emotiva / inteligente
Sabía de su prestigio, pero no la había
leído. Sabía, como también supongo muchos lectores, sobre sus polémicas en
medios de su país. Más allá de este último detalle, no faltamos a la verdad si
ubicamos a la colombiana Carolina Sanín en un lugar de privilegio de la
narrativa latinoamericana contemporánea.
La edición peruana-chilena de su novela
Los niños (Estruendomudo, 2017) es una buena puerta de entrada a su poética,
que se manifiesta en la ironía, la crítica velada (tal y como tendría que
hacerse en los cauces de la ficción) y, en especial, la peculiaridad de su
imaginación para narrar. Lo último suena a verdad de Perogrullo: se deduce que
toda novela es una construcción de la imaginación. Sin embargo, hagamos un
hincapié en esta característica, en especial en estos tiempos dominados por las
confusiones genéricas y atarantamientos discursivos. La mayoría de proyectos
narrativos adquieren justificación en la fuerza natural de la verosimilitud de
su argumento, a partir del cual se edifica el camino de la prosa, la opción del
estilo y, claro, su relación genérica.
En su novela, Sanín nos presenta a
Laura, una mujer soltera que se hace cargo de Fidel, un niño seis que en una
noche aparece en la puerta de su departamento. Laura tendrá que hacerse cargo
del niño, averiguar quiénes son sus padres, del mismo modo criarlo. En
principio, la historia exige un proceso ortodoxo de narración, pero la autora
enfoca su proyecto de manera diferente, elevando la novela hacia una
experiencia emotiva e intelectiva en el imaginario del lector de ocasión.
LN honra la naturaleza de la brevedad.
Estructuralmente es perfecta, sin embargo, su logro descansa en el tratamiento
que nos hace partícipes del tono de la oralidad del relato infantil, que le
permite generar en lo que cuenta una indesmayable sensación de asombro. ¿Qué se
está leyendo? ¿Acaso un largo cuento de terror psicológico? ¿Seguramente un
crítica simbólica contra la burocracia? ¿Una radiografía de la infancia
abandonada? ¿Una metáfora de la soledad? Estas son algunas preguntas que nos va
dejando la lectura, y en verdad poco o nada importan, porque esas inquietudes
quedan de lado a cuenta de la ironía, humor y sabiduría que transmite el estilo
que guía la ya señalada peculiaridad imaginativa para narrar de la autora.
Llegamos a un punto en que la verosimilitud ya no interesa. Sanín consigue que
nos identifiquemos con los cruces emocionales (tiernos y airados) que
configuran la fisonomía moral de Laura y Fidel. Esto es literatura.
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