profesores
Para los que fuimos adolescentes en la
década del noventa, lo que estamos viendo en los últimos días en la Plaza San
Martín es una versión pacífica de las reuniones que sucedían allí. No recuerdo
el año con exactitud, pero sí que los alumnos de los colegios nacionales
estuvieron a nada de perder el año escolar. Aunque los reclamos de ahora son en
parte justos y otros sencillamente innegociables, los perjudicados son los mismos
de siempre, los alumnos, la mayoría del interior del país.
Ante esta posible catástrofe, he
leído/visto un sin número de estupideces que vienen encendiendo los ánimos en
los patios de recreo de las redes sociales. Para ciertas mentes la “solución”
más “celebrada” sea la de capacitar a los profesionales de otras carreras para
que puedan, en situaciones así, entrar al rescate de los miles de alumnos
perjudicados. Quienes han propuesto esta barbaridad vienen recibiendo los más
justificados ajusticiamientos virtuales, cosa que me alegra.
Capacitar a profesionales, como reserva,
no es la solución. Más bien, la solución siempre ha estado a la mano, solo que en
este país ya no sabe dialogar. En este caso nos hallamos ante bandos de poder
que han hecho de la tolerancia y el diálogo sus banderas de promoción. Ahora
vemos dónde quedan esas banderas, a qué intereses políticos, económicos e
ideológicos obedecen.
Anoche me encontraba por Miraflores, compré
en una librería un par de libros de Fernando del Paso. Cuando me disponía a
regresar a casa, me despedí de mi amiga que me acompañó en esta breve cacería
libresca y decidí ir al Centro. Para mi buena suerte, llegué rápido y me alegra
que haya sido así, porque lo vi fue una muestra festiva del reclamo, pautado
por cánticos y danzas. Claro, era la algarabía después de muchas horas de arengas.
La plaza también estaba poblada por carretillas de comida y venezolanos que
vendían café y arepas.
Hablé un rato con algunos profesores,
les pregunté lo que tenía pensado preguntarles. Estaban los que buscaban el
diálogo, los infaltables revoltosos de la ceguera ideológica y los ociosos que
se hacen llamar profesores. Para bien, los del primer grupo eran más.
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