domingo, septiembre 10, 2017

emotiva / inteligente

Sabía de su prestigio, pero no la había leído. Sabía, como también supongo muchos lectores, sobre sus polémicas en medios de su país. Más allá de este último detalle, no faltamos a la verdad si ubicamos a la colombiana Carolina Sanín en un lugar de privilegio de la narrativa latinoamericana contemporánea.
La edición peruana-chilena de su novela Los niños (Estruendomudo, 2017) es una buena puerta de entrada a su poética, que se manifiesta en la ironía, la crítica velada (tal y como tendría que hacerse en los cauces de la ficción) y, en especial, la peculiaridad de su imaginación para narrar. Lo último suena a verdad de Perogrullo: se deduce que toda novela es una construcción de la imaginación. Sin embargo, hagamos un hincapié en esta característica, en especial en estos tiempos dominados por las confusiones genéricas y atarantamientos discursivos. La mayoría de proyectos narrativos adquieren justificación en la fuerza natural de la verosimilitud de su argumento, a partir del cual se edifica el camino de la prosa, la opción del estilo y, claro, su relación genérica.
En su novela, Sanín nos presenta a Laura, una mujer soltera que se hace cargo de Fidel, un niño seis que en una noche aparece en la puerta de su departamento. Laura tendrá que hacerse cargo del niño, averiguar quiénes son sus padres, del mismo modo criarlo. En principio, la historia exige un proceso ortodoxo de narración, pero la autora enfoca su proyecto de manera diferente, elevando la novela hacia una experiencia emotiva e intelectiva en el imaginario del lector de ocasión. 
LN honra la naturaleza de la brevedad. Estructuralmente es perfecta, sin embargo, su logro descansa en el tratamiento que nos hace partícipes del tono de la oralidad del relato infantil, que le permite generar en lo que cuenta una indesmayable sensación de asombro. ¿Qué se está leyendo? ¿Acaso un largo cuento de terror psicológico? ¿Seguramente un crítica simbólica contra la burocracia? ¿Una radiografía de la infancia abandonada? ¿Una metáfora de la soledad? Estas son algunas preguntas que nos va dejando la lectura, y en verdad poco o nada importan, porque esas inquietudes quedan de lado a cuenta de la ironía, humor y sabiduría que transmite el estilo que guía la ya señalada peculiaridad imaginativa para narrar de la autora. Llegamos a un punto en que la verosimilitud ya no interesa. Sanín consigue que nos identifiquemos con los cruces emocionales (tiernos y airados) que configuran la fisonomía moral de Laura y Fidel. Esto es literatura.

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