sábado, septiembre 02, 2017

gm

Aunque no soy asiduo de las actividades literarias, esta noche de sábado hice una excepción. Fui al homenaje a Gregorio Martínez, que tuvo lugar en el salón Nasca del Ministerio de Cultura.
Se trataba de una ocasión especial, porque sería la parada previa de los restos de Martínez a su destino final en Coyungo. En lo personal, lo asumí como una suerte de oportunidad para estar sin estar cerca ante uno de los más grandes estilistas de la historia de la tradición de la narrativa peruana. No es para menos, la obra de Martínez ejerce un magnetismo, extraña en su caliente frescura y reconocida en su sabor a sal húmeda, que la mantendrá vigente por muchísimo tiempo.
Entre los encargados de hablar en este homenaje, estuvieron Milagros Saldarriaga, Marco Martos, Hildebrando Pérez, Germán Coronado, el hijo y hermano del autor, como también su viuda. Todos, sin excepción, ofrecieron los elementos de un gran perfil a la altura de este estupendo escritor. Contra lo que muchos puedan pensar, impresión que parte de lo más de uno solía hablar de Martínez (un escritor ¿vital?), él no solo fue un gran amante de la vida, sino también de la lectura, como consignó su viuda al referirse a las muchas horas que él solía pasar en las bibliotecas de Virginia, leyendo, escribiendo e investigando.
La poética de nuestro autor no solo podía sostenerse en su peculiar visión de la vida, puesto que su obra necesitaba de un conocimiento, de un peso cognitivo que en la maestría narrativa de Martínez no se dejaba sentir en el lector, y eso, al menos para quien escribe, es un detalle a agradecer. Esta no exposición de conocimiento es también magisterio. El autor era un gran lector y como todo escritor de raza sabía que poco o nada se obtenía mediante el burdo muestrario de lo leído. 
Lo que sí me pareció penoso fue constatar la ausencia total de los escritores que se hicieron presentes en las redes sociales cuando nos enteramos de su fallecimiento el pasado 7 de agosto. Hubo gente en este homenaje, pero de lectores, no de aquellos papanatas que se hacen llamar “escritores” que sí tienen tiempo cuando se impone el negocio de la figuración a lo bestia, porque todo vale con tal de aparecer y dar a conocer que apareciste en el Jet Set literario, así hayas ingresado allí por la ventanita del baño.

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