reediciones
Entre los libros de ficción peruanos de
los últimos meses, considero que un par de ellos vienen pasando desapercibidos.
Al respecto, pueda que mi percepción sea errónea.
Me refiero a dos reediciones: la novela (Ella) de Jennifer Thorndike, editada
por Debolsillo; y el cuentario Las islas
de Carlos Yushimito, por cuenta de Seix Barral.
Conozco muy bien este par de libros, el
primero lo presenté en sociedad en la FIL de 2012 y del segundo he escrito en
más de una ocasión en este blog. A ello, sumo que he podido contar con
Thorndike y Yushimito en las antologías de narrativa peruana última que he
trabajado.
Más allá de esta trivia, no niego la
curiosidad, puesto que en los últimos días estuve intercalando las respectivas
relecturas, que se vieron interrumpidas por culpa de buen un amigo, de esos
malévolos que uno estima tanto, que me preguntó cómo veo a la narrativa peruana
actual, y no contento con ello, remató su inquietud sobre qué década fue mejor,
“¿o esta o la anterior?”
Por eso, para tener una idea de nuestro
sinuoso presente –que se agudiza con la inevitable presencia de reseñistas pura
vida–, miremos hacia atrás, cosa que mediante este ejercicio de memoria podríamos
llegar a una noción de panorama, a una tentativa de lo que podría quedar. En
este sentido, la reedición de estos títulos confirma la proyección de Thorndike
y la consolidación de Yushimito, pero también revela un hecho, que señalo con
el respeto del caso: después de estas entregas, sus autores no han podido
superarlas. Pero tampoco hagamos drama de lo dicho, no se puede forjar una obra
a perdurar si es que la misma no es irregular en su camino.
Se entiende que ambas reediciones
benefician a sus autores (las respectivas casas editoriales aseguran una justa
distribución, que no es poco), en especial a Yushimito, porque LI ya parecía leyenda, título que con
algo de suerte se podía encontrar en librerías limeñas. Esta reedición nos pone
en bandeja al eximio estilista que es y también la razón en la que descansa su
prestigio. En cuanto a la novela de Thorndike, sus páginas nos brindan los
temas y, sobre todo, el nervio narrativo que jamás debió abandonar. Esta novela
no solo le trajo reconocimiento, también uno que otro inevitable detractor (olvidables
letraheridos, para variar).
Pues bien, relacionando estas
reediciones con las dos preguntas de mi malévolo amigo, podría responder que –salvo excepciones en nuestra breve historia
narrativa del Siglo XXI– estábamos mejor que ahora. He leído pocos cuentarios
peruanos del calibre de LI, del mismo
modo novelas peruanas que reflejen contundencia emocional y que se abran paso
sin apelar a forzadas interpretaciones teóricas, menos a estratégicas lecturas
feministas.
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