ocio
Ayer domingo me encontraba en la
pastelería Belgravia, quizá el espacio que me ha visto crecer, al menos desde los
ocho años. Esta pastelería –suerte de destino infantil/adolescente/juvenil
al que iba con mis amigos y compañeros del colegio, todos dulceros, menos yo,
que de dulces jamás he sido adicto– sigue manteniéndose fiel a la identidad de
su tradición, he allí pues la razón de su exitosa supervivencia. Los años no
pasan en vano y algunos cambios ha experimentado su local, sin duda, exigencias
de la llamada modernidad, pero esta no atenta su esencia. A saber, ahora hay
bancas fuera del local, cosa inimaginable en mis años escolares. Antes de pedir
mi pastel de acelga, ocupé una banca, prendí un pucho y contemplé la paz
dominguera de Arenales.
Pero esa paz dominguera se vio interrumpida
al recibir la llamada de una amiga, que, entre varias preguntas, se mostró
interesada por el final de temporada de GOT.
Le di una respuesta amable, pero en realidad mentí. No se trata de ver después
ese final, para que ello suceda, tendría que ponerme al día con todas sus
temporadas, o, mejor dicho, darles otra oportunidad. Para mi buena suerte, he
sabido aceptar que no sintonizo con ella. No, no creo que sea una cuestión
generacional, solo que mis ánimos no encuentran los lazos emocionales e intelectivos
que me permitan seguirla como sí millones en el mundo.
Lo que sí me tiene entusiasmado en este
asunto de las series, son los nuevos capítulos del policial galés Hinterland. Otra cosa, pues. Aquí la
experiencia visual requiere de un compromiso del espectador, con mayor razón
cuando la serie está inscrita en la tradición de las novelas policiales inglesas,
a ello indiquemos que cada episodio dura poco más de hora y media. Con estas
series sintonizo, de las otras paso, sin juzgar.
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