artefacto narrativo
Trabajo arduo, pero a la vez placentero,
el tener que acomodar los libros que conforman atractivas torres, distribuidas
irracionalmente por toda la casa. Algunos títulos pueden tener sus años, en
cambio otros obedecen a ánimos más contemporáneos. En cuanto a estos últimos,
si aún los encuentro en alguna columna de libros cercana al escritorio, es
porque seguramente iba a releerlos, o en todo caso los tenía a la mano para
volver a extraer una que otra información de utilidad.
*
Cuando muchos creíamos que ya nada nuevo
quedaba por explorar en estructura narrativa, apareció en 2013 la traducción al
castellano de la novela La casa de hojas (Pálido Fuego – Alpha Decay), del
narrador norteamericano Mark Z. Danielewski. No hay que pensarlo mucho: estamos
ante un verdadero acontecimiento literario que nos hace creer en la vigencia
del libro en formato físico, siendo un golpe letal contra aquellos avezados
que, habiendo leído treinta libros en sus vidas, aseguraban la muerte de este a
cuenta del libro digital.
Tenía entendido que se trataba de una
novela difícil de traducir y es precisamente en ese detalle que yacía su
leyenda. Leyenda, cómo no, repotenciada en la red por sus fans gringos y de
otras latitudes, que llegaron al extremo de equiparar una posible traducción de
la novela con una de Finnegans Wake de James Joyce. En otras palabras, una
empresa imposible. Sabía también que la presente publicación venía precedida de
los mejores elogios, es decir, me enfrentaría a un libro blindado por todos
lados.
El encargado de la traducción al
castellano fue el narrador español Javier Calvo. No todos los traductores están
en condiciones de traducir textos literarios que escapan a la linealidad
narrativa. Cualquiera no traduce el Ulises, menos el Tristram Shandy, peor aún
A la busca del tiempo perdido, a saber. Para que esas empresas hayan llegado a
buen puerto, fue necesario contar con un traductor que conectara con el texto
literario, que lo sienta y de esta manera proyectar en el lector la extraña y
mágica sensación de la experiencia literaria. En este sentido, Calvo cumple con
creces, logra edificar el puente sensorial entre La casa de hojas y el lector.
Confieso que me acerqué a la novela con
no pocos prejuicios. Me generó desconfianza su ya señalado blindaje y me sumergí
en sus páginas con el único objetivo de confrontarlo. Pero no tardé en darme
cuenta de que no valía la pena hacerlo, más bien, lo recomendable era dejarse
llevar, entregarse a una suerte de simulacro psicotrópico.
*
Desde el inicio Danielewski se impone
como un narrador de oficio, con tradición y mirada procesada. Por ejemplo: La
“Introducción” de Johnny Truant no es nada gratuita, ya que nos pone en el
tapete lo que vendrá en las siguientes setecientas páginas. Al respecto, el
autor hace gala de una sugerencia gris que entre líneas nos anuncia un sendero
en el que no solo hallaremos un drama psicológico pautado por lo paranormal,
también un mestizaje salvaje de registros narrativos, enriquecidos por la
disposición espacial de los mismos en las páginas, que nos proyectan el horror
y la locura que configuran a su personaje principal.
El mérito de Danielewski no es otro que
hacernos verosímil lo inverosímil. Veamos. El fotoperiodista Will Navidson
compra una casa para salvar a su familia de una inminente disolución a causa de
la obsesión de este por el trabajo. Pero esta casa de Ash Tree Lane en Virginia
refuerza los temores de la familia Navidson, en especial en Will, quien para
entender lo que ocurre en ese lugar filma un documental, que llamará El expediente
Navidson. Este documental es la fuerza centrífuga que motiva al lector a
interpretar la casa y así saber qué es lo que ha ocurrido con esta familia. Por
ello, lo que comienza como una curiosidad, termina convirtiéndose en inquietud,
en viaje a la zona oscura del alma de los que “piensan” e investigan el
documental, sumiéndolos en una realidad onírica y degradante.
Nos encontramos ante una novela que
recoge y reconfigura el legado de las vanguardias artísticas y literarias del
siglo pasado. No hay nada nuevo que descubrir en cuanto a su influencia. El
autor transita caminos ya recorridos y lo que ha hecho no es más que picar de
esta herencia, amparándose en una mirada potenciada mediante una actitud
creativa deliberadamente experimental. Por ello, sería un craso error caer en
mezquindades intelectuales, tratando de descubrir el tronco genérico del libro
cuando este es bastardo en esencia. En lo personal, no me pierdo en las
definiciones.
Cuando terminé de leer La casa de hojas,
sentí que había sido parte de una extraña experiencia a cuenta de un artefacto
literario que amedrenta. Ante esto, la condición lectora te lleva a tomar
partido, o bien siendo parte de los aguafiestas que creen saberlo todo o bien
aunándome a los que han disfrutado y vivido la novela. Ocurre que los libros
llamados a quedar marcan la diferencia y como tales generan opiniones
encontradas, y este de Danielewski no es ajeno a este destino.
…
En SB
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