada por la linealidad discursiva. Ante ello, Quintero se abre
paso, en tranquilidad y sin pedir permiso a la narratología. En otras manos –no
importa cuán experimentadas se muestren– una novela como esta no hubiese
demorado en naufragar en la inverosimilitud, o si gustas, en la falsedad,
teniendo como boya de salvación alguna jugarreta estructural.
La realidad mimética, el mundo onírico,
la especulación, el testimonio y el desgarrador ajuste de cuentas del narrador
protagonista con los suyos y, ante todo, consigo mismo, confluyen en una
tramposa armonía y en un omnipresente aliento erótico. El narrador protagonista
lo cuenta todo (para más señas, es escritor) y cambia de registro sin hacer uso
de forzadas estrategias; además, en esta narración no hay lugar para la duda de
lo que se cuenta (lo sublime y lo escabroso adquieren un solo sentido), porque
nos damos cuenta de que lo relatado es solo pretexto para presenciar el
acontecimiento de estas páginas, que a estas alturas ya lo sabemos: la palabra
de Quintero.
Hemos indicado que la novela exhibe una
calmada oralidad, también hemos saludado su sabiduría, que calificamos de
iluminadora y corrosiva. Sin embargo, si rastreamos entre sus líneas, en la
prosa no vista, en la médula de su respiro, hallaremos su influencia mayor. En
este sentido, la trayectoria del autor lo posiciona como un estudioso de la
narrativa japonesa. Nos referimos a una tradición que ha hecho de la
observación y la reflexión las columnas de su radiactividad. Los resultados los
tenemos a la vista, Quintero ha asimilado esta tradición, convirtiéndola en la
base de la construcción de su escritura, el punto de partida para el festín
vesánico que transmite su poética, consiguiendo para el lector lo que pocos en
la actual narrativa en español y que podemos ver en toda su magnitud en esta
novela: un hechizo que impide el desprendimiento de sus páginas.
Querido lector: tienes que leer a este
gran prosista.
…
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