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Aunque no soy asiduo de las actividades
literarias, esta noche de sábado hice una excepción. Fui al homenaje a Gregorio
Martínez, que tuvo lugar en el salón Nasca del Ministerio de Cultura.
Se trataba de una ocasión especial,
porque sería la parada previa de los restos de Martínez a su destino final en
Coyungo. En lo personal, lo asumí como una suerte de oportunidad para estar sin
estar cerca ante uno de los más grandes estilistas de la historia de la
tradición de la narrativa peruana. No es para menos, la obra de Martínez ejerce
un magnetismo, extraña en su caliente frescura y reconocida en su sabor a sal
húmeda, que la mantendrá vigente por muchísimo tiempo.
Entre los encargados de hablar en este
homenaje, estuvieron Milagros Saldarriaga, Marco Martos, Hildebrando Pérez,
Germán Coronado, el hijo y hermano del autor, como también su viuda. Todos, sin
excepción, ofrecieron los elementos de un gran perfil a la altura de este
estupendo escritor. Contra lo que muchos puedan pensar, impresión que parte de
lo más de uno solía hablar de Martínez (un escritor ¿vital?), él no solo fue un
gran amante de la vida, sino también de la lectura, como consignó su viuda al
referirse a las muchas horas que él solía pasar en las bibliotecas de Virginia,
leyendo, escribiendo e investigando.
La poética de nuestro autor no solo
podía sostenerse en su peculiar visión de la vida, puesto que su obra
necesitaba de un conocimiento, de un peso
cognitivo que en la maestría narrativa de Martínez no se dejaba sentir en el
lector, y eso, al menos para quien escribe, es un detalle a agradecer. Esta no
exposición de conocimiento es también magisterio. El autor era un gran lector y
como todo escritor de raza sabía que poco o nada se obtenía mediante el burdo
muestrario de lo leído.
Lo que sí me pareció penoso fue
constatar la ausencia total de los escritores que se hicieron presentes en las redes sociales cuando
nos enteramos de su fallecimiento el pasado 7 de agosto. Hubo gente en este
homenaje, pero de lectores, no de aquellos papanatas que se hacen llamar “escritores”
que sí tienen tiempo cuando se impone el negocio de la figuración a lo bestia,
porque todo vale con tal de aparecer y dar a conocer que apareciste en el Jet
Set literario, así hayas ingresado allí por la ventanita del baño.
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