merecer más
Anoche, tras la presentación de Ruidos de pasos de un gran criminal. Cuentos
y pensamientos de César Vallejo y
Las tres tragedias del lamparero
alucinado de Zsigmond Remenyik, joyitas publicadas por Ediciones del Caxicóndor
de Chile, y minutos previos al recital del evento, conversé con una talentosa joven
escritora inédita. De lo hablado, una pregunta me dejó pensando, y no hay cosa
que pueda agradecer más en estos días, en los que el país se está yendo a la mierda, que darle vueltas a inquietudes signadas por su apariencia
pasiva, pero que detrás de esa apariencia mentirosa es posible hallar una
realidad que pocos están dispuestos a aceptar.
El tema lo he tratado más de un vez,
pero siempre es bueno volver sobre él, no con la intención de cerrar discusión,
sino para encontrar otro aspecto de su situación: el nulo peso de los premios
literarios en esta nuestra aldea cultural.
Queda claro que los premios son
importantes, sirven para dar visibilidad a autores y, dependiendo del caso,
ayudan en lo económico. Hasta aquí, no hay mucho que objetar. Sin embargo,
¿cuál podría ser la razón para que muchos de los premiados no despierten el más
mínimo interés de la crítica, ni de la prensa, ni de los sellos independientes
y que, no suficiente con lo indicado, pasen desapercibidos para los lectores? Se
ha hablado de los jurados y sus criterios valorativos, incluso del “jurado
mantequilla” que realiza el filtro. Pues bien, sería saludable que comience a
pensarse en el creador, en su oscura tendencia
a alquilar su poética al tema de “moda” que exige el oficialismo de la
concursografía y en la estúpida creencia de que un premio es sinónimo de
consagración. Por eso vemos a tanto premiado alucinado que cree merecer más de
lo que ya tiene, forjando un discurso lastimero ante el ninguneo de las grandes
casas editoriales, lo que demuestra no un lícito afán de reconocimiento, sino
una insultante angurria de fama.
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