contra el apuro
Aunque sé que no gustará a algunos, lo
cierto es que lo más interesante de la poesía peruana de los últimos tres años
viene pasando por la editorial Celacanto. Claro, no todos sus títulos me
entusiasman, pero un puñado de ellos ayudaría a sustentar la impresión: Bajo este cielo de cabeza y El sendero del irivenir de Paul Forsyth,
Música para tarántulas de Diego Lino
y Archipiélago de María Belén Milla.
Propuestas que también tendríamos que
considerar de otros sellos editoriales: Un
bosque ardiendo bajo un mar desnudo (Amarcord) de José Agustín Haya de la
Torre, Diccionario elemental (Paracaídas)
de Miguel Ángel Sanz Chung, Insomnio
vocal (Alastor) de Ethel Barja, Apostrophe
(Hipocampo) de Gino Roldán, El primer
asombro (Animal de invierno / Paracaídas) de Denisse Vega, Feelback (Sub 25) de Valeria Román y Fe (Vallejo & Co.) de Bruno Polack.
Obviamente, la memoria puede fallarme
una vez más, por ello, reconozco que me deben faltar tres o cuatro títulos para
cerrar esta tentativa lista que testimonia lo que considero es la recuperación
de la poesía peruana última, asunto del que estuve conversando con un buen amigo
semanas atrás, en nuestras ya canónicas caminatas flotantes. No siempre estamos
de acuerdo en nuestras ideas sobre poesía peruana, pero en lo que sí, en la mejora
de esta luego de su tiempo gris a partir
de 2010.
¿A qué se debe la mejora? Se colige que
no estamos ante una suerte de milagro. Basta revisar los títulos citados para
darnos cuenta de que, a excepción de cuatro, sus autores ya saben de la
experiencia que significa publicar. Sea en la proyección de los debutantes y en
la trayectoria que se construye, una luz los une y justifica: no ha habido
apuro para publicar y eso lo percibimos en la sustancial mejora (consagratoria
para algunos) de sus entregas.
El apuro es la peor droga en la que
puede caer un poeta. A lo largo de muchos años he sido testigo del naufragio de
propuestas con talento y discurso, que ubica al poeta como víctima del ansia
del reconocimiento inmediato, quedando en evidencia el daño que hacen, para
variar, las redes sociales, escenario dañino y a la vez seductor, en donde se
puede parecer sin ser, a kilómetros de distancia de lo que se cree ser.
Y claro, cuando hablamos de apuro, no
nos estamos refiriendo únicamente a la sub 40, porque esa peste también ha
infectado a vates de mayor trayectoria. En otras palabras, el apuro no conoce
ninguna clase de barrera y en ello desempeñan un rol importante sus
tentaciones, como los premios, los recitales y los benditos festivales. Basta
ver, a manera de ejemplo, lo que ha ocurrido este año, al menos en lo que he
podido ser testigo: la desazón ante la incoherencia entre el evento
promocionado en redes y medios y su nula repercusión en asistencia. Ese es pues
el desenlace cuando se alucina que todo se justifica mediante la realidad
virtual. El poeta peruano anda preocupado en cuestiones baladíes, pensemos en
la construcción de su imagen, cuando lo que tendría que llevar a cabo es una
atenta guardia de su relación con la poesía, si es que esta en verdad es lo
suyo.
El lector de poesía conoce de estas
artimañas, no gastará lo más preciado que tiene, su tiempo, para ir a escuchar
y mirar a expertos (as) de la recitación. A ello, prefiere quedarse en casa
leyendo a un poeta que toma en serio su relación con la palabra. No es para
menos, la exhibición del poema verde seguirá siendo verde así se le camufle con
efectismo. Pero hablamos de una decepción con poder, porque el lector de poesía
pasa la factura: corre la voz, formando un huracán de invectivas contra el
poeta a razón de la inmadurez de su poema. Entonces, ¿se imaginan en qué se
convierte ese huracán cuando el lector de poesía compra un poemario que no
cumple con sus bienintencionadas expectativas?
Esta breve reflexión obedece a la
lectura que hice un par de semanas atrás de Plaza
mayor (Celacanto) de Braulio Muñoz. Muñoz no es para nada un poeta joven,
mas sí es dueño de una bibliografía a tener en consideración. Precisamente en
la lectura al vuelo de los títulos que conforman su hoja de vida, se puede
especular sobre su interés en la palabra escrita. Y al igual que no pocos
poetas peruanos que trabajan en la academia gringa, tranquilamente pudo
publicar uno que otro poemario, cosa que de esta manera comenzaba a forjar un
nombre, ingresando en el radar de Poetilandia.
Bajo el rótulo de novela-poema, Plaza mayor, felizmente, va más allá de
la etiqueta. Muñoz no nos presenta un descubrimiento del discurso poético,
felizmente no cae en el fango de la banalidad de las categorías, gracias
conceptuales que intentan vender lo ya hecho con otro ropaje. En las páginas
del libro hay tanto de narrativa y poesía, sin embargo, la verdad emocional del
discurso se impone y uno como lector se entrega a esta fiesta hedonista que
Muñoz brinda mediante un verbo que recuerda en estado de locura y que se expone
en sus senderos de (auto) humillación, a saber, la crítica a la pose del oficio
poético y el recurrente desamor que halla compensación en las ramas del más
oloroso/sudoroso erotismo.
Imposible no preguntarse, así parezca
capricho: ¿qué hubiera sido de este libro de publicarse en las décadas del setenta
y ochenta? La sola formulación de la inquietud revela pues su transpiración
juvenil, su tácita actualidad. Sin duda, a la fecha estaríamos ante un título
importante. Para el beneplácito del lector, Muñoz supo macerar la voz, dejar
que la sabiduría vital haga lo suyo con la palabra, que la ponga a punto en su
voltaje lírico, que al leerla se transmita como verdad y trascendencia.
Tienes que leerlo.
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